Carola Riera tiene una hija de 9 años y una nómina de 500 euros. Bueno, tenía. Trabajaba en hostelería. Decretado el estado de alarma cerró la cafetería y la despidieron, igual que a sus compañeros. Y de la noche a la mañana dejó su trabajo con una mano delante y otra detrás. No sabe cuándo cobrará los 15 días que trabajó en marzo. De momento, no ha visto un euro ni sabe cuándo volverá a tener ingresos. El único que tiene previsto es la ayuda que ha concedido la Conselleria de Educación a su hija (60 euros) por ser usuaria de la beca de comedor escolar. Madre e hija la esperan como agua de mayo. Pero en su casó aún no ha llegado. «Al menos asegurarnos la comida», dice. Comparten piso con más personas, porque es imposible pagar sola un alquiler con su sueldo.

Marcela Cardozo ingresó, el pasado 10 de marzo, los 200 euros que le faltaban cobrar de la prestación por desempleo. Sus últimos ingresos. Con ese dinero deben vivir (o sobrevivir) ella y su hijo de 11 años. Por suerte, el día que se realiza esta entrevista le acababa de llegar el cheque escolar de 60 euros que le ha concedido Educación para comprar comida en un supermercado. «Menos mal, porque con ese dinero me aseguro al menos que podamos comer. Lo hago todo casero y ese dinero en alimento se puede estirar», explica Cardozo.

La mujer solicitó el subsidio en el SEPE pero ni sabe cómo están los trámites ni puede desplazarse para informarse. No ha conseguido que atiendan su llamada. Tampoco en los Servicios Sociales que le corresponden.

Esta semana Marcela debía empezar dos cursos de Labora (uno de uñas y otro de estética) mientras se preparaba para la prueba de acceso a mayores de 25 años. Era su manera de buscar recursos más allá de la hostelería, el sector donde lleva trabajando los 20 años que está en España. A su hijo le diagnosticaron un problema del corazón el pasado septiembre y la mujer dejó su empleo. Trabajaba en horas donde el niño ya no podía quedarse solo. Y lo primero es lo primero. Solo ha bajado a la calle una vez para ir al supermercado.

La única cita que permanece marcada en su agenda es la del 17 de abril: cardiólogo de Mateo. Ahora, la emergencia sanitaria por la covid-19 la ha dejado, si cabe, aún más indefensa. Sola y sin recursos. Como a Carola.

Marcela y Carola forman parte de ese 60 % de familias valencianas detectadas por Save The Children que han visto alterada su situación laboral en la primera semana de confinamiento. La organización señala que 400 familias a las que da apoyo han aumentado su vulnerabilidad.

Los números hablan de personas, de familias, de hogares. Pero en esas casas viven niños y niñas a los que esta crisis les hace más mella aún. Por no poder salir de casa (en gran medida viven en viviendas pequeñas, en una habitación alquilada o en un piso compartido) en el mejor de los casos, y porque el nerviosismo que causa carecer de ingresos y no tener visos tampoco de hacerlo genera una agonía en los adultos difícil de disimular.

Además, las carencias económicas se han traducido para más del 40 % de las familias en dificultadas para acceder a los materiales que les facilitan los centros escolares porque o no tienen acceso a internet, o no tienen ordenador, o el que tienen está obsoleto y no permite entrar a las plataformas educativas habilitadas.

Marcela reconoce que desde esta semana, que han empezado las tareas escolares para Mateo, su preocupación ha aumentado de forma exponencial. «Mi ordenador está roto y mi hijo tiene que acceder a las plataformas y realizar los deberes desde mi móvil. La situación del coronavirus en sí misma me preocupa pero no me causa estrés. Me causa estrés que mi hijo no esté en igualdad de condiciones. Que no tenga las mismas herramientas para seguir las clases, para tener los códigos de los ejercicios», explica una mujer que intenta mantener el optimismo a diario. Desde Save The Children le van a proporcionar una tablet para Mateo y le dan una hora de repaso al día. «Menos mal que entidades como Save The Children están ahí», recalca.

Las cuentas bancarias de estas dos familias rondan los 100 euros. Imposible así poder afrontar las facturas. Ninguna de las dos mujeres quiere perjudicar a su casero. Pero saben que el pago no podrá ser efectivo si no reciben ayuda. Lo mismo aseguran de los suministros. Pero las deudas se acumularán y eso es lo que no quieren, lo que no pueden asumir.

«¿Cómo voy a pagar la luz, el agua? Pero lo que no puedo hacer es acumular deuda. Eso no. Porque, cómo la pagaré después. No tengo dinero, vale, pero tampoco tengo deudas y sé que eso se hace una bola tremenda. Ahora no las quiero tener porque esta situación no va a mejorar para mí, una mujer sola con un sueldo precario. Mi nómina es de 500 euros y ahora, ni eso», explica Carola.

Moratoria y ayudas directas

Para que las familias con hijos e hijas a cargo tengan la capacidad económica suficiente para garantizar su bienestar y sus derechos, Save The Children plantea, entre otras medidas, una moratoria en el pago de alquileres, facturas y gastos corrientes y una aportación monetaria a las?familias monoparentales que les permita quedarse en casa con sus hijos e hijas y estos no queden en una situación de desprotección.

Ampliar la cobertura

El director de Save the Children en la Comunitat Valenciana, Rodrigo Hernández, señala que «la medida del vale-comedor que puso en marcha la Conselleria de Educación es buena para garantizar que los niños y niñas más vulnerables pueden acceder a una alimentación adecuada y saludable durante el confinamiento». «Sin embargo, es necesario que se amplíe la cobertura a todos los niños y niñas en situación de pobreza en la autonomía para que nadie se quede atrás», incide Hernández.

En el ámbito educativo, la ONG promueve que se refuerce y mejore el programa «Mulan», identificando los niños y las niñas que no tienen ordenador disponible y agilizando un servicio de préstamo para que puedan seguir las clases a distancia.?A su vez, reclama dar prioridad al seguimiento y apoyo al alumnado de familias socioeconómicamente vulnerables, con necesidades educativas especiales o dificultades de aprendizaje. El objetivo es que, una vez más, no se olvide la infancia.