El dueño de la mítica Taberna Vasca Che, Pepe Ibáñez, ha fallecido a los 71 años. La taberna ha sido un referente en la vida valenciana en los últimos cincuenta años por su ubicación en la avenida del Antiguo Reino de Valencia, que durante décadas fue punto de encuentro de los amantes del cine en la capital del Túria. Ibáñez fue (además de un hostelero reconocido) una figura clave en el impulso al fútbol femenino en las décadas de los 80 y 90. Pepe Ibáñez será enterrado hoy en el cementerio de Port de Sagunt. Deja tres hijos, José María, Carlos y Belén, y a su viuda, María Ángeles. Su hijo Carlos ha tomado las riendas de la Taberna Vasca Che

Nacido en la provincia de Teruel, en el año 1975 compró la Taberna Vasca Che con su mujer María Ángeles. La taberna era de un matrimonio vasco que durante un mes enseñó a María Ángeles las técnicas de cocina de Euskadi. La pareja ya había tenido un bar en Puerto de Sagunto (localidad de María Ángeles) y dio el salto a València con una taberna situada en un punto estratégico ya que en los setenta, los ochenta y principios de los noventa la avenida del Antiguo Reino de Valencia concentraba tres de los principales cines de la capital: Martí, Avenida y Tyris. Pepe Ibáñez sabía los horarios de cada pase y avisaba a sus clientes cinco minutos antes de que comenzara cada proyección. Esto hizo que para mucha gente fuera una tradición ir a picar algo en la Taberna Vasca Che antes de entrar en el cine.

Pepe y su mujer supieron conservar el sabor y la tradición de platos caseros de la taberna. El bar era muy conocido por las croquetas de cocido, los pimientos de carne y el bacalao a la vizcaína.

Enrique Pérez Boada (ex director general del Instituto Valenciano de Finanzas) destacó ayer que Pepe Ibáñez «fue un buen hostelero, comprometido con su barrio y un buen padre de familia. Siempre te trataba como a un cliente especial y con el tiempo te seducía y no podías pasar mucho sin ir a degustar sus croquetas o albóndigas, y en general la comida casera que ofrecía. En el fondo, era el conjunto lo que hacía la taberna mítica. Ahora seguro que su hijo Carlos conservará ese sabor».

Pepe Ibáñez, que siempre cerraba en julio para ir a los San Fermines, estaba enamorado del carácter único de su local y nunca tocó nada.