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Salvados por la geografía: Una comarca sin coronavirus

La singularidad orográfica del Rincón de Ademuz ha puesto muy difícil a la covid-19 llegar a esta comarca: ningún contagio entre sus 2.000 habitantes, vigilados por un equipo de siete médicos rurales. Levante-EMV pasa consulta con una de ellas

La doctora Silvia Soler coloca la mascarilla a Ángel, vecino de Vallanca de 86 años. Fernando Bustamante

Alas 11.30 de la mañana, Silvia Soler ya ha terminado de pasar consulta en Vallanca. Sus habitantes madrugan para poner al día las recetas y las recomendaciones médicas que les dan las dos doctoras que se turnan en el consultorio de lunes a viernes. Silvia y Empar dan servicio a los 139 habitantes que tiene Vallanca según el censo de 2019, pero también a la decena que vive en Negrón y Arroyo Cerezo. Son médicas rurales que atienden a pacientes cuya media de edad está en los 65 años así que, como describe la doctora Soler, son «pluripatológicos»: hipertensión, diabetes y artritis, las tres dolencias que más aquejan a este municipio del Rincón de Ademuz.

Como Vallanca existen otros seis pueblos más en una comarca privilegiada en los tiempos que corren: ni un solo caso de la covid-19, la enfermedad que ha puesto en jaque al mundo entero. Para todos ellos existe un equipo médico de 7 profesionales más uno en las guardias. No tienen una respuesta científica que pueda explicar las razones por las que no ha llegado el virus hasta esta comarca, una isla valenciana entre la provincia de Cuenca y la de Teruel, pero existen algunos indicadores que podrían estar detrás de esta singularidad: el aislamiento geográfico y la calidad de vida de sus habitantes.

Salvados por la geografía: Una comarca sin coronavirus

Salvados por la geografía: Una comarca sin coronavirus

La doctora Soler explica que se aplicaron todos los protocolos que diseñó el Ministerio de Sanidad. Sin embargo, se anticiparon al estado de alarma: «Detectamos la presencia de algunas personas que acababan de llegar de fuera y el viernes 13 hablé con la alcaldesa, Ruth Sánchez, para que avisara a los vecinos de que no salieran de casa. Publicó un bando donde les aconsejaba quedarse en casa y cualquier cosa que necesitaran, el ayuntamiento se lo facilitaría», explica. Además, la vacunación de gripe este año «fue muy buena», por lo que ha habido pocos casos que pudieran llevar a la confusión con la covid-19.

Así que la vida no se ha puesto patas arriba como en el resto de la C. Valenciana. Se han tomado las medidas de protección y prevención con más intensidad si cabe porque buena parte de la población de la comarca está en riesgo. Todo sigue, más o menos, igual.

Tras las consultas en Vallanca, la doctora Soler sale del pequeño consultorio rumbo a las aldeas. Antes de entrar en su coche se encuentra con Ángel, de 86 años, a quien ayuda a colocarse la mascarilla. Reconoce haber estado resfriado este invierno, con fiebre y mocos, y fue Soler quien le trató. Unos días en casa, medicación y curado. «Estoy muy bien de salud», dice, mientras espera el servicio de cátering para mayores que le lleva cada día la comida. «Este terreno es muy bueno para las enfermedades», dice, y lamenta que todavía no se haya construido una residencia en la localidad.

Como Ángel, que vive solo, existen muchos casos en Vallanca de mayores de 80 años. Según explica la alcaldesa, la salud de sus vecinos es buena por la calidad de vida que ofrece el municipio: aire limpio al 100 %, sin vehículos ni industrias. Cada día pasean entre las montañas y la altura a la que se encuentran, 1.000 metros sobre el nivel del mar, es otro factor decisivo para la longevidad de sus vecinos y vecinas.

El presidente de la Mancomunidad del Rincón de Ademuz y alcalde de Castielfabib, Eduardo Aguilar, sostiene que la pandemia ha enfrentado dos estilos de vida: el frenesí de la ciudad con el sosiego de los pueblos. La cuarentena no se ha gestionado igual en un piso de 90 metros cuadrados que en una casa con vistas al bosque. «Hasta ahora no se veía bien vivir en un pueblo, pero ya se ve de otra manera», defiende.

Además, ha habido otra circunstancia determinante para que el coronavirus no haya llegado hasta aquí. En este rincón valenciano, la afluencia de personas no es demasiado elevada y según Ruth Sánchez, alcaldesa de Vallanca, solo hay movimiento de repartidores, médicos o funcionarios de la Administración. La despoblación, que en cualquier otro momento habría sido un problema, ha sido una ventaja durante la pandemia: pocas personas llegan al Rincón de Ademuz si no es por trabajo, visitas a familiares o turismo y los que lo hacen se enfrentan a la poca accesibilidad a la zona: bien por la CV-35, que comienza en València con tres carriles por sentido y termina convirtiéndose en una tortuosa carretera de montaña con curvas cerradas y gran desnivel, o por Utiel dirección a Teruel. Al Rincón de Ademuz se va por necesidad o por voluntad, pero no está de paso.

Precisamente el escaso turismo a esta zona durante el invierno ha sido otra de las razones que explica la inexistencia de una curva de contagios en la comarca. No fue el coronavirus lo que frenó el turismo rural, sino el temporal Gloria que azotó la C. Valenciana en febrero. La nieve, la lluvia y las carreteras cortadas disuadieron a los que en otro momento habrían ido a hacer rutas de fin de semana.

«La gente que venía en Semana Santa a sus pueblos para quedarse hasta octubre no pudo hacerlo este año», explica Sánchez. De hecho, Aguilar asegura que si en Castielfabib hay durmiendo 70 personas, en Pascua los habitantes se elevan hasta los 700.

Sin embargo, otros ya estaban en sus pueblos cuando el confinamiento llegó. Es el caso de Consuelo, vecina de Xirivella que se desplazó hasta Negrón dos días antes del estado de alarma. Habla desde su ventana con la doctora Soler y le confirma que está bien y su madre, nonagenaria, también está en buen estado. «No he ido ni a la farmacia», explica. Es otro de los fenómenos más comunes: pese a ser los menos expuestos al contagio, son los más han cumplidores con el confinamiento precisamente por ser, en su mayoría, población de riesgo. «Cuando más gente se reúne es comprando el pan; el resto de día no ves a nadie», explica Aguilar.

Otro vecino, Feliciano, subió a Negrón el día 15, cuando las fuerzas y cuerpos de seguridad hicieron la vista gorda sobre los últimos desplazamientos. Su sobrino le recogió en València y desde entonces están en su aldea. Hace la compra en Ademuz y la sube a los vecinos. Aquí la solidaridad vecinal no es un fenómeno derivado del coronavirus; es la única forma de sobrevivir a más de 1.000 metros de altitud sin servicios disponibles.

Felipe nació aquí y se quedó a trabajar de ganadero. Ahora, con 86 años, pasa el día en el campo, junto a su casa. «A mí no se me quiere llevar el virus aún», bromea. Desde allí vigila a su burra Genara, de 40 años y única compañía. La doctora Soler en su consulta diaria atiende a Felipe pero también a Genara, a quien le lleva manzanas y galletas. «Me encanta esto. La atención médica es también personal y se crean lazos estrechos entre doctora y paciente, hay una atención personalizada», reconoce la médico rural.

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