Las previsiones para este verano son poco halagüeñas: temperaturas cada vez más altas, sequías extenuantes, bosques convertidos en yescas... La antesala de los temidos incendios estivales, especialmente dañinos en el litoral mediterráneo. «Pero la buena noticia es que estamos preparados y tenemos una unidad de primer orden como es la unidad militar de emergencias, la UME». Es la conclusión de la delegada del Gobierno en la Comunitat Valenciana, Gloria Calero, tras 'pasar revista' ayer a esa unidad en su sede, en la base Jaime I de Bétera, junto con los tres subdelegados provinciales.

En su primera visita a las instalaciones, el teniente coronel jefe de la UME, Olaf Clavería, así como cada uno de los mandos de las distintas unidades, desgranó las capacidades de su batallón, el BIEM III, y sus medios, tanto humanos (527 hombres y mujeres) como materiales, con 145 vehículos entre camiones, autobombas, nodrizas, máquinas quitanives, vehículos ligeros, transportes oruga acorazados, maquinaria pesada, ambulancias y hasta autobuses para trasladar tropa. Sin olvidar una decena de embarcaciones y el grupo de perros de rescate, con seis animales adiestrados en buscar personas vivas y tres más capaces de detectar cadáveres no solo en superficie, sino también bajo los escombros o incluso sumergidos hasta a 25 metros por debajo de la lámina de agua de un pantano, por ejemplo.

Desde 2007, dos años después de su creación y cuando sus integrantes, que procedían de los tres ejércitos -tierra, mar y aire- ya estaban formados y dotados para atender cualquier emergencia social en todo el territorio español, la UME ha participado activamente en la extinción de 383 incendios forestales, la mayoría de gran envergadura, en toda España. En la C. Valenciana han sido 32 colaboraciones. No han faltado a una sola de las 'grandes citas': Cortes de Pallás y Andilla, en 2012; Llutxent, en 2018... El año pasado fueron activados para el de Beneixama, en el Alto Vinalopó.

La actuación siempre es la misma: ha de ser el Gobierno valenciano, responsable de la gestión de incendios, quien demande su intervención a través de la Delegación del Gobierno. La columna de reconocimiento es la primera en ponerse en marcha. Se trata de saber cómo y dónde está el fuego y qué se necesita de ellos. Sobre el terreno. A partir de ahí, coordinados con el puesto de mando avanzado que gestiona la extinción, aportarán todo lo que se les pida.

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Gloria Calero visita la Unidad Militar de Emergencias, UME en la base militar de Bétera

Completamente autónomos

«La clave es ser autosuficientes, porque vamos para ayudar, no para dar trabajo. Somos parte de la solución, nunca del problema», presume el teniente coronel ante la delegada. Por eso disponen de toda la logística necesaria para no depender de nadie: avituallamiento, todo lo necesario para pernoctar e incluso un puesto de mando móvil capaz de ofrecer datos y voz no solo a los suyos, sino al organismo que lo requiera. Sin miedo a la caída de la red terrestre porque trabajan con satélites.

Una vez reconocido el terreno, en oleadas de entre 30 y 60 minutos van enviando personal de «ataque directo». En lenguaje civil, quienes escupen agua contra las llamas.

Como muestra, un botón: la parte trasera de la base es un gigantesco espacio convertido en área de maniobras. Allí se entrenan para tener al día todas sus capacidades, las genéricas -extinción de incendios forestales, inundaciones, grandes nevadas y terremotos-, pero también las especiales del BIEM III -rescate subacuático, en grandes nevadas como la de la A-3 en 2017, búsqueda y rescate urbano (Lorca, 2011), intervención en espacios confinados y rescate en helicóptero-.

Ayer demostraron parte de esas capacidades con un simulacro de incendio forestal en el que los militares atacaron con mangueras desde vehículos autobomba, mientras otros compañeros exhibían cómo frenar el fuego regando los perímetros con espuma o protegiendo edificios con cortinas de agua proyectadas por aspersores gigantes, los mismos que les sirven para protegerse dentro de los vehículos cuando el fuego les juega una mala pasada y los rodea.

Y mientras desde el aire el helicóptero arroja una y otra vez decenas de litros de agua, las excavadoras entierran las brasas humeantes que ha dejado la sección que ha neutralizado las llamas, todo ello bajo la mirada atenta del mando y de la delegada. «Ojalá no tengamos que recurrir a ellos, pero si así, fuera, todo está listo y preparado». Ojalá.