hay quien huye como de la peste del turista frívolo que no quiere otra cosa que el selfi tontorrón con cuadro al fondo. Y hay quien mataría por exhibir entre las paredes de su museo un icono de fama mundial. No es tan extremo lo que sucede en el Museu de Belles Arts-Casa de l'Ensenyança de Xàtiva. Pero es parecido. El famoso retrato de Felipe V colgado cabeza abajo es un imán para amantes del «yo estuve allí» que en ocasiones no prestan atención ni a la obra ni al resto de la pinacoteca una vez se han hecho la foto de rigor y la han subido a su instagram. Luego está quien se hace la foto, sí. Pero también se interesa por todo lo demás. De hecho, es bien larga la lista de eruditos que no se han resistido a posar al lado de esta singular pieza.

Ángel Velasco, director del museo, es contundente en la respuesta. «Si como museo te conocen por una anécdota, malo. Si esa anécdota genera un flujo de visitantes, bueno. Y si ese flujo de visitantes recorre el museo y se interesa por todo lo demás... Entonces perfecto». Para Velasco, poder exhibir una obra artísticamente poco relevante pero de un simbolismo casi internacional «es, básicamente, positivo». Y aunque admite que hay gente que no tiene ningún otro interés que fotografiarse junto al cuadro, muchos completan la visita y conocen igualmente el resto del museo, el castillo, la Colegiata...

Muy diferente es lo que sucede con otra pieza icónica de Xàtiva, en este caso en el museo de l'Almodí: la pila islámica dels siglo XI. Precisamente, esta semana han lanzado un vídeo en el que el propio Velasco, junto a la pieza, detalla su extraordinaria importancia. «Es menos popular y, sin embargo, su valor es inmenso. La cedimos al Museo Arqueológico Nacional el año de su centenario, en 2018, y fue exhibida como una de las cien piezas más importantes del país», recalca. A verla expresamente también acuden. Pero en este caso son especialistas, expertos internacionales... La belleza y detalle de sus figuras labradas en mármol apuntalan su excepcionalidad.

Pero la estrella es el cuadro del borbón sanguinario que ordenó incendiar Xàtiva en 1707. De 1957 data el simbólico castigo. La autoría intelectual (repleta de paternidades, disparatadas o rigurosas) la fijó por fin el historiador Germán Ramírez en 2014: fue Carlos Sarthou.