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Siete generaciones ante el virus

Siete personas de edades comprendidas entre los 10 y los 80 años relatan a este diario cómo ha cambiado su vida con las medidas de confinamiento y reflexionan sobre lo peor de esta crisis así como los aspectos positivos que pueden derivarse

Siete generaciones ante el virus

El coronavirus ha cambiado la vida de millones de personas en todo el mundo. La pandemia no entiende de fronteras, ni de sexo, ni de clase social, ni de nivel cultural. Tampoco de edades. El colectivo de mayores es el más afectado por esta crisis sanitaria, que también es ya económica y humanitaria, pero la expansión del Covid 19 es, sobre todo, intergeneracional. Levante-EMV se ha asomado a la vida de siete personas que representan siete generaciones distintas para saber cómo están viviendo su confinamiento, cómo ha cambiado sus vidas y cuáles son sus reflexiones. Qué es lo que consideran peor de esta crisis y también que se puede (si se puede) extraer de positivo desde una óptica personal y social.

El frenazo a unos estudios para eligir carrera

Andrea Muñoz es nuestra protagonista de menor edad. La semana que viene cumplirá 18 años. Estudia segundo de Bachiller y la cuarentena la ha pillado esforzándose a tope para pasar con éxito la selectividad. Sus rutinas han cambiado radicalmente y se ha dado cuenta «de lo poco acostumbrados que estamos a salir de nuestra zona de confort». «Antes mi casa solo la utilizaba para comer y dormir, ya que me suelo agobiar fácilmente; ahora cosas muy básicas como estudiar se me hacen difíciles porque no puedo ir a la biblioteca», explica. Metida en casa ha intensificado su tiempo de estudio ya que no puede despejarse saliendo con amigas o yendo al gimnasio. Dedica más horas a las redes sociales y sigue la actualidad, pero las noticias falsas y monotemáticas, la hastían. «Nunca había tenido tantísimas ganas de bajar a comprar o a tirar la basura», añade.

«Lo que más me preocupa es la Selectividad porque al no estar yendo a clase, estoy perdiendo horas y me da mucha rabia pensar que eso pueda repercutir en mi nota», explica. Con todo, Andrea ve cosas buenas: «nunca había pasado tanto tiempo con mi familia y eso te lleva a hacer más actividades juntos, como tener una clase de historia de España hecha por mi padre, o que mi madre intente que hagamos su rutina del gimnasio todos juntos», explica. «Cuando esto acabe dedicaremos mucho mas tiempo a la gente que queremos».

Joven, preparada y a cargo de su prima de siete años

A Eva Llario (23 años) la crisis la encontrado ya con los estudios acabados (es licenciada en ingeniería de diseño industrial) y con varios trabajos que ya antes de la pandemia realizaba desde casa. Pero, nada es igual. Ha tenido que hacerse cargo de su prima de siete años, ya que sus tíos trabajan. «Evidentemente estar pendiente de ella, me condiciona a la hora de dibujar, trabajo menos», explica, aunque también ve la parte positiva de pasar tiempo con la pequeña. Admite que no poder salir de casa y estar obligada «a vivir 24 horas con las mismas personas sin vía de escape» la ha hecho más «irascible». «Está claro que una debe aprender a gestionar sus emociones». Para esta joven, lo peor de la crisis es que ha sacado a relucir las deficiencias en el sistema público sanitario. «Se ha visto que faltan recursos y que no estábamos tan preparados como creíamos». «Me preocupa el colapso hospitalario», afirma.

Eva también apunta como negativo el «egoísmo y la irresponsabilidad» de muchas personas «La crisis ha sacado lo peor de muchas personas», dice. «Conozco a gente que se ha recorrido farmacias para acabar geles desinfectantes, si uno acapara no está pensando en el que viene detrás», se lamenta.

Pero también extrae cosas positivas, como el avance el teletrabajo. «En general, las empresas eran reacias y ahora se han visto obligadas a implantarlas; espero que cuando esto sirva de avance para el futuro, que las empresas se den cuenta de que no hace falta desplazarse a la ciudad, por ejemplo, y que a veces trabajar desde casa es más eficaz que desde la oficina», indica.

La incertidumbre de las facturas y el tiempo en familia

Eduardo Ramiro (33 años) habla de un «cambio radical en su vida laboral». Pluriempleado hasta ahora (profesor de inglés, guía turístico y dependiente en una librería) , Eduardo ve una «hecatombe» lo ocurrido ya que ha perdido dos de sus trabajos, aunque ha reconvertido las clases de inglés presenciales a on line. Los interrogantes son muchos: «qué pasará con la empresa, cómo pagaremos las facturas, el alquiler, etc», enumera.

Lo peor de esta crisis es para Eduardo las consecuencias para la salud, la «tragedia» de que pueda morir tanta gente. Y por su puesto «otra crisis financiera» que, lamenta, va a cebarse en generaciones como la suya, personas que ya toman decisiones «valientes» como es independizarse y formar una familia pese a la precariedad laboral. «Siempre a contra corriente», apostilla. Eso sí, «ahora no estamos permitiendo ser muy buenos padres y eso es lo positivo». «Me siento feliz de estar los cuatro juntos, me siento como un padre y un marido de verdad, no en un tanto por ciento o de forma forzada», cuenta. «Empiezas a ver lo importante: el tiempo libre y de vida real, cosas que te llenan por dentro que no tienen que ver con consumir, dedicar a tu familia, leer», dice.

La importancia de las pequeñas cosas

Ana González (49 años) coordina la unidad dental de un hospital privado de València. Desde hace unos días sólo se atienden las urgencias, por lo que, excepto un día a la semana, el resto del tiempo permanece en casa. Disciplinada, Ana sale lo justo de casa: a sacar a su perro 'León', hacer la compra y ayudar con algún recado a una amiga contagiada con el virus. Se ha marcado una rutina, que incluye ejercicio y tareas de casa. En lo personal y profesional «no está suponiendo ningún trauma», pero cree que lo peor es que en «va afectar mucho a la economía si no se resuelve pronto y va afectar a mucha gente ». Lo positivo para Ana es que se trata de «una experiencia que puede hacer replantearte muchas cosas en la vida». «Cuando uno frena se da cuenta de que no hacen falta tantas cosas, ni ir tan de prisa en la vida, que sin salud no hay nada; que hay que disfrutar de las pequeñas cosas, de estar en familia, dar y recibir abrazos», añade.

Una crisis que pone el foco en la clase política

Enrique Bau, ingeniero especializado en elecromedicina de 57 años, ha notado un frenazo en seco en su actividad laboral. Se encarga de montar y reparar equipos de radiología dental yTAC, pero de recibir de entre tres y seis llamadas al día ha pasado a cero. Es lógico, los equipos no se usan. No obstante, de momento, no está preocupado: «Soy privilegiado porque creo que mi empresa va a soportar esta crisis». De viajar mucho, ahora está en casa, cosa que agradece. Ahora bien, es pesimista respecto al futuro próximo y cree que lo peor son las «graves consecuencias para un sector importante de la población; serán pocos los que se beneficien».

Lo peor para Enrique es que quien tiene que arreglar esto (los políticos) «son incapaces de hacerlo». Para este ingeniero lo que está ocurriendo demuestra que la gente no confía en el sistema y es lógico, sostiene, porque fallan quienes tienen que velar por los intereses comunes. Para Enrique, lo positivo sería que la gente tras la crisis « fuera más consciente de la realidad, de que esta forma de vivir y la masificación nos conduce a la catástrofe». «Nuestra estilo de vida está basado en el crecimiento, en el consumo, en las cifras y así no hay futuro», lamenta.

Cuando llega la soledad y el descanso impuesto

A Encarna Lorente (63 años) le cuesta ver algo positivo a esta crisis: «No la hay», afirma. De hecho, ha perdido uno de sus trabajos. Cuidaba a una persona mayor, de 90 años, pero al salirle otro trabajo de cuidados del fin de semana, la familia de la anciana le ha dicho que no siga por temor a contagios. Vive sola, en un casa alquilada de 60 metros en Picanya. «No me he puesto rutinas porque poco puedo hacer, la casa está limpia y ordenada, así que me aburro». Para Encarna estar en casa, descansando, sería positivo si fueran vacaciones, pero «no las son». «Así que estoy sola como la una», añade. Eso sí, no tiene miedo al contagio.

Vivir sin tantas cosas y sin ser el hombre productivo

Antonio Pérez (78 años) vive a medio camino entre Cuba y España. La crisis le ha pillado aquí, con una situación de cierta estabilidad. Explica que a su edad, las rutinas no cambian mucho con el encierro, aunque llegó con la idea de «ver a amigos». «Se me han trastocado las relaciones sociales, ahora toca el teléfono y quizás me quedaré corto de libros», asume, al tiempo que echa de menos caminar. Para Antonio, lo peor de la crisis es que «nos ha cogido por sorpresa, no nos la creíamos». Este editor musical retirado admite que le ha sorprendido la disciplina voluntaria de la gente «por mucho que se dice que somos mediterráneos», apostilla. Lo mejor, apunta, es reflexionar sobre que se puede vivir sin tantas cosas y se puede dejar de ser « productivos». Lo peor es que, señala, no cree que la reflexión cale: «La vorágine, volverá», augura.

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