Con las últimas medidas que alivian el confinamiento el que estamos desde mediados de marzo por la terrible situación que ha provocado el COVID-19, mucha gente ha podido disfrutar del campo o de la montaña en soledad. Por una vez, los pequeños municipios rurales salen ganando en el contexto actual. Cuando pase todo esto, por desgracia volverán a su realidad y ya nadie se acordará de ellos, como desgraciadamente ha pasado en las últimas décadas en España. El mes de mayo ha empezado con temperaturas muy altas, con más de 34ºC en puntos del sur del país e incluso con noches tropicales en el Mediterráneo. Un anticipo de finales de junio en el puente de Todos los Santos. De nuevo han caído récords, el proceso actual de cambio climático y sus problemas siguen estando ahí, y al igual que con el virus tendremos que aplanar la curva de la subida de la temperaturas para evitar o reducir sus consecuencias. Uno de los pocos aspectos positivos de esta pandemia es la drástica disminución de la contaminación en las principales ciudades españolas. Nunca se habla de ello, pero muchas personas mueren cada año por problemas respiratorios asociadas a estas partículas en suspensión que impiden ver más allá de unos pocos kilómetros. Y así hemos llegado a mayo, con una primavera espectacular en la montaña mediterránea, sin presencia del ser humano en casi dos meses. Y todo ello gracias a una sucesión de temporales de levante. Nos hemos perdido este espectáculo de la naturaleza, pero quizás también nos ayude a valorar y a cuidar más todo lo que nos rodea.