Andreu Escrivà ha aprovechado estas semanas de confinamiento para «ordenar y seleccionar» los centenares de revistas, artículos científicos, guias de viajes o información sobre espacios naturales acumulados desde hace años. «No me gusta tirar, aunque no soy un Diógenes», advierte por si acaso. La limpieza la ha extendido al ordenador, donde confiesa que reinaba el caos. «Tenía cuarenta mil carpetas», admite. Todo ello sin dejar de teletrabajar en la fundación municipal Energía y Cambio Climático, cuya oficina virtual que se ha llevado a casa. «Hemos hecho reuniones de forma telemática y creo que algunas se quedarán on line para siempre, porque están funcionando muy bien», señala. Aunque no tenían protocolos previos para este tipo de situación se han adaptado de forma rápida. Con talleres, sesiones y actividades educativas han mantenido la presencia y el servicio de cara a la ciudadanía, elaborando también contenido de carácter didáctico o juegos para poder prestarlos al profesorado.

Lo que peor lleva, explica, es la pérdida de la«transición amable» de desayunar en casa y salir después al trabajo. Un desplazamiento que solía realizar en bicicleta o autobús. «Hay bastante distancia y tardo a veces entre cuarenta o cincuenta minutos, incluso hora y media que aprovecho para leer prensa o libros», comenta. «Eso lo echo mucho de menos», enfatiza, porque además relata que en las tres primeras semanas de confinamiento ha sido incapaz de leer o ir más allá de películas o series ya vistas cuando no intrascendentes. «Me ha sorprendido eso, pero es algo que comparte mucha gente», esgrime en algo que define como tener una «niebla» permanente encima. Ni siquiera ha retocado su último libro «Ahora yo qué hago», que iba a salir publicado el pasado seis de abril. «Debemos quitarnos la histeria de que tenemos que aprovechar este tiempo para hacer de todo, no tenemos por qué salir más cultos ni más sabios. Es un tiempo que ha de pasar y ya está, eso sí cuando me venga la inspiracion tendré todo ordenado para escribir», ironiza. En cuanto a la notable caída de la polución, es tajante: «Hay que desechar la idea de que solo podemos rebajar gases contaminantes con este tipo de medidas tan drásticas y tan horribles para mucha gente». «Si asociamos la bajada de la contaminación a estar sin trabajo, a precariedad, a gente enferma o muerta no querremos reducirla», argumenta. «Hay que huir de la culpabilización porque es contraproducente, pero sí desear cosas muy bajas en carbono y altas en contacto social, como conseguir un aire más limpio, más espacio público y menos tráfico pero sin sin idealizar ni dar por buena esta situación», concluye.