Dice el credo de la democracia cristiana que más vale influir que ostentar poder. Juan Gabriel Cotino Ferrer (Xirivella, 1950 - Manises, 2020) fue poderoso, ocupó numerosos cargos en la administración local, autonómica y estatal (nunca los supremos), pero sobre todo fue un personaje enormemente influyente en la política valenciana durante casi tres décadas. ¿Hubiera sido Francisco Camps todo lo que ha sido sin la figura de Juan Cotino? ¿Hubieran tenido lugar acontecimientos que han marcado la historia valenciana reciente, como el Encuentro Mundial de las Familias de 2006 y la visita del papa? Lo seguro es que la biografía del expresident Camps y el protagonismo de la Iglesia en la vida pública valenciana durante años deben mucho a la presencia entre bastidores de este hombre del campo que pronto entró en política.

Relacionadas

Tan pronto como que en los albores de la Transición compaginó los primeros pasos del asociacionismo agrícola con los de la Unió Democràtica del País Valencià (UDPV), aquel proyecto fallido de democracia cristiana autóctona que sería barrido por la UCD. Extinta también esta, en aquellos años ochenta de atomización de la derecha hasta el auge del Partido Popular, Cotino fue un vértice del triángulo valenciano del Partido Demócrata Popular (PDP) que en España encabezaba Óscar Alzaga con Jaime Mayor Oreja como uno de sus lugartenientes.

Vicente Martínez Pujalte y el exministro José Manuel García-Margallo eran los otros miembros de aquella triada que daría mucho juego luego en el PP. De aquel tiempo es esa frase que dice que Cotino y Pujalte eran del Opus Dei y Margallo, del «Opus Night».

De misa diaria, la Iglesia (y la Obra) juegan un papel central en la biografía del político. Hubo un tiempo, tras la victoria del PP comandado por Eduardo Zaplana en las elecciones autonómicas de 1995, en que la derecha valenciana se dividía entre «cristianos» y zaplanistas. Todos dentro del mismo partido, aparentemente bien entendidos, aunque la batalla interna era en ocasiones a colmillo descubierto. Más de dos décadas después, el sumario del caso Erial, por el que fue encarcelado Zaplana, ha destapado que la rivalidad política era amistad en los negocios, porque las empresas familiares de los Cotino serían una de las utilizadas para el cobro y la evasión de comisiones de grandes contratos públicos, según la investigación judicial.

Pero todo eso tendría que llegar. A finales de los 80, Cotino había sido solo un concejal en su municipio que buscaba en ese momento situarse en una derecha en reconstrucción. Y encontró un espacio en el círculo de Rita Barberá, que al verse alcaldesa de València en 1991 premiaría a ese sector democristiano tan arraigado en el bloque conservador español con una tenencia de alcaldía en la figura de Cotino. Iba acompañada de las competencias de Policía Local. En ese momento comienza su gran proyección pública.

Y ahí se produce una coincidencia que marcará su trayectoria. En aquel equipo de gobierno municipal de coalición con UV estaba también Camps, que debutaba en cargo público con la concejalía de Tráfico. Entonces se gesta una conexión larga y determinante en la política valenciana.

Cotino lo fue casi todo del expresidente: amigo, consejero (y conseller), mentor, entrenador, patrocinador y paño de lágrimas en los peores momentos. Como en el juicio por los trajes de Gürtel, por el que un jurado absolvió a Camps. ¿Quién estuvo entre el público durante todas las sesiones? Sí. Él.

El mismo que lo había acogido en su amplia vivienda oficial en Madrid como director general de la Policía cuando el joven aterrizó en 1997 como diputado. Por aquellas dependencias pasaron varios cargos valencianos en Madrid, como Gerardo Camps y Pujalte, pero el que luego sería presidente valenciano es quien tuvo una estancia más prolongada.

Pero aquel juicio de 2011 y la dimisión de Camps forman parte de la página triste de la biografía de Cotino. En los 90, todo era distinto. Las victorias del PP empezaban a sucederse y, tras la de Aznar en 1996, el político de Xirivella era el elegido para dirigir el Cuerpo Nacional de Policía. Tenía experiencia al frente de la Policía Local de una gran ciudad y el ministro del Interior era un viejo conocido de su misma rama ideológica dentro del PP, Mayor Oreja. La elección parecía de cajón.

El «creador» de Camps

«Cotino intentó ser el hombre influyente de Rita Barberá, pero no lo logró. Sí lo sería de Francisco Camps», recordaba ayer un alto mando popular en los noventa. Fue cercano a la alcaldesa, pero no fue de su círculo íntimo y de total confianza, tan cerrado y tan peculiar, por otra parte.

El paso siguiente en la carrera del exdirector de la Policía ilustra la anterior afirmación. En 2002 deja el cargo en Madrid para suceder a Camps, ya precandidato a la Generalitat, como delegado del Gobierno en la Comunitat Valenciana. Es su gran apoyo interno en aquellos momentos.

En esa etapa en que el poder popular valenciano se debate entre el zaplanismo y el campsismo, la alquería en Xirivella de Cotino se convierte en el cuartel general de los últimos. Si en el mundo eclesiástico los obispos se crean, Cotino creó políticamente a Camps. Este después le reconoció en cargos de responsabilidad en su Gobierno a partir de 2004. Pero sobre todo, era poder en la sombra. Alguien que mandaba mucho, cuya aura de factótum se fue agigantando con los años.

Hasta el año de la desgracia (2006). Tenía que ser su año, el de la visita de Benedicto XVI a València, logro que ninguna otra ciudad tendría. Era la rúbrica a una época de gloria en el icono que la representaba: la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

Tres días antes, sucede el accidente del metro: 43 muertos, 47 heridos y un maquinista como único responsable, según la versión oficial, extendida durante 14 años, hasta este 2020. Él no lo sabía, pero aquel 3 de julio estaba empezando su declive público.

Se vería años después, en 2013, cuando un programa de Jordi Évole, que recogía gran parte de las investigaciones de la redactora de Levante-EMV Laura Ballester, mostró a un político huidizo, que se escondía para evitar responder sobre la acusación de algunas familias de víctimas del accidente de que habían recibido ofrecimientos por parte del político.

Era el comienzo de un final marcado por el banquillo de los acusados: investigado en Erial y en la pieza de Gürtel de la visita del papa, su gran hito. Cuando el pasado 12 de marzo se suspendieron las declaraciones en las dependencias de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares, junto a la entonces zona cero de covid-19 en Madrid, Cotino se despidió del juez con una sonrisa y la frase «Si el coronavirus nos deja, aquí estaremos». El virus no le dejó.