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Conversaciones en tiempos convulsos

"Desde el sida temía un virus muy contagioso"

Entre la física y la filosofía hay puentes de  fascinación por las grandes preguntas. Queda claro tras conversar con el exrector de la universitat. "la emergencia ambiental es un problema peor que la desigualdad social", alerta.

"Desde el sida temía un virus muy contagioso"

La última entrevista antes del confinamiento, realizada pocos días antes del estado de alarma. Tras la puerta de su despacho en el departamento de Astrofísica de la Universitat de València, aparece Ramon Lapiedra junto a una pizarra con una fórmula interminable e incomprensible. Sonríe. Y explica, despacio y con la mirada fija, que trata sobre un misterio de la radiación cósmica. Es lo más que este periodista se atreve a decir.

Días después, ya en etapa de aislamiento, el exrector de la Universitat de València asegura con la misma tranquilidad que así vive esta extraña situación. «Con la edad uno se hace más sedentario y eso facilita la adaptación al confinamiento», dice. Lo que le preocupa es «cómo será de larga y profunda la crisis que estamos viviendo y si seremos capaces los humanos de transitar hasta el final de ella por caminos solidarios y democráticos, los únicos que nos pueden hacer llegar a puerto».

¿Tiene miedo al coronavirus?

Es una amenaza de entidad. Es diferente al calentamiento global, o al autoritarismo y populismo que nos ha dejado la crisis económica, pero es también algo muy complicado y pone de relieve la necesidad de una mayor gobernanza planetaria, con instancias de gobierno y control, así como tribunales.

¿Esperaba la dimensión de esta epidemia?

Desde que apareció el sida temía la posible aparición un día de un virus a la vez muy mórbido y contagioso. Pero hasta que llega de verdad no te lo acabas de creer.

¿A estas alturas, podemos ya decir que nos equivocamos (científicos, Gobierno, sociedad...) al considerar que era un fenómeno no tan importante?

He leído estos días que un informe de septiembre de 2019 de Naciones Unidas y el Banco Mundial ya alertaba sobre la posibilidad de una pandemia como la que estamos sufriendo. Pero es evidente que los actores relevantes, sociales y políticos, no supieron escuchar la respuesta. No era fácil, tampoco.

¿Es una cura de humildad para la ciencia, que no supo prever la dimensión y no ha creado mecanismos de combate?

Podemos verlo así. Ahora lo que toca es potenciar la investigación para establecer pronto terapias efectivas y alguna vacuna, mientras sacamos las lecciones políticas del caso, que a mi juicio son que la sanidad pública acompañada de una actitud ciudadana responsable son irreemplazables.

Hasta aquí las reflexiones sobre el virus, porque la conversación fue bastante más allá de la pandemia. Trató sobre un territorio que observa por el ventanal del despacho, entre dos cuadros abstractos de su mujer, Carmen Vidal. De esta tierra dice que «la orgía urbanística ha dejado una herencia dura, pero toca mirar al futuro con un mínimo de positividad».

Lo que no ha cambiado demasiado es la vertebración del país. Se habla mucho de recentralización, pero también hay un centralismo de València, ¿no le parece?

Hay una especie de no reconocimiento del cap i casal a lo largo del País Valenciano. No está peor que estaba hace unos años ni creo que sea el problema más grave.

¿Cuál sería ese problema?

Es común al resto de España y a muchos lugares: superar la crisis que hemos tenido no solo en números de PIB, sino con un cambio de paradigma que comporte menos desigualdad.

¿Le preocupa más la desigualdad quela emergencia climática?

La emergencia ambiental es peor, porque la desigualdad es un problema enorme pero se puede esperar que mejore. En cambio, el calentamiento global, si se acaba de consumar, provocará un cambio de paradigma climático que puede ser muy grave.

¿Por qué?

La gente piensa que los cambios climáticos son muy lentos, de cientos o miles de años, pero es falso. El sistema es dinámicamente caótico: si cambias los parámetros puedes tener en la puerta un cambio extremo, de diez grados en diez años. Lo sabemos por la historia geológica de la Tierra, se han visto cambios así de inmediatos.

¿Ese objetivo de la neutralidad climática en 2050 se lo cree?

Las correcciones deberían ser más rápidas, pero todas las mejoras son bienvenidas.

¿Cree que no se valoran?

He observado un pesimismo peligroso. Hay gente que cree que se ha sobrepasado una barrera de seguridad y que no vale la pena ya esforzarse, porque hemos fracasado.

No es tiempo de catastrofismos, entiendo.

Me refiero a que gente que sigue el problema de cerca ha constatado que hemos pasado un límite. Yo creo que hemos pasado un primer límite, pero no se puede renunciar a tomar medidas. Antes de 2050 algún cambio cuasicatastrófico habrá sucedido, pero si no nos esforzamos todavía irá peor.

¿No le parece que hablamos ahora más del fin del mundo que de su origen? Algo querrá decir.

El cambio climático necesita una gestión atrevida, ambiciosa y mancomunada del planeta y eso es complicado. Sin una respuesta democrática, las cosas irán peor. El cambio climático es un peligro para la democracia y, al tiempo, la falta de democracia lleva a una gestión peor del fenómeno.

Vaya panorama.

Todo podría acabar en una fiesta bastante desagradable.

¿Y la razón, está en crisis en este tiempo?

Hay oleadas históricas. Ante estos problemas tan difíciles de gestionar es muy posible que la humanidad pierda el norte y espere soluciones simples a problemas muy complejos. Podemos acabar buscando una salida autoritaria.

¿Ve parecidos con los años 30 del siglo pasado?

Veo parecidos de autoritarismo, de querer afrontar desde el populismo los problemas.

¿Cree que la desconfianza hacia las instituciones es el signo de estos tiempos?

Hay una cosa verdaderamente decepcionante. En el siglo XX pasaron cosas terribles: después de la II Guerra Mundial pensamos que alguna lección se había aprendido y que determinados experimentos quedaban desautorizados. A partir de 1989 parece claro además que ni el fascismo ni el comunismo eran soluciones. No fue una lección fácil. Pero la sorpresa negativa es que parece que se ha olvidado. O que no se aprendió nunca.

¿Es decepcionante sobre la especie humana?

Lo ha dicho bien. No es decepción de un país, sino del homo sapiens.

¿A los 80 años, se diría una hombre desencantado?

No diría tanto. Los problemas son inmensos. Seguro que podemos hacer cosas positivas, pero no sé si llegaremos a tiempo y si antes cometeremos errores que parecían impensables.

¿Un fundador de Valencians pel Canvi ve el momento actual como una victoria?

Como volver a un mínimo de racionalidad y de responsabilidad políticas y a un mínimo de hábitos democráticos. Pero los grandes problemas están llamando a la puerta.

¿Se definiría como nacionalista o es un término que repele en este momento?

Nunca me definí como nacionalista, sino como valencianista.

¿Hay diferencias?

Sí, porque valencianismo quiere decir amor a la tierra y la cultura, pero no porque sea la mejor, que eso sería nacionalismo, sino porque son las mías. Ese relativismo implica una comprensión de la diversidad.

¿Por qué no se quedó en París y regresó a la España franquista? ¿Fue un error?

Hubiera tenido una vida más cómoda, pero quería volver y participar en la lucha democrática, así que no lo lamento.

¿La etapa más difícil de su carrera fue la de rector en los años 80, en plena batalla de València?

Era difícil. Recuerdo un acto en plena campaña difamatoria... Tuve el sentimiento de que la gente sufría por mí.

¿Qué conclusión extrae de la oposición que sus actos generaron en aquella València?

Creo que había un atavismo franquista, un pensamiento retrógrado y autoritario que se sentía amenazado. Éramos los primeros sorprendidos porque no teníamos un proyecto de Països Catalans ni de lejos. El rechazo en alguno rozaba el odio.

¿Por qué no fue conseller o diputado?

Tuve ofertas, y admito que me lo pensé, pero cada vez que ocurría no tenía el ánimo para abandonar la física, siempre esperaba la propuesta siguiente y así las fui aplazando.

¿Dios es alguna cosa para un físico como usted?

La condición humana es complicada. Hay pérdidas difíciles de gestionar y es fácil que alguno se invente algun subterfugio para afrontarlo. De ahí inventarse un Dios todopoderoso. Pero no veo razón alguna para que un ser así exista.

La muerte. ¿Somos una sociedad infantil que la oculta?

Es un maltrago, una especie de amenaza. Y no es fácil encararla. Pero se puede conseguir alguna transacción... Y la asumes poco a poco.

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