«Nos dan la vida». El alcalde de la Vall d'Alcalà, Pablo Martínez, se refiere al repartidor de pan y al de verdura y a esa suerte de super itinerante que conduce Ramón García, un vecino de Benigànim (la Vall d'Albaida), que hace unos años probó suerte con el negocio de la venta ambulante de alimentación y productos de higiene. Su camioneta es un colmado en el que hay de todo como en botica. La ruta semanal de Ramón le lleva a Castell de Castells, Famorca, Fageca, Tollos... y el sábado llega a la Vall d'Alcalà, un pueblo de 167 que como todos los de esta montaña de Alicante está bastante aislado. Ahora sus vecinos, como los de medio planeta, viven oscuros días de confinamiento. Ayer, de hecho, no se arremolinaron en torno a la camioneta de Ramón. Compraron guardando las distancias. La epidemia del coronavirus remueve las rutinas del día a día.

Pero aquí, en el interior, los pueblos parecen más preparados para sobrellevar el confinamiento. «Se está cumpliendo al cien por cien», asevera el alcalde. «A la gente mayor que está acostumbrada a salir a labrar el campo le costó un poco al principio. Pero ha llovido prácticamente todos los días. Se han quedado en casa y ahora ya están totalmente concienciados».

Además, aquí hay un fuerte sentimiento de comunidad. «Sí, nos ayudamos unos a otros». El alcalde también admite que ha llegado gente que no vive en la Vall d'Alcalà todo el año. Han preferido refugiarse en un pueblo en el que se respira paz y vivificante aire. «Pero no son turistas. Tienen aquí casa y están, como todos, encerrados», precisa el alcalde.

«Somos una comunidad muy unida. Nos conocemos todos. Y nos ayudamos», insiste Martínez, que destaca que la farmacéutica lleva los medicamentos a las casas de los vecinos que se lo piden.

Los repartidores de pan y de verdura acuden cada dos días. También van de casa en casa. Y los sábados toca aprovisionarse para toda la semana de alimentos y productos de higiene personal y limpieza. A esos ritmos, que los vecinos de la Vall d'Alcalà están tan acostumbrados, se han tenido que adaptar ahora millones de personas a las que se les insiste machaconamente en que tienen que hacer compras para toda la semana e intentar salir lo mínimo de casa.

Lo que es común aquí y allá es la inquietud. «Sí, estamos todos muy preocupados. Hemos creado un grupo de wasap y trasladamos a todos los vecinos la información oficial que nos llega al ayuntamiento. Todos esperamos que pase pronto esta pesadilla», admite el munícipe. «Pero sí, supongo que aquí tenemos más fácil organizarnos y cumplir el confinamiento. La gente, dentro de lo que cabe, está tranquila».

La vida, en estos difíciles tiempos de emergencia sanitaria planetaria, transcurre en las calles de la Vall d'Alcalà con la calma de siempre. No se ve un alma en la preciosa plaza del Ayuntamiento, la de la fuente con el rostro de Al-Azraq. No es una imagen tan insólita. Aunque sí es cierto que este pueblo atrae cada vez a más turistas. Sus rutas de senderismo (llegar a la Penya Foradà es un paseo), el paisaje de montaña o los despoblados moriscos seducen al nuevo turismo. Todo volverá.

Mientras, los vecinos cumplen el confinamiento con ejemplar y paciente estoicismo.