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Recuperados: en la salida del túnel de la covid-19

Dos personas contagiadas que a punto estuvieron de perder la vida cuentan su experiencia en primera persona y hablan del temor que sintieron a morir en soledad. También de la vida que les espera a partir de ahora.

Recuperados: en la salida del túnel de la covid-19

La gente que ha estado a punto de morir cuenta que ve pasar todas las imágenes de su vida a través de un túnel blanco. Son como restos de sueños que resuenan en las esquinas de la mente. Dicen que ven una intensa luz brillante que la ciencia atribuye a fallos en nuestro cerebro durante una experiencia traumática. La pandemia ha vuelto a poner a varias generaciones frente al dolor que supone la perdida repentina de un familiar. Pero entre tanta muerte la vida también brota y hay personas que consiguen anclarse a ella. La mitad de los contagiados ya se ha recuperado y han generado anticuerpos.

Francisco Javier Muñoz es uno de los pacientes que ha superado esta experiencia tan dolorosa. Está casado, tiene tres hijos y hasta ahora una salud de hierro. Pasó el sarampión de pequeño y punto. Esta semana ha cumplido 61 años pero es como si hubiera vuelto a nacer. Paco, que así es como le conoce todo el mundo, es una de las vidas recuperadas en València. Conversamos con él de la muerte, pero también de la vida.

«He soñado mucho, muchísimo, sueños muy extraños. Me veía rezando y hablando con mi familia. No soy practicante, pero rezar me ha ayudado porque siempre he pensado que tiene que haber algo, llámese Jesús o como sea. Ya no sé lo que ha sido realidad y lo que no, porque los sueños eran extrañísimos. Pasan por delante de ti las imágenes bonitas de toda tu vida y recuerdo que tenía mucho miedo, más por lo que dejaba aquí pendiente que por mí. Mis hijos son mayores pero pensaba que me quedaba mucho por hacer y no podía dejar sola a mi mujer».

Paco fue uno de los pacientes que ingresó cuando la curva de contagios se disparó a mediados de marzo. Ha pasado 27 días en el Hospital General de València, doce de ellos en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) sedado e intubado. Ha sido agente de la Policía Local de València toda su vida y el 10 de marzo se jubiló. Estaba feliz porque lo que tocaba ahora era parar y disfrutar tras toda una vida trabajando para los demás. Iban a ser sus primeras Fallas sin estar de servicio y quería aprovecharlas almorzando con amigos. «Pensaba más en eso que en los petardos».

Pero el 18 enfermó y dos días después, de madrugada, subió al coche de su hermano sin saber muy bien dónde iba y con la promesa de que volvería pronto junto a su familia. Cuatro días antes, el 14 de marzo, la Conselleria de Sanidad había perdido el rastro del virus.

«Esos días mi suegra se movió para saber si me podían ayudar porque estaba empeorando y tenía mucha fiebre. Una doctora me llamó a las tres de la mañana y me dijo 'si fueras mi hijo te llevaría al hospital'. Mi hermano me acercó y en el General me confirmaron neumonía en los dos pulmones. Mandé un mensaje a mi mujer y a mis hijos diciéndoles que les quería muchísimo y horas después ingresé en la UCI. Mi mundo ahí se paraliza totalmente».

Paco no recuerda cómo se contagió. Es fallero pero no fue a ninguna mascletà ni a otros actos multitudinarios. Explica que esos días usó el transporte público y estuvo en contacto con uno de los aficionados que se desplazó a Milán para ver el partido del Valencia CF. Pero no puede asegurar cómo se infectó. Así recuerda cómo despertó:

«Abrí los ojos y vi a los sanitarios cambiándose. Les hablé de mi familia, me permitieron hacer una videollamada y eso me dio la vida que me faltaba. Me ayudó una enfermera que había quedado con mi mujer porque yo no tenía ni fuerzas en las manos. La emoción era tan fuerte que no me salían las palabras. Escuché a mis hijos diciéndome 'papá, que vas a salir de esta', y esas palabras me dieron el empuje que me faltaba. Me dije, ¡pero tío, que aún te quedan muchas cosas por hacer en este mundo! Ese subidón fue total y a partir de ahí me empecé a recuperar». Ha sido una de las misiones más importante de toda su vida.

Ximo Mateo tiene 52 años, es empleado de banca y es otra de las vidas recuperadas de la pandemia. Viene de un mundo en el que todo va muy deprisa, pero en un hospital todo va muy, muy despacio. Está casado y tiene una hija de 14 años que ha sido consciente en todo momento de que su padre podía perder la vida. Como Paco, el día 18 de marzo enfermó, le pegó el subidón de fiebre y perdió el conocimiento. Estuvo 22 días ingresado en una sala del Hospital General habilitada para enfermos de covid-19.

«Piensas que nunca te va a pasar. Tuve miedo a la muerte y he llorado mucho porque estas completamente solo y sabes que esta enfermedad te puede matar. Ahora me derrumbo con frecuencia cuando pienso lo que podía haber pasado». No sabe si se contagió en el trabajo o por la calle, pero lo que tiene claro es que esta enfermedad no es una gripe. «No sé si nos han engañado a conciencia pero esto no es una gripe. Este bicho te puede llevar por delante. No me gusta el cine de ciencia ficción, pero ha sido como una película y de las de miedo».

En la C. Valenciana más de 1.000 sanitarios se han contagiado mientras plantaban cara al virus, cuatro de ellos han fallecido. Los curados dicen que han sido como ángeles sin identidad porque no saben ni cómo son sus caras por los elementos de protección que llevan puestos.

«Me han salvado la vida, pero me los pones delante y no los conozco. Son anónimos y se están jugando la vida por ti. Ese cariño durante una enfermedad tan jodida como esta no tiene precio. Me gustaría conocerlos, sobre todo a una enfermera que se llama Irene porque se portó muy bien conmigo. Solo sé su nombre, que lleva gafas, es alta y trabaja en el General», cuenta Ximo.

Ambos se están recuperando poco a poco en sus casas de las secuelas que deja esta maldita enfermedad. Han perdido mucha masa muscular y siguen débiles. Lo primero que hizo Ximo cuando llegó fue meter toda su ropa a la lavadora, ponerse una mascarilla y dar un abrazo a su familia porque necesitan ese cariño. Todavía no se ha atrevido a ver a sus padres.

Paco, en cambio, no sale de una habitación de 15 metros cuadrados porque el miedo sigue ahí. Solo ve a su mujer desde la puerta cuando se asoma cada mañana para darle los buenos días. Pasa horas y horas imaginando desde su ventana cómo será el primer día de su nueva vida.

«Lo primero que haré es abrazar a mi familia y a todo el mundo que pase por la calle. Quiero salir y abrazar al primer desconocido que me encuentre, mirar al cielo y contemplar la luz del sol. Luego me sentaré en un banco para ver cómo pasan los niños y las bicis por el río». Solo eso, pues la vida para los supervivientes será a partir de ahora totalmente distinta.

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