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Templo gastronómico

La cuesta abajo de la posada de Venta l'Home

El emblemático restaurante del recientemente fallecido Xemi Baviera languidece abandonado

La cuesta abajo de la posada de Venta l'Home

Cuando un establecimiento que ha sido emblemático se pierde, duele. Verlo en avanzado estado de descomposición aún más. Es más que seguro que Xemi Baviera no habrá querido irse pensando en lo que fue su imperio gastronómico. Absténganse aquellos que guardan el recuerdo de haber disfrutado de una buena cena. Ni siquiera de los que, en el último tramo de existencia activa, ya vieron su declive.

La Venta l'Home, la casa de postas más peculiar de la Comunitat Valenciana, es ahora mismo un edificio fantasma que, al no estar clausurado, ni tampoco destruido en su totalidad, purga su destino a la espera de que alguien se anime a reflotarlo. Es lo único bueno que tiene su estado: se le ve abandonado, pero sólido. Necesitaría una reforma integral, pero no da la sensación de estar en ruinas. Era un restaurante referencial, que retomaba el edificio

del siglo XVII en el que las caballerizas hacían parada y fonda camino de Madrid tras haber superado el portillo de Buñol. Se comía fabulosamente. Era un restaurante «con un montón de cosas raras colgadas», como diría Mou Szyslak. Muchos niños descubrieron la fauna de granja en su espacio anexo, donde ocas, pavos y gallinas, destinados a consumo del establecimiento, paseaban con libertad vigilada.

La historia es conocida: la autovía hizo daño, pero no justificó el declive de la Venta. Porque El Vasco, en Villarrubio, sobrevive. Y el Norte, en Barracas, también. El restaurante, además, tenía trato de favor en la autovía: un cartel de color marrón bien específico «Casa de Postas. Siglo XVII». No los logos del tenedor y el cuchillo y el surtidor de gasolina con el ambiguo «zona de servicios» de cualquier otro punto kilométrico. Xemi enfermó, llegó también la crisis y todo cayó en cascada. Desaparecieron de las mesas los políticos y los artistas. Los últimos arrendatarios bajaron el nivel. Tripadvisor se hizo cruel. El pasado fin de semana, Xemi se iba a los 76 años. La Venta se fue hace mucho antes.

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El desolado aspecto de la casa de postas de Venta l'Home

Hoy, la entrada es un Chernóbil campestre. Con el pequeño parque infantil aún en pie, pero oxidado y tomado por la maleza. La puerta está abierta. En su cristalera perviven casi una veintena de pegatinas de guías y almanaques. «Restaurante recomendado». Lo era.

Dentro, la desolación. No está arrasado y quedan muchos vestigios de lo que fue. Utensilios de cocina, servilleteros, botellas de vino medio llenas, junto a un botellero que aún conserva los precios y que recuerdan que el celler era más que cosiderable. Llama la atención sobre todo un Albariño Gran Bazán de grandes dimensiones. Al lado, ejemplares aceptablemente conservados de esos almanaques en los que se decía que una comida en esas salas era una experiencia.

La barra pervive. Hay un par de teléfonos analógicos. Y un cassette: «La Ramona y otros grandes éxitos». Esto ya era una reliquia cuando, a primeros de siglo, la Venta l'Home iba como un cañón.

En algunas salas se nota que se han hecho hogueras,incluyendo en la gran chimenea central, vestigio secular. Asombrosamente, en el interior tan sólo hay un grafiti. Ha estado okupada, pero poco. La cocina está destartalada, pero llena de utensilios todavía. Absténganse cleptómanos: están viejos y anti higiénicos. Viejos botes de azúcar en polvo o sobres de leche condensada aún cerrados se confunden con productos de limpieza que ya no limpian. Cables y mas cables. Abierto de par en par un dietario. Una vieja tabla de cortar carne junto a las antiguas cámaras frigoríficos. Y suciedad infinita. Por una empinada escalera se llega a una oficinita donde pervive un somier y un colchón. Por una ventana se ve la última versión de la casa de postas: el lounge bar con piscina. El acceso está tapiado. La antigua granja mantiene las casetas, pero la vegetación empieza a taparlos.

Engastados en las paredes quedan algunos de los "socarrats" que rememoran la condición de casa de postas. Lo mismo que el cartel con el célebre grabado de las paradas que tenían las líneas el Camino Real de València a Madrid. Pero el silencio se impone. Nada que ver con el trajín de personas y personajes que se sentaron en su día junto a los blancos manteles. La casa está en mitad de ninguna parte. A la espera de un resucitador.

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