«Ding, dong, ding. Metrovalencia recuerda: extiéndanse a lo largo del vehículo y mantengan la distancia de seguridad con otras personas». Justo cuando para la megafonía el metro llega a la céntrica estación de Xàtiva. De él baja una chica con doble guante de vinilo, mascarilla para tapar la boca y hasta una visera improvisada con un plástico transparente agarrado a la frente con una goma.

Detrás de ella (a metro y medio) un joven no lleva ninguna protección. Son las 8.30 de la mañana y València está rara y silenciosa. Es hora punta, pero tan pronto como bajan 15 personas del tren el andén vuelve a quedarse vacío. Un Consejo de Ministros de extraordinario aprobó el pasado domingo la paralización de todas las actividades no esenciales en España. Confinamiento duro. Aunque todavía quedan trabajadores que se desplazan a su trabajo en medio de una ciudad vacía y una paradoja: son servicios esenciales, pero la mayoría tienen trabajos precarios y mal pagados.

Sara, auxiliar: "A las 7.30 horas no había nadie, la ciudad daba miedo"

Una de ellas es Sara, que trabaja como auxiliar a domicilio para personas dependientes. Ella se desplaza por la ciudad cada día, pero asegura que es difícil acostumbrase a un estado de alarma. «Hoy he salido de mi casa a las 7.30 y no había nadie, la ciudad daba miedo». Mientras aprieta una caja de cartón llena de guantes contra su pecho, cuenta que le ha tocado extremar las medidas sanitarias. «Es un riesgo porque tengo que coger el transporte público cada día, no tanto para mí como para las personas mayores para las que trabajo».

Marisa, limpiadora: "Me pongo más nerviosa cuando voy al súper que cuando limpio"

En Benimaclet, dentro de la parada, trabaja Marisa. Se encarga de la desinfección del lugar, una tarea que hasta hace poco era solo de limpieza. «No importa que el suelo esté sucio si lo que estoy haciendo es desinfectar el pasamanos. Tampoco tengo miedo de contagiarme, de hecho me pongo más nerviosa cuando voy al súper que cuando trabajo». Algo que ha cambiado durante el estado de alarma es la actitud de la gente ante los pocos trabajadores que quedan», según cuenta. «Ahora me dan las gracias por hacer mi trabajo, normalmente se limitaban a pisarme lo fregado sin ni siquiera mirarme».

Julián, mantenimiento: "La gente ha perdido un poco el miedo a salir"

Julián, que trabaja en mantenimiento de una empresa, asegura desde la parada que la gente se «ha confiado después de estos quince días». «Creo que la gente ha perdido un poco el miedo, porque semanas atrás seguía viniendo en el metro y había menos personas. La semana pasada fui al trabajo en este mismo metro solo, y al volver con un par de personas más. Ahora estoy viendo muchas más personas en el metro».

Adriana, dos trabajos: "Afronto con resignación las consecuencias de la crisis"

Al salir de la parada del metro llueve en la calle. Es el lugar de trabajo de Adriana, que empuja un carro de limpieza y se protege de la lluvia con un chaquetón reflectante con capucha. Es su último día como peón de limpieza. El descalabro económico provocado por el coronavirus también provocó que perdiera su otro empleo como monitora en un gimnasio. Sus planes de independizarse (se licenció en 2015 e hizo un máster un año después) penden de un hilo.

En la vida «normal» Adriana tenía dos trabajos. De 7 a 13 limpiando y de 14 a 21 en el gimnasio. Trece horas al día que le permitían ahorrar para, por fin, independizarse. «Soy consciente de las consecuencias económicas que tendrá esta crisis» y la afronta «con la resignación» de quien lleva buscando trabajo desde 2015 sin éxito. Al menos, asegura, tiene algunos ahorros.

Bautista, taxista: "Estamos viviendo una caída de ingresos de más de 75 %"

El taxista Bautista Morales espera apostado en la Estación del Norte de València unos clientes que escasean estos días de cuarentena. «No hay servicios, no hay trenes ni pasajeros, ni gente por la calle. Estamos viviendo una caída de ingresos de más del 75 %. Y creemos que el siguiente mes va a ser mucho peor». Desde que comenzó el confinamiento, Morales asegura que ha facturado menos de trescientos euros. Por este motivo asegura que su sector está muy pendiente de las ayudas para autónomos. Si no, habrá impagos. «Date cuenta que las licencias tal como está el mercado en València son caras. Si tienes que pagar el coche puedes tener que abonar 600 euros al mes, uno que tenga unos tipos de interés bajos o a largo plazo. Otros pueden pagar 800 y mil euros. Mas el combustible y mantenimiento (aunque ahora se rueda poco). Se las van a ver mal, muchos no van a poder pagar» asegura.

Luz, quiosquera: "Es muy triste ver las calles y las plazas vacías"

En una situación similar a la de Bautista está Luz, quiosquera desde hace 16 años en Benimaclet. También servicio esencial y autónoma. Cuenta que «ver las calles y la plaza vacías le provoca mucha tristeza». Espera que volvamos a la «normalidad» lo antes posible, porque también ha comprobado como las ventas caían en picado.

alexander, voluntario

Alexander, voluntario: "Estoy nervioso, sobre todo cuando voy en el metro"

Alexander no tiene esos problemas monetarios. Pero sí otros de naturaleza humana. Es un estudiante de cuarto medicina ofrecido como voluntario para ayudar contra la crisis del coronavirus. Su trabajo es cuidar de un paciente de quimioterapia en el hospital Doctor Peset de València. Esperando el metro en la parada de Colón, a primera hora de la mañana, asegura que últimamente tiene la cabeza en otro lado. «Acabo de comenzar el curso y estoy haciendo la prueba final. Reconozco que estoy un poco nervioso, sobre todo cuando viajo en el metro. Cuido de no acercarme demasiado a alguien o tocar algo por donde hayan pasado muchas manos, cualquier manilla. Ya no me quiero ni sentar. Prefiero viajar de pie por si acaso, porque no sabes quien ha pasado por ahí» cuenta.

Emilio, "rider": "Todos los trabajos son necesarios, pero pocos son esenciales"

Con capucha y bajo la lluvia, pero con una mochila de UberEats a cuestas, trabaja Emilio, un rider, otro de los servicios considerados esenciales por el gobierno. Aunque él confiesa que no se siente como tal. «El otro día hice un reparto en bicicleta de Quevedo hasta La Malvarrosa. Unos 9 kilómetros. Llegar allí, tener que volver y que me pagaran 6 euros. Dieciocho kilómetros en bici, tres horas pedaleando para que me pagaran seis euros (dos euros la hora)». Según cuenta Emilio, antes trabajaba en logística, pero el coronavirus empujó a su empresa a presentar un ERTE. Ahora le queda pedalear, un servicio tan esencial como precario. «Todos los trabajos son necesarios pero pocos son esenciales. El periodismo es esencial al igual que las cajeras de supermercado o nosotros los riders. Lo que es escandaloso es que ninguno tengamos unas condiciones laborales dignas, ya no te digo buenas, sino dignas, si tan esenciales somos».