El cronista confiesa su fracaso. Son las 21.15, la noche cae, la bandera española ya ha sido arriada del mastil del cuartel San Juan de Ribera de València, la masa concentrada se ha disuelto y el cronista se marcha sin tener claro cómo se ha generado esta protesta que después de cinco días atrae a televisiones estatales y ha vuelto a reunir a más de mil personas.ç

Alejandro, Chano, porta un megáfono y parece que lleva la voz cantante en una concentración que, explica, ha surgido a través de las redes sociales. Viene desde el segundo día desde Burriana y señala a la multitud alrededor. «Este megáfono no sirve ya, no tiene potencia. Mañana compro uno de mil vatios», afirma satisfecho.

Eso es a las 20.40, cuando ya hay un número considerable de gente y empiezan los cánticos de verdad. Pero media hora antes solo había una veintena de personas en el Paseo de la Alameda. Casi todos con la bandera de España como capa. El porcentaje de abanderados se mantendrá luego. El rojigualda es el color de la tarde en esta zona privilegiada, junto al jardín del Turia y algunos de los pisos más caros de la ciudad. El cronista no detecta ningún símbolo anticonstitucional.

A las 20.20 un policía da la orden de cortar el tráfico. A partir de ese momento empieza a aparecer más gente. Los agentes de la Policía Nacional piden que no se estén quietos. «Vamos circulando, muchas gracias, muy amables». El despliegue es tan amplio como cortés. Al fin y al cabo, el ambiente no es hostil. Todo lo contrario, cuando se acerca la hora de arriar la bandera y una unidad pasa cerca, es recibida con una ovación y gritos de «Viva la Policía». Los mismos vítores que se llevaran los militares cuando salgan a bajar la enseña. Bandera, ejército y policía, tres símbolos en teoría de todos pero que identifican mucho mejor a una parte de España, a la que no le gusta el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Falta media hora para el himno y la gente se dedica a ir y venir, una especie de ronda al anochecer que recuerda a los usos en siglos pasados de esta alameda, este Prado de València, aunque ahora no hay cortejos, sino motivos políticos.

A las 20.35 se oye el primer «Gobierno dimisión». Lo profiere un hombrea en una bicicleta de rojo y amarillo, los colores de estas tardes.

Pronto la llama prende, la multitud ya se ha hecho una voz única y el cántico se extiende. Los concentrados repiten esta consigna y «Libertad», pero gana la primera.

Hay ciudadanos de todas las edades, desde preadolescentes con padres hasta gente mayor. Lo que no hay son desheredados, sí alguno con estética de ultra radical y músculos rompecamisas, pero pocos. La mayoría podría entrar en esa categoría difusa pero definitoria de «gente de bien», «de orden».

Alguno parece que viene de compras. Como esta mujer con gafas de aviador, camiseta blanca con mensaje (Veteyasanchez.es) y una bolsa de Claudie Pierlot. «Ya se va animando. Ahora mismo seremos 2.000», dice uno rememorando la tarde dominical. Hoy no se ve a Juan Roig, ni a Mayren Beneyto, pero sí algún rostro conocido: el abogado David Serra, exvicesecretario general del PPCV condenado a prisión en Gürtel. Pero no se ve a políticos en activo. «Dame mi bandera», pide una señora a su marido. Las cámaras se acercan. «¿De qué son?» «De la cadena de rojos y maricones», responde la vecina.

A las 20.50 el gentío se acerca a la reja del cuartel y los agentes se olvidan ya de pedir que se eviten amontonamientos. La distancia social no se cumple ni de lejos, pero actuar conllevaría consecuencias peores. Es una de esas ocasiones en que entre hacer cumplir las normas o hacer la vista gorda es más efectivo y práctico lo segundo.

La calle es un griterío. El ruido de las cacerolas se mezcla con el «Gobierno dimisión». No falta un «periodistas mentirosos». Viva la libertad de expresión. «Viva el ejército», «Viva España». Esos sí son reales. El himno empieza a sonar, la bandera desciende y los veteranos piden silencio. Acaba y vuelven los gritos y aplausos. «Que se callen, coño», vocifera uno durante los sones por los caídos. Diez minutos después, no queda casi nadie en esta protesta espejo de la del barrio de Salamanca en Madrid. Es la hora de la cena y a nadie le falta casa donde ir.