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"Aquí nada cambia, con o sin coronavirus"

Negrón, Sesga y Ahíllas cuentan con menos de una decena de habitantes por lo que el aislamiento es casi natural - Las rutinas no han cambiado

"Aquí nada cambia, con o sin coronavirus"

La vida te da y te quita, pero según las circunstancias, te da más o te quita menos. Si vivir en un pueblo parecía una incomodidad hace unas semanas y la despoblación era su máximo exponente, las tornas parecen haber cambiado y muchos desearían estar en estos pueblos hoy. Sin embargo, en Negrón, Sesga, Ahíllas y Cuevarruz, tres aldeas del interior de València, el aislamiento es permanente.

En Negrón viven tres personas. Es una aldea de Vallanca, en el Rincón de Ademuz, que limita con la provincia de Cuenca. Allí vive Felipe con su burra Henara, a la que tiene que sacar a pasear todos los días. «A los animales hay que seguir cuidándoles», dice, al otro lado del teléfono (fijo). «En mi pueblo no ha cambiado nada, todo está bien», asegura. Tiene 85 años, vive solo y pese a estar operado de las dos rodillas y la cadera, no teme que allí llegue la pandemia: «Aquí no ha habido nada de eso, está en la ciudad», dice. De lo que no esconde su preocupación es de ver gente foránea llegar al pueblo estos días y tira de sarcasmo: «¿No estaban tan a gusto en la capital? Pues que se queden allí ahora».

Felipe solo recibía la visita de la médica rural cada jueves («le traía galletas a la burra cada vez»), pero ahora las consultas son telefónicas, como explica la alcaldesa de Vallanca, Ruth Sánchez. La farmacia reparte a domicilio los medicamentos y una concejala que regenta un supermercado lleva la compra cada semana.

A 30 kilómetros, Sesga cuenta con 10 habitantes. Solo se accede a través de una pista forestal y el alcalde pedáneo, Ramón Luz Pastor, asegura que todo está tranquilo, que la crisis sanitaria se ha notado «menos que en otros sitios, estamos en mitad del campo», explica. Lo hace a las 2 de la tarde, cuando ha podido tener cobertura para hacer una llamada.

Sin embargo, los servicios básicos funcionan muy bien. «El Ayuntamiento de Ademuz sube la compra a los mayores de 60 años una vez a la semana, si se alarga, no se qué pasará», explica. Pese a estar muy alejados de los principales focos de contagio y estar ajenos a realidades tan abrumadoras como las que se viven en las ciudades, con cualquier actividad paralizada, Ramón reconoce que las circunstancias «son raras». «Bajas a Ademuz a lo preciso y vuelves enseguida, no puedes ir a Teruel, ni a las consultas médicas», lamenta. «Aquí no es tan evidente como en la capital, pero se nota», dice.

Al aislamiento y la imposibilidad de desplazarse con libertad se sumó esta semana una nevada de 15 centímetros que hizo más complicada, si cabe, la rutina diaria. Fueron los bomberos forestales de la Agencia Valenciana de Seguridad y Respuesta a las Emergencias, que depende de la Generalitat, los que llevaron los víveres a los vecinos. Verónica, una de las profesionales, se desplazó hasta allí con un equipo y un todoterreno con cadenas por el mal estado de la pista con nieve y lluvia. Protección Civil, según explica el alcalde, también se interesa por el día a día de la población.

En el Rincón de Ademuz hay otras aldeas con menos de cinco habitantes, como es el caso de Arroyocerezo o Mas de los Mudos. Sin embargo, más próximo a València, en Los Serranos, está Ahíllas, con dos habitantes y unas bodegas. Uno de ellos, el escultor Paco Sainz, explica que en la localidad serrana «Nada cambia, con o sin coronavirus».

La naturaleza sí ha cambiado

Sainz explica que allí, con un único vecino, parece un sin sentido estar obligado a quedarse en casa. «Sigo trabajando con normalidad en el estudio, hago fotografías y al salir a la calle, se oyen muchos más pájaros e incluso he visto a un venado esta mañana», explica. En Ahíllas, solo habitado en verano, «no ha cambiado nada en 25 años, tampoco lo ha hecho ahora», reconoce Sainz con cierto pesar.

En su caso, las atenciones llegan desde Chelva, localidad a la que pertenecen. El equipo de gobierno está pendiente de los dos habitantes por si tienen alguna necesidad, «pero aquí no sube nadie».

En Cuevarruz, Alicia Pérez Debón atiende a Levante-EMV mientras su hijo Álex juega en la terraza. En la aldea donde vive tampoco se ha notado el confinamiento, aunque viven cerca de 40 personas, por lo que las mascarillas sí que se ven en la calle. «Los niños lo llevan mal, como en todas partes, pero es verdad que por lo menos aquí tenemos casas grandes», explica. Álex, de cuatro años, lo tiene claro: «Yo me quiero quedar en casa siempre, aquí me lo paso muy bien», ríe.

Alicia es la alcaldesa de Alpuente, de quien depende Cuevarruz con diez aldeas más y otras siete deshabitadas. En ellas, la alcaldesa efectúa la desinfección aunque sabe que «sin sentido» porque «no pasa nadie», pese a que el ritmo de trabajo es el mismo al ser una zona dedicada a la agricultura y la ganadería.

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