Hace un año, por estas fechas, las imágenes del campo base del Everest dieron la vuelta al mundo. Y no precisamente por su belleza, sino por la cantidad de basura que dejaban allí quienes acudían para coronar su cima. Uno de los mayores tesoros naturales se había convertido en el vertedero a mayor altitud del planeta. Tiempo después, con la fatal aparición del Covid-19, nos vimos obligados a refugiarnos en nuestras casas para preservar nuestra vida y la de nuestra sociedad. Nuestra falta de actividad durante las últimas semanas ha provocado alguna agradable sorpresa: la aparición de delfines en la costa alicantina e incluso ballenas en el archipiélago canario.

Parecía que el respiro que le habíamos otorgado a la naturaleza y nuestra conciencia común sobre la importancia de hacerlo estaba dando sus frutos. Pero, por desgracia, no es así. Los últimos días ya han comenzado a aparecer mascarillas, guantes y otros productos de protección higiénica en mares y ríos. Parece que no somos capaces de aprender. No concebimos todavía que, si no preservamos, protegemos y cuidamos el entorno que nos rodea, por mucho que consigamos ganar la guerra contra la pandemia, quizá algún día nos encontremos sin una Tierra tal y como la hemos conocido.

Seamos responsables. Démonos cuenta de que, cada acto, por pequeño que nos pueda parecer, contribuye al bien común. Y si todos somos capaces de darnos cuenta, quizá estemos a tiempo de revertir la situación. Confiemos en que no sea tarde.