Hace un mes y medio Ramona López tenía ante sí un horizonte familiar y laboral rebosante de felicidad. A sus 65 años, se jubilaba. En mayo. Ella y su esposo, Juan Martí, regentaban desde hace casi 35 años la afamada pastelería Martí de la calle Gregorio Molina de Xàtiva. Ponían punto final, ambos, a toda una vida de sacrificio y madrugones; a la mortificante apertura de la tienda todos los días del año. Iba a descansar, por fin, y a disfrutar de un viaje y de la primera comunión de su nieto Adrià.
Eso era hace un mes y medio. El domingo, Día de la Madre, Ramona fallecía en la UCI del hospital Lluís Alcanyís de Xàtiva tras 42 días ingresada en intensivos. Víctima del coronavirus. Cientos de clientes ya sabían que se quedaban sin un establecimiento de referencia en la pastelería local. Su esposo, sus hijos y su nieto ni intuían que iban a perder al motor de sus existencias. Están desolados por la inmensa pena de haberla perdido en un momento en que su vida iba a cambiar tanto. Y por no haber podido visitarla en todas estas semanas, inconsciente, aislada y atada a un oxigenador que trataba de insuflarle vida.
El hijo mayor de Ramona, Juan, explicaba ayer a Levante-EMV que su madre estuvo muy mal durante todo este tiempo ingresada. Pero «remontó un poco» un par de veces, lo que les daba esperanzas para confiar en una posible recuperación, añade. Sin patologías previas de ningún tipo, su edad tampoco era un factor de riesgo tan determinante. «Estaba sana, sanísima», añade. «Se hizo una analítica hacía poco y salió todo perfecto», insiste.
Ramona López Pelos había nacido en 1955 en la localidad albaceteña de Alcaraz. Vivía en Xàtiva desde los 18 años. Su esposo, Juan, es un conocido pastelero con 50 años de profesión. Empezó en la histórica pastelería Giner. Y con la experiencia acumulada decidió abrir en 1987 su propio negocio, la pastelería Martí. El tándem era perfecto: un maestro pastelero en el obrador, y su esposa -que también tenía amplios saberes repostero- ante el público, con su don de gentes y su amabilidad desbordante. Con esos mimbres, Martí se consolidó enseguida como uno de los locales más apreciados de Xàtiva. Los guiños al producto local ( monjàvena, arnadí, torró de gat, hogazas...) o una exquisita gama de pasteles, tartas, bollería y pastas, así como el pan diario, cimentaron su fama.
En varias ocasiones la edición comarcal de este diario se acercó a la pastelería para ilustrar algún reportaje sobre la producción local con unas imágenes de alguno de sus productos o para obtener unas palabras de Ramona acerca de alguna receta. En año nuevo, su producción de roscones de reyes se medía por centenares. En pascua, horneaba panquemados como para surtir a un portaaviones. En Todos los Santos no daba abasto con las fogasses, los huesitos de santo o los panellets.
Pero semejante éxito comercial no tenía la continuidad asegurada. Ninguno de los dos hijos de Ramona y Juan, que buscaron otros horizontes profesionales, querían atarse a este negocio esclavo. Así que hace unos meses, ella misma comenzó a dar la noticia a todo aquel que entrara en la pastelería. «Nos queda muy poco, nos jubilamos Juan y yo», avisaba a la clientela. La descomunal producción de monas prevista el mes pasado iba a ser el tour de force final.
«Qué golpe más fuerte. Y encima del Día de la Madre», declara Juan. Atiende él a este diario porque su padre no puede articular palabra al otro lado del teléfono y se pone llorar. «Nada más jubilarse, quería disfrutar de la comunión de mi hijo mayor y hacer un viaje. Y sí que lo ha hecho, sí, y bien largo...». El sábado por la noche, el personal del Alcanyís contactó con la familia para mostrarles a Ramona por vídeollamada. Le quedaba un hilo de vida. Moría a las cuatro de la madrugada. Deja viudo; dos hijos, Juan y Carola, y cuatro nietos: Adrià y Joan e Izan y Martín. «Cuando pase todo esto le haremos una misa y un recordatorio; no podemos despedirla así», anuncia su hijo. La clientela también le llora.
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