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La brecha universitaria

Dos jóvenes conversan mientras estudian en una biblioteca de la UV. Eduardo Ripoll

Son algunas de las muchas preguntas que están en el aire estos días, y que se suman al gran número de incertidumbres que la covid-19 ha despertado en la sociedad: ¿cómo será la universidad cuando la pandemia haya pasado? ¿Qué quedará de la enseñanza universitaria tal como la conocemos? ¿Qué será historia en la educación superior y qué cambio ha llegado para quedarse? ¿Se seguirá yendo a los campus o ya no volverán las clases con decenas de compañeros alrededor?

A pesar de ser complicado poder lanzar suposiciones, siendo optimistas, a semanas o a un mes vista en la situación actual, este es un debate real que inquieta a la comunidad universitaria, que cuenta con miles de trabajadores y, cada septiembre, recibe otros tantos estudiantes nuevos, que también desean saber cómo evolucionarán los estudios superiores que van a iniciar, una vez superada la selectividad, que este curso se prevé atípica.

Si intentamos poner las luces largas e imaginar ese futuro escenario, el ministro Manuel Castells ya detalló en abril que el «salto» dado por la universidad durante el confinamiento debería traducirse en un camino hacia la «bimodalidad», con una formación online que complemente a la presencial. Aunque para 2020-21 deberá garantizarse la «presencialidad al máximo», siempre que la pandemia lo permita, «se ha abierto una vía de futuro y es el mundo que ha venido; hay que estar preparados para desarrollar una nueva dimensión de enseñanza que requerirá un aumento de la digitalización e inversión y un reciclaje del profesorado», adelantó el ministro, todo sin perder la esencia y tradición de la universidad, esa de formar mentes críticas que sean capaces de transferir conocimiento y mejorar la sociedad.

Promesas de inversión, digitalización y modernización que, según algunos docentes universitarios, no son nuevas, pero que nunca llegan a las aulas. Esto pasó, por ejemplo, con el Plan Bolonia, como recuerda Manuel Alcaraz, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante (UA). Para el ahora exconseller, el plan (que ya lleva una década en las clases y dos de existencia desde la creación del espacio común europeo), prometió una reducción de ratios que, a día de hoy, aún no se ha implantado. «No se ha reducido el número de alumnos ni se ha creado un cuerpo de profesorado más amplio», critica, por lo que ahora, ante los cambios que pueda traer la covid-19, pide «no hacer triunfalismos» porque «en la digitalización nos la jugamos».

El profesor asegura que en este ámbito, «el golpe no ha sido tan duro como en otros sectores, ni ha ido tan mal como a la media de la sociedad», por lo que no hay «un especial derecho» a quejarse, pero sí lanza varias reflexiones. Por ejemplo, apunta que se habla «desde hace lustros de los métodos online, pero nunca nos hemos enfrentado a estos retos ni se había hecho ningún ensayo general de este tipo. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie?», se pregunta. Por eso, más que negar un cambio o una evolución, llama a ser realistas. «Estamos en una emergencia absoluta y lo hemos hecho lo mejor posible (los profesores trabajando más que en presencial), pero no es verdad que haya sido maravilloso, ha habido quiebras en el sistema de aprendizaje», por lo que teme que se piense «¿por qué vamos a mejorar si ha funcionado muy bien?». «No podemos quedarnos en debates epidérmicos. ¿A qué vamos? ¿A un mayor modelo digital y al olvido de la interacción con los alumnos, o eso va a mantenerse?». Alcaraz asegura que en este cuatrimestre la relación ha sido «casi inexistente con el alumnado», ya que muchos estudiantes estaban «estresados» y pasando situaciones familiares complejas.

Por otro lado, Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho en el Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València (UV), asegura que la enseñanza superior «será como siempre», en el sentido de que los cambios recaerán «sobre los profesores e investigadores» con «una sobrecarga de trabajo» y un modelo que «lamentablemente reducirá la presencialidad». De Lucas, ahora senador y presidente de la comisión de universidades de la Cámara Alta, reconoce que es «muy pesimista» y cree que habrá un «cambio muy negativo en la relación e interacción entre profesores y estudiantes». «Un modelo semipresencial podría ser bueno si hay medios materiales, técnicos y personales, una inversión que no está al alcance, porque ni las comunidades autónomas ni los rectorados tienen planes concretos y fiables de las inversiones». Por eso, afirma con vehemencia que la docencia online que se podría implantar es «una caricatura»: «pasar un vídeo o material en las 'aulas virtuales' no es docencia». «La interacción tiene un papel básico, debe haber una retroalimentación simultánea entre profesor y estudiantes; si no, el modelo tiene riesgo de convertirse en un fraude de la docencia», lo que cree que puede afectar especialmente a las Humanidades y las Ciencias Sociales. «Si no se invierte en docencia, esta no tendrá calidad», advierte. Asimismo, De Lucas piensa que hay un «riesgo enorme para los derechos de los empleados» si se implanta el «teletrabajo», en cuanto a la conciliación y la brecha de género; la privacidad; el derecho de «desconexión» de los docentes. o un gran volumen de trabajo, además de asumir los gastos de la actividad laboral.

Como Javier de Lucas, los estudiantes también temen por la calidad de la enseñanza de la universidad que viene, ya que, con la no presencialidad, han visto «un riesgo increíble». Andrés Fernández, coordinador de l'Assemblea General d'Estudiants (AGE) de la Universitat de València, reconoce que la universidad «está anticuada» y debe actualizar «sus técnicas docentes y materiales». No obstante, este estudiante de Derecho y Ciencias Políticas advierte de que una reducción de la presencialidad podría llevar a «la no diferenciación con la universidad privada, lo que irá minando, poco a poco, a la pública», ya que se perdería la «capacidad de discusión»

Además del cara a cara con los docentes, Fernández recuerda la importancia de los campus: «Es el 'espíritu' que da ganas de ir a la universidad y de estudiar; estar en los campus permite participar y hay seminarios, actividades, debates...». Por eso, el representante estudiantil considera que la pandemia ha sido «devastadora a nivel psicológico», pero es «una oportunidad para mejor las competencias TIC», aunque siempre siendo la modalidad online «complementaria, sin sustituir a la presencial».

Quien no teme al cambio es Marga Cabrera, doctora en Comunicación Audiovisual y premio a la excelencia docente por el Consejo Social de la Universitat Politècnica de València (UPV). Para la profesora, el sistema podría ser «mucho más flexible para el alumno que, por ejemplo, no pueda ir a clase». Considera que las sesiones magistrales con discursos del profesor «ya no son necesarias» y que en la presencialidad se deberían primar «los trabajos en grupo que inciten a pensar». «En internet se puede encontrar cualquier contenido en cuestión de minutos, el profesor debe evolucionar y se debe 'reciclar', no solo en su materia, sino por estar en el mundo en el que viven: hay que conocer el lenguaje de los alumnos para poder llegar a ellos; lo digital no debe dar miedo», defiende. De hecho, considera que si un docente tiene presencia en las redes e identidad digital, «lleva la universidad a la calle y facilita el traspaso de conocimientos a la sociedad».

Sobre el principal argumento a favor de la presencialidad, Cabrera garantiza que en el mundo digital también «se trabaja en grupo, se puede ser crítico, analizar...». En grupos creados en redes sociales -porque «hay que llevar la formación también al espacio de ocio de los alumnos»-, «se habla de temas fuera del horario de clase, se resuelven dudas y también participan las personas más tímidas», defiende. Se trata de «abrir la mente» y usar las posibilidades que ofrece internet «como una herramienta, con una finalidad, un contenido, una planificación....» porque, asegura, el alumnado siempre responde.

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