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La desescalada avanza el veraneo

Muchas familias de Tavernes aprovechan que no hay colegio y se van a la playa antes de lo habitual

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Solo hay que pasear unos minutos por la avenida de la Marina de la playa de Tavernes de la Valldigna para constatar que este no es un mes de junio normal. Es jueves, casi a mediodía, y en la principal arteria del casco urbano del litoral vallero hay un trasiego de coches y personas que, ni mucho menos, suele ser habitual en los primeros días del mes que marca el límite entre la primavera y el verano. Lo corrobora Francisco Talens, gerente del restaurante Luna Park, mientras recoge una mesa en la que acaba de atender a unos clientes: «Hay mucha más gente de lo que es habitual a principios de junio». Eso sí, aclara, «todo son personas del pueblo». Esto también es lógico, ya que la movilidad entre comunidades sigue prohibida en esta fase 2 de la desescalada.

Son palabras que confirman las sospechas que motivaron este reportaje: la presencia poco habitual de multitud de coches aparcados en la mayoría de calles.

Una playa familiar

La de Tavernes es una playa familiar, donde predominan los propietarios, es decir, vecinos de la misma localidad, de otras próximas e incluso de otros puntos de España que invirtieron en una segunda vivienda. Por eso, quien pasa el verano en Tavernes no va solo de vacaciones, sino que traslada su rutina a la zona litoral, buscando el fresco en el tórrido verano. De ahí que fuera de temporada es prácticamente una playa desierta. El inicio de la temporada no lo marca Sant Joan, como es habitual en otros puntos, sino el final de curso y eso ocurre en torno al 20 de junio. Las familias esperan al cierre de los colegios para dejar los bártulos de estudio o el trabajo en el pueblo y alejar a los niños y adolescentes de ellos hasta septiembre. En definitiva, cambiar de rutina.

Pero este año es distinto. El cierre, forzado, de los centros docentes se produjo el 14 de marzo, cuando empezó un largo confinamiento que ha mantenido a las familias encerradas en casa durante dos meses. No es de extrañar, por tanto, que, en cuanto han podido, han hecho las maletas y se han trasladado a la playa. Esa es la forma en la que el coronavirus ha adelantado el veraneo.

Desde aproximadamente el 22 de mayo se encuentra ya instalada en su piso de la costa la familia de Carolina Talens Gimeno. Con tres hijos de 20, 14 y 15 años, «en cuanto decretaron el cambio a la fase 2 nos vinimos a la playa», explica desde la terraza de su casa. «Siempre esperábamos a que terminara el curso, porque aquí no teníamos internet y mis hijos lo tienen todo en el pueblo, pero, sobre todo ellos, necesitaban desconectar después de dos meses encerrados en casa». Han tenido que adaptarse y contratar internet en la playa porque los tres jóvenes no han finalizado el curso, ni en la universidad ni en el instituto, y tienen que seguir con las clases telemáticas. Lo hacen, eso sí, en un ambiente más abierto. «Aquí podemos salir a la terraza, tomar el aire y despejarnos más», indica Carolina, quien, además, regenta un negocio de comida para llevar en la propia playa.

En el mismo caso se encuentra Isa Magraner. Instalarse en su apartamento de la playa ha sido una válvula de escape para la familia después de muchas semanas de encierro en su casa del pueblo. Con dos hijas de 17 y 20 años, en la tercera semana de mayo llevó a cabo su traslado hacia el litoral. «Nosotros siempre hemos venido cuando acaba el curso», explicaba. Como su amiga Carolina, ha tenido que contratar una conexión a internet para que sus hijas puedan acabar el curso.

Desde ayer se encuentra en su casa de la playa Laura Sansaloni. Con dos hijos de 14 y 5 años, normalmente suele esperar al cierre del colegio e instituto para empezar el veraneo. «Hace buen tiempo y aquí tienen aire libre para correr y jugar, además mi marido también trabaja en la playa, así que nos viene bien». El móvil resuelve la necesidad de su hijo mayor para conectarse a las clases.

En la playa desde marzo

Desde mucho antes se encuentran en su caseta próxima a la playa de Xeraco la familia de Juamba Llopis y Mar Pérez. Residentes en Simat de la Valldigna y pertenecientes a una falla de Tavernes, se disponían a vivir de lleno la fiesta cuando el Gobierno decidió suspenderla. Era el 10 de marzo y unos días después se decretaría el estado de alarma y el confinamiento. Ellos llegaron a tiempo. Antes de que se tomara la decisión, el día 13, hicieron las maletas y se marcharon a la caseta. «Vimos lo que estaba pasando en Italia y otros países, donde estaban confinando a los ciudadanos, y nos temimos que aquí pasaría lo mismo, así que nos vinimos». Querían evitar estar encerrados tanto tiempo en su pequeño piso sin balcón con sus dos hijos pequeños, uno de 4 años y otro de menos de uno, y lo cambiaron por un espacio abierto. La idea les ha acarreado alguna dificultad. «Hemos tenido que guardar todos los tíquets de compra que hemos hecho en Xeraco, que nos pilla más cerca, porque la Guardia Civil nos paraba y teníamos que explicarles por qué no estábamos en Simat». En dos meses, el único que ha salido de la caseta es Juamba para ir a hacer la compra. «Yo, como soy factor de riesgo, apenas he salido dos veces para cosas muy precisas», indicaba Mar.

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