El coronavirus (covid-19) es la pandemia más reciente que ha azotado nuestro planeta; sin embargo, ni ha sido la primera ni será la última. La covid-19 se suma a la relación de problemas que amenazan a la sostenibilidad económica, medioambiental, social y cultural del territorio, como son el cambio climático, la crisis medioambiental, las desigualdades en la distribución de riqueza o el reto demográfico. ¿Cuál es la capacidad de respuesta ante estos escenarios de crisis? Esa potencialidad de reacción ¿es similar en los territorios? La resiliencia es el término que permite aglutinar diversos conceptos relacionados con la capacidad de reacción, como son la recuperación, la adaptación, la renovación, la vulnerabilidad€ incluso la resistencia. Se trata de la capacidad de responder de manera eficaz a cambios no previstos.

Cuando nos referimos a la resiliencia territorial, consideramos la capacidad de un territorio para renovar y desarrollar los medios que faciliten las transformaciones necesarias, las soluciones, ante problemas sobrevenidos.

Desde la disciplina geográfica, y en particular atendiendo a la realidad valenciana, la resiliencia territorial se caracteriza por unas claves que facilitan su identificación y, sobre todo, la dimensión real de dichas capacidades.

Proceso histórico

En primer lugar, la resiliencia territorial es una realidad que no se improvisa. Es consecuencia de un proceso histórico en el cual se ha ido configurando un ambiente idóneo para reaccionar ante imprevistos. Se trata de una capacidad permanente que atesoran algunos territorios. Estos se conciben como las construcciones sociales integradas en unos espacios geográficos determinados.

En la historia del territorio valenciano hallamos constantes ejemplos de esa adaptación. Tal vez el más significativo sea la vocación exportadora y la dimensión internacional de nuestros sectores económicos, como la agricultura, en particular la citricultura exportadora desde el siglo XIX o la producción y exportación de vinos durante el siglo XX; las industrias textil, juguetera, cerámica, calzado€ durante décadas, base de nuestro tejido productivo; y la industria turística, basada en el mercado internacional demandante de uno de nuestros recursos naturales por excelencia, el tándem «sol y playa», el clima templado de verano seco y el mar Mediterráneo.

Sin embargo, esa capacidad de adaptación de las sociedades que habitaron la actual Comunitat Valenciana se remonta a siglos atrás. Cómo explicar sino las transformaciones en los usos del suelo y las soluciones técnicas para establecer y aumentar los regadíos tradicionales durante siglos, como una respuesta a un medio natural hostil, caracterizado por la falta de recursos hídricos. La milenaria Huerta de València, y los sistemas de irrigación localizados en los municipios valencianos son testigos del esfuerzo y de la capacidad de adaptación de nuestros antepasados.

En segundo lugar, la resiliencia es desigual por la diversidad de nuestros territorios. Nos referimos tanto a las diferencias entre el sistema urbano y el sistema rural, implantados en sus «respectivos espacios», como a las escalas territoriales existentes, a caballo entre la local, la supramunicipal, la comarcal, la provincial o la regional.

La Comunitat Valenciana se caracteriza por un dualismo, el urbano frente al rural. Por una parte, territorios urbanos, dinámicos, poblados, aglutinadores de actividades económicas; por otra parte, territorios rurales, envejecidos, pasivos, subsidiarios de los urbanos. Sin embargo, en ambos hallamos territorios más capacitados, más innovadores, a diferencia de otros. Territorios «inteligentes», que han facilitado respuestas a problemas concretos.

Ante esas dificultades algunos territorios han ido reaccionando y adaptándose. Es el caso del proceso de sustitución parcial del naranjo por el caqui en la Ribera Alta, por la crisis de la citricultura; la producción de vinos de más calidad por parte de bodegas de Utiel-Requena, acostumbrados durante décadas a la producción a granel; la transformación de la industria juguetera en la de plásticos y auxiliar para el automóvil, en la Foia de Castalla, por la competencia del sureste asiático; la producción de aceite de máxima calidad relacionada con los olivos milenarios del Maestrat; o recientemente la creación de un clúster textil sanitario en la Vall d'Albaida, ante las necesidades de la covi-19.

En tercer lugar, la resiliencia territorial depende de un amplio abanico de factores que permiten modelar un espacio capacitado que proporciona respuestas a cuestiones como: quiénes lideran, de qué manera se toman las decisiones, con qué medios se cuenta, y qué finalidades se persiguen.

La resiliencia territorial depende de la disponibilidad de recursos, que pueden ser muy variados: naturales, humanos, patrimonio cultural, paisajísticos, equipamientos, infraestructuras, económicos, institucionales€ incluso su localización. Unos recursos que precisan de unos conocimientos y capacidades para ser puestos en valor, es decir, precisan de formación técnica y profesional.

Redes entre empresarios

Del mismo modo la resiliencia depende de la configuración y los niveles de consolidación de las redes entre empresarios, de las organizaciones institucionales asentadas en el territorio (por ejemplo, las mancomunidades), y del asociacionismo social en sus diferentes modalidades (culturales, festivas, reivindicativas, etc.).

Se trata de redes arraigadas, vinculadas, integradas€ en los procesos y en las dinámicas de sus respectivos territorios. Y finalmente, depende de los progresos en materia de innovación que adoptan tanto las empresas (organización, producción, comercialización, internacionalización, etc.) como la sociedad local. Hay sociedades más innovadoras que otras, condicionadas por dinámicas sociales aprehendidas durante décadas.

Las consecuencias de la covid-19 van a requerir de la resiliencia territorial para hallar las respuestas más idóneas dirigidas a la recuperación de nuestros municipios y de nuestras comarcas. La crisis económica del 2020 derivada de la covid-19 afecta a todos los territorios; una implantación territorial reflejada en el impacto de los ERTE y en los trabajadores desocupados en cada municipio valenciano, tanto del litoral como del interior.

En definitiva, las estrategias que se diseñen para hacer frente a esta crisis de dimensión económica y también social deberán tener en cuenta, además, las singularidades de los territorios y sus diversas capacidades. Y una realidad que, por su condición ambigua no se tiene presente, la territorialidad. Nos referimos a los vínculos entre la sociedad y su espacio geográfico de referencia, al sentimiento de pertenencia a un territorio y por lo tanto a su sociedad; al valor que adquiere el sentimiento de orgullo de ser de un municipio o de una comarca determinados; al significado de compartir un patrimonio cultural, una lengua o unos paisajes comunes. Constituye un factor que impulsa a colectivos sociales, empresariales y políticos al trabajo y al esfuerzo conjuntos, a respuestas corales, a objetivos que persiguen la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos.