Decía Antonio Machado aquello de «caminante no hay camino se hace camino al andar». Y poco a poco vamos caminando hacia una «nueva normalidad», en la que con el primer fin de semana de julio -el comienzo de las vacaciones de verano para algunos- las playas de la costa valenciana empiezan a recobrar su aspecto habitual en estas fechas. Un ejemplo de ello es Cullera, con la llegada del turismo del interior de la península, principalmente madrileños que tienen aquí segunda residencia o que han alquilado un apartamento, quienes tratan de dejar atrás unos meses de desazón y calles desoladas -su comunidad ha sido una de las más castigadas por el Covid-19- tumbándose al sol y sintiendo la brisa del Mediterráneo. «Han sido meses muy duros, necesitábamos venir ya a nuestro oasis particular», confiesa Tomás Benito, un madrileño de 69 años. Junto a él, su esposa Estrella, con la que ya veraneaba en Cullera en sus años de noviazgo.

Pero cómo ha sido el recibimiento de los lugareños a estos turistas procedentes de una zona tan castigada por los contagios. Pues en líneas generales, y teniendo en cuenta que muchos vecinos de Cullera viven del turismo, «se les recibe con los brazos abiertos, eso sí guardando la distancia oportuna de dos metros», bromea Mari Carmen Ruiz. «Ellos no tienen la culpa de nada, el problema va a venir si abren fronteras», aclara poniéndose ya seria.

«Lo mismo me da que vengan de Madrid o de València, hay que tener prudencia y convivir con esto», explica Verónica, a la vez que critica el poco uso de las mascarillas. «La gente pasa de todo, ni en el ascensor se la ponen».

Es precisamente la ausencia de más medidas de distanciamiento social para evitar rebrotes y un mayor control uno de los aspectos que más extrañeza generó a los madrileños que llegaron ayer o el viernes para pasar sus primeros días de vacaciones. «Nos llama la atención el poco miedo a los contagios que hay aquí, la sensación en Madrid es muy distinta», reconoce Santiago, quien estuvo hospitalizado ocho días tras detectarle el virus al comienzo de la pandemia. «Nosotros lo hemos pasado todos y en principio ya hemos desarrollado anticuerpos», aclara a la vez que reconoce que le sorprende que nadie en la playa lleve mascarilla. «Hemos bajado con las mascarillas puestas pero, como nadie la llevaba, me la he guardado en el bolsillo», admite.

Para Elena, una madrileña de 20 años que ha venido a veranear a Cullera con sus padres, la situación en la playa, llena de gente y sin distancia ni siquiera de un metro entre las toallas y sombrillas, también le resultó chocante en su primer día de sol. «Pensaba que iba a haber control de aforo, en Madrid la gente está mucho más concienciada», asegura la joven.

Y aunque los que veranean todos los años en Cullera coinciden en que ni mucho menos en la masificación de años anteriores en estas mismas fechas, sí que han notado un cambio sustancial respecto al fin de semana anterior. «Vinimos hace diez días y no había prácticamente nadie, pero esto ya se empieza a parecer más a lo de otros años», reconoce Gloria, quien ha dejado por unos días su casa del madrileño barrio de Fuencarral.

Junto a otro matrimonio de jubilados están disfrutando de sus últimos días de sol y playa antes de regresar al asfalto de la capital. «Han sido meses muy duros, hemos vivido el dolor de cerca, al vivir junto al Hospital La Paz, y con miedo al ser lo suficientemente mayores como para no contarlo si cogíamos el virus», confiesa Estrella. Ahora dice que van a todos lados con su mascarilla puesta, aunque no la lleve en el momento de la entrevista. «Yo creo que es la sensación de aire puro y por eso nadie se la pone en la playa».

Respecto a si están teniendo un trato distinto con ellos la gente al saber que vienen de Madrid, aseguran no haber escuchado ni un solo mal comentario. «Creo que los primeros meses de confinamiento nos tenían un poco de 'yuyu' porque allí se desbordaron los contagios, pero este virus te puede pillar en cualquier sitio», sostiene Gloria. «No llevamos un cartelito que ponga que somos de Madrid, si lo supieran a lo mejor se apartarían», bromea Tomás.

Encarna, que recibe a diario clientes de todo tipo en su estanco cerca de la playa, admite cierto «recelo» al saber la procedencia de algunos turistas. «Si se toman las medidas adecuadas no tiene por qué pasar nada, vengan de donde vengan». «Necesitamos del turismo para seguir con nuestra vida normal, pero es cierto que la juventud parece que no se lo está tomando en serio. Para ellos es como si no pasara nada», critica esta vecina de Cullera.

No comparten esta opinión Miguel, María, Lucía y Luis, dos parejas de veinteañeros de Móstoles que llegaron ayer a Cullera para poder desconectar de estos meses de confinamiento. «Estos meses han sido lo peor, pero no se nos han olvidado». Eso sí, tan pronto como se enteraron que se iban a permitir los viajes de una comunidad a otra se pusieron como «locos» a buscar el alquiler de un apartamento en la costa valenciana. «Había que salir de allí, nos lo merecemos», apunta Luis mientras siguen su partida de cartas tumbados en la arena.

Sin lugar a dudas los que mejor han recibido la llegada de los turistas de la capital son los hosteleros, como si de los americanos se tratara en la película de Berlanga. «Abrímos el negocio este mes de junio, sabíamos que no nos iban a fallar, no hay nada como disfrutar del sol y de una buena cerveza», admite Artak confiado en reflotar su bar con este Marshall de Chamberí.

Un hombre de 80 años muere ahogado en el Saler

Un hombre de unos 80 años falleció ayer ahogado en la playa de El Saler-La garrofera, según informaron fuentes de Cruz Roja. El accidente ocurrió las 11.20 horas cuando unos bañistas alertaron de la presencia en el mar de un hombre inmóvil, a unos cinco metros de la orilla. Personal de Cruz Roja con la ayuda de una moto acuática sacaron del agua al hombre y le realizaron una primera asistencia hasta la llegada, dos minutos después, de una ambulancia del servicio médico urgente. Durante 30 minutos los médicos le realizaron técnicas de reanimación cardiopulmonar, pero no hubo respuesta. Finalmente confirmaron el fallecimiento de este hombre, de 80 años, cuyo cadáver fue trasladado al Instituto de Medicina Legal de València.