«Somos una familia y de esta vamos a salir todos juntos», ese es el sentimiento que comparten trabajadores sociales, enfermeras, auxiliares, fisioterapeutas, psicólogos y todo el equipo profesional de las residencias que día a día con su labor combaten contra el coronavirus en el campo de batalla junto a los más vulnerables en esta guerra, los ancianos. «Para ellos somos sus héroes en estos momentos difíciles en los que no pueden ver a sus familiares porque seguimos dándoles vida, esta es su casa», reconoce una enfermera de una residencia Savia de València.

Después de que el coronavirus entre por la puerta de una residencia «la vida sigue» y adoptando las medidas de aislamiento y protección oportunas, los trabajadores tratan de mantener el ánimo de todos los residentes, a los que les une el afecto de años juntos -algunos llevan más de una década-. «Cuando confirmaron el positivo por coronavirus y un día más tarde nos dijeron que había fallecido en el hospital fue una bofetada de realidad, pero después de quince días y no haber tenido ningún contagio más, creemos que estamos trabajando bien y eso nos da fuerza para seguir así», confiesa Alicia, trabajadora social de la residencia Jardines del Palau de València.

Según el grado de dependencia del residente se realizan actividades cognitivas con ellos porque el aislamiento hace que muchos de ellos estén desorientados y hayan perdido sus rutinas, explican. El bingo a través del pasillo, estando cada uno en su habitación y pasando una trabajadora cantando los números, es uno de los juegos que siguen haciendo pese a estar aislados. Además, para no perder el tono físico el fisioterapeuta les da una vuelta individual por el pasillo. Eso sí, tanto antes como después de cada paseo se limpia el suelo y la barandilla a conciencia. Al igual que los pedales para hacer ejercicio en sus habitaciones.

En las residencias donde el virus por suerte no ha hecho acto de presencia, como es el caso del Instituto Geriátrico Valenciano, sí se realizan actividades en las zonas comunes, pero todas con aforo limitado y guardando las correspondientes distancias. «La gimnasia se hace en una sala de 30 metros cuadrados y en grupos de cuatro personas a dos metros de distancia».

Además de la preocupación por el contagio, para los residentes su mayor pesar es lo mucho que echan de menos a sus familiares, por ello «tratamos de acercarlos lo máximo posible a ellos con videollamadas y videoconferencias», explica Patricia, jefa de auxiliares del Instituto Geriátrico Valenciano desde hace veinte años. «Se me parte el alma al verlos llorar cuando hablan con sus familiares», reconoce. Para que no pierdan ese vínculo con el exterior y mantener fuerte esa parte emocional han creado un mural en el que cuelgan dibujos, fotografías y poesías realizadas por sus nietos y biznietos.

«¿Cuándo se va a acabar esto?»

La incertidumbre de no saber el alcance de la pandemia, de lo que está ocurriendo en el exterior de la residencia, es otra de las preocupaciones de los residentes a la que tienen que dar respuesta - sin tenerla- los trabajadores. «Muchos nos preguntan que cuándo se va a acabar esto como si nosotros lo supiéramos». «Ahora mismo solo nos tienen a nosotros y tenemos que ir siempre con una sonrisa para que ellos no pierdan la suya», asegura Alicia.

Muchos residentes, dado su deterioro cognitivo, no entienden la situación y tratan de ser tan afectuosos como de costumbre a través de abrazos y besos. «Son como nuestros propios abuelos y cuesta decirles que no a un abrazo», aunque por su propio bien tienen que rechazarlos. «Algunos no lo entienden», apunta Carmen, gobernanta en una residencia del Camp de Morvedre.

Una de las críticas que hacen los trabajadores de las residencias es la falta de test, con los que se podrían evitar nuevos contagios. «No nos dan herramientas para saber si estamos infectados y ponemos en riesgo a los residentes sin saberlo».

Asimismo, según coinciden muchos de ellos, otro de los problemas con el que tienen que lidiar es la falta de medios materiales de protección. Ante la escasez generalizada y los suministros limitados que llegan por parte de Sanitat y de donaciones, reconocen que tienen que reutilizar las mascarillas y algunos han optado incluso por ir a comprar monos de los utilizados para fumigar a una cooperativa agrícola próxima.