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"En el Congo se preocupan más por alimentarse que por el virus"

La misionera alcireña María Ángeles Arlandis convive con la pandemia en el país africano

La alcireña María Ángeles Arlandis en el Congo. levante-emv

Las prioridades cambian según las personas o el territorio en que habiten. En el corazón de África, conseguir comida es mucho más importante que la posibilidad de contagiarse por coronavirus. Allí las avalanchas ante tiendas de alimentación vistas en España durante los primeros días de la pademia se siguen produciendo. La misionera alcireña María Ángeles Arlandis cuenta a Levante-EMV su experiencia en la República Democrática del Congo, un lugar en el que la mayoría de la población del denominado Primer Mundo jamás querría vivir. Menos aún con una pandemia mundial activa.

A sus 64 años, Arlandis se declara una «privilegiada». «Estoy donde mi vocación me ha llevado y haciendo lo que me gusta», asegura. Una afirmación poco comprensible desde sociedades opulentas que demuestra el gran compromiso que ha adquirido por ayudar a los más necesitados. La evolución del virus en el Congo no es muy diferente a la española, ni siquiera en lo que a plazos temporales se refiere. El presidente de la nación centroafricana «decretó el estado de alerta en todo el territorio el 19 de marzo». Apenas unos días después de que lo hiciera Pedro Sánchez.

Las restricciones también fueron similares: «Se decretó el confinamiento y una serie de medidas preventivas. Por ejemplo, se cerraron todas las escuelas y se prohibieron las reuniones. En los funerales se estableció un máximo de veinte personas, mientras que las misas se ofrecían por la radio o a través de altavoces», detalla la alcireña. La diferencia es que los habitantes de algunas regiones del país africano han pasado por alto las recomendaciones sanitarias. Llenar el estómago en lugares donde la nutrición es tan precaria es indispensable para la supervivencia. «Aquí la gente habita en pequeñas casas-chabola, aunque solo se usan para dormir. Una cama la utilizan varias personas. Es imposible mantener las distancias. Aquí la gente vive al día y necesita trapichear para comer. Los mercados han permanecido abiertos todo el tiempo y, como de costumbre, la gente se apelotona», aclara Arlandis.

Pocos contagios

Con todo, el impacto del virus en la nación africana ha sido relativamente bajo. «Es cierto que se ha extendido por muchas provincias, aunque me da la impresión de que ha sido menos agresivo que en España. Las cifras oficiales de contagios son muy bajas, de hecho, en nuestra provincia, Isiro, no se ha registrado ninguno. Pese a ello, se mantiene el estado de alerta», explica Arlandis. Una situación más que comprensible ya que el Congo suma un nuevo brote de ébola a sus preocupaciones sanitarias.

Arlandis y su congregación, los Combonianos, ejercen habitualmente una labor de apoyo a mujeres y niños, tanto en tareas referentes a la maternidad y nutrición como a la escolarización de ambos colectivos, con especial atención a aquellas féminas que se quedan embarazadas a edades muy tempranas y deben abandonar la escuela. La pandemia ha alterado sus hábitos, pero no sus ganas de seguir trabajando por los congoleños. «He tenido que cambiar mi forma de trabajar con las jóvenes mamás y las mujeres. Les envío trabajos y deberes a sus domicilios. Me sale más caro por la cantidad de fotocopias que se necesitan, pero es importante mantener la formación», detalla.

Todos con móvil, pero sin saldo

Arlandis llegó al Congo en 1986, cuando todavía se llamaba Zaire. Estuvo más de una década en esta región y también en el Chad, antes de volver a Alzira para atender a sus padres, ancianos y enfermos. «Según las circunstancias y lugares, he trabajado con presos, en un naciente centro de minusválidos, en la promoción de la mujer, en la formación de animadores de salud en los poblados, de catequistas o de maestros para las escuelas rurales, con grupos de jóvenes y de adolescentes, con niños desnutridos», relata Arlandis.

«Vestía mejor pero comía peor»

En su regreso al Congo halló muchos cambios: «La gente sufrió dos guerras devastadoras. En general se vestía mejor pero comía peor. El teléfono móvil está en las manos de muchos, casi siempre sin saldo, antes tenían transistores. Al menos, ahora la gente habla libremente. En tiempos de la dictadura de Mobutu nadie se atrevía a expresar su opinión. Ni en público ni en privado. Pero seguimos sin servicios mínimos. El acceso al agua corriente o a la electricidad es inexistente en nuestra parroquia. Los servicios de salud a precios prohibitivos. No se produce nada fuera de la agricultura de subsistencia. Una simple cuchara tiene un coste añadido enorme porque viene de lejos por pistas de tierra que con las lluvias son intransitables», detalla la alcireña.

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