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Coronavirus en Valencia

Clausura por vocación en el convento nacido de la peste

Grupos de oración vía «whatssapp» y ovaciones en el patio transforman la vida contemplativa en el 500 aniversario de la Consolación

Las religiosas de la Consolación de Xàtiva, en una imagen previa al estado de alarma. alberto sáiz/avan

Son monjas de clausura y están acostumbradas a la reclusión. Por vocación religiosa, escogieron el retiro espiritual como forma de vida mucho antes de que el Gobierno obligara a confinarse a 46 millones de españoles. Pero eso no quiere decir que la cuarentena y el estado de alarma no hayan alterado las costumbres de las moradoras de los conventos valencianos. Que se lo pregunten a las religiosas dominicas que habitan en el monasterio de la Consolación de Xàtiva, a quienes la Covid-19 ha privado de todas las celebraciones que tenían programadas con la participación de los feligreses para conmemorar el 500 aniversario de su fundación.

El convento nació el 31 de marzo de 1520 tras la erradicación de otra grave epidemia, la de la peste, que había hecho estragos en la capital de la Costera. Por entonces, en el lugar ocupado por el edificio, en una de las puertas de entrada a la ciudad medieval, se alzaba una ermita con un cuadro de la virgen a los pies de la cual los fieles acudían en busca de consuelo frente a la contagiosa enfermedad. De ahí el nombre con el que fue bautizado posteriormente el templo religioso. «Eran otros tiempos. Las multitudes se apilaban para rezar porque no se sabía cómo funcionaban los virus. Ahora cerramos las puertas del convento al exterior y pedimos a la gente que se quede en casa y que rece desde allí», expone la madre superiora de la Consolación, sor Áurea Sanjuán.

A diferencia de lo que podría pensarse, el estado de alarma ha modificado las rutinas de las dominicas, que siempre han tenido abiertas las puertas del convento y conservan profundos lazos con el exterior. Prueba de ello es que cada tarde, a las ocho, se unen a la manifestación diaria de los balcones en apoyo al personal sanitario. Eso sí, ellas se agrupan en el patio del cenobio, desde donde ofrecen su calurosa ovación. «Aunque estamos bastante acostumbradas al encierro, solíamos salir a la calle de manera habitual. Ahora seguimos la eucaristía por televisión y la oración que organizábamos todas las tardes y los domingos con la gente la hacemos solas, a puerta cerrada», incide sor Áurea.

Desde hace tiempo, las religiosas de la Consolación permanecen conectadas al mundo a través de la ventana que ofrecen las redes sociales. Conocidas son por sus tejidos, que confeccionan en el convento y venden a través de su tienda digital. Y por los mensajes que difunden en Facebook. «Yo me quedo en casa. Aislándonos construimos el cortafuegos que ayudará a superar la infección», dicta la última de las publicaciones en el muro de su perfil. Ahora, además, mantienen el contacto con los fieles a través de un grupo de Whatssapp mediante el cual celebran en comunidad el oficio vespertino de las vísperas. «Somos bastante gente», indica la madre superiora.

Cuando se le pide consejo para sobrellevar el periodo de cuarentena, sor Áurea sonríe al otro lado del teléfono. «Nosotras vivimos bastante como el resto de la gente. Tenemos trabajo, actividades y estamos mucho con ellos. El consejo que se puede dar es el mismo que nos puede dar la gente a nosotras», sostiene. Eso sí, la dominica plantea una reflexión de gran carga simbólica desde su experiencia contemplativa: «Lo que espero es que de esto salgamos todos más solidarios y que nos demos cuenta de que no estamos solos en el mundo. Queramos o no, todos estamos atados a todos y todos somos iguales», mantiene la religiosa. «Ahora estamos encadenados por el virus. Nos tenemos un poco de miedo unos a otros, aunque al mismo tiempo sentimos la solidaridad. Cuando pase este virus ojalá nos sigamos sintiendo encadenados unos a otros pero por la bondad, el bien, la fraternidad y la amistad», apostilla. Las palabras de la madre superiora reducen a la condición de nimiedad la suspensión de los actos del 500 aniversario del convento, que incluían conferencias, piscolabis y una solemne eucaristía el martes como broche final. «Lo hemos aplazado todo. Cuando pase esto ya pondremos fecha y haremos la fiesta», señala.

«Ahora toca quedarse en casa»

Las dominicas de Xàtiva también han parado máquinas en su taller de bordado. «Tenemos una empleada, pero ahora toca quedarse en casa. El problema es mucho mayor para otra gente», continúa sor Áurea. Las religiosas mantienen a rajatabla la recomendación de no salir a la calle. «Nos apañamos por teléfono: hacemos pedidos a los representantes y nos traen alimentos del mercado de abastos». Tampoco está abierto el comedor social que nació a la sombra de las monjas, ahora gestionado por seglares. «Espero que el ayuntamiento haya habilitado alguna alternativa», apuntala la madre superiora. La falta general de vocaciones está haciendo mella en la Consolación, donde solo aguantan diez monjas. «Hace pocos días despedimos a una de las de más edad», lamenta sor Áurea.

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