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Manuel Portaceli: "El sistema quiere perder la oportunidad de cambiar"

Casi treinta años después de una polémica que marcó a la sociedad valenciana, Manuel Portaceli continúa sin entender qué sucedió y qué había detrás de la tempestad en torno a la rehabilitación del Teatro Romano de Sagunt, que proyectó junto con el italiano Giorgio Grassi.

Manuel Portaceli (València, 1942), en su domicilio de la ciudad la semana pasada. miguel ángel montesinos

Es responsable en València de la recuperación del Palau dels Borja (Corts Valencianes), las Atarazanas, el palacio del Marqués de Campo o una de las fases del decaído Museo de Bellas Artes, pero su nombre quedará ligado, lo quiera o no, a la rehabilitación del Teatro Romano de Sagunt, una de esas polémicas largas y llenas de aristas que han marcado a la sociedad valenciana posterior al restablecimiento de la democracia. Él sigue sin entender muy bien qué pasó, casi 30 años después del inicio de aquella batalla, pero una consecuencia es que el proyecto quedó inacabado. Quizá es un indicio para entender esta tierra de varias almas.

El estudio de arquitectura de Manuel Portaceli es hoy su casa, un mirador a los árboles monumentales de la Gran Vía Marqués del Turia. Acaba de llegar de Dénia, su otro refugio, donde ejerce de abuelo, y se sienta en el salón, junto a un noble tocador de general reconvertido en caja de dibujo y una luminosa pintura de Francisco Lozano (fue su suegro) de una playa de Benidorm anterior a las de hoy. Una declaración de intenciones. Quizá.

¿Sin ilusión es imposible una profesión con un componente creativo importante?

Se lo digo continuamente a los jóvenes y algunos me miran con cara de póker.

¿Ha visto una evolución en los alumnos jóvenes?

Tienen curiosidad y están más despistados. Van muy deprisa con muchas asignaturas y no les da tiempo a reflexionar. La carrera yo creo que carece últimamente de reflexión: por qué haces algo y para qué.

¿Usted tiene claro para qué ha servido su obra?

Mi generación ha tenido bastante claro que tenía que dar lo mejor para mejorar la sociedad. Con todos los problemas que he tenido, me lo he pasado muy bien trabajando.

¿Volvería a ser arquitecto?

Sí. ¿Qué podría ser si no?

¿Es mejor arquitecto hoy que en 1972?

Más maduro. Uno al final aumenta el conocimiento, pero también las dudas. Tienes menos certezas con los años.

Dicen que la pandemia va a provocar cambios en la arquitectura. Más casas individuales, donde vivir mejor la soledad. ¿Lo cree o el ser humano es un animal que olvida rápido?

Me parece que se está buscando más de lo mismo, que vuelva el pasado. Y perderemos la ocasión de replantear las tonterías que hemos hecho. Me temo que el sistema quiere eso, volver al lugar donde se quedó, perder la oportunidad de cambiar.

¿Había mucho que cambiar de ese pasado? ¿También en la arquitectura?

El otro día leía que nos hemos equivocado, que estábamos imponiendo la globalización, cuando debía ser una adaptación a cada país. ¿A estas horas? Es lo que la arquitectura ha dicho siempre. Menos mal.

¿Pero mira alrededor y ve mucha arquitectura que no tocaba para este país?

La ciudad la hace una arquitectura de consumo. En España en general ha sido muy prudente. Hay casos de arquitectura espectáculo, pero ha sido muy adaptada al medio.

¿Y una arquitectura social, adaptada a las necesidades de los que menos tienen?

Eso es una remora. Se ha visto con la escalada de los alquileres y el turismo depredador de los pisitos, que es la muerte de las ciudades.

Ahora que el medioambiente es el tema. ¿Hasta qué punto puede ayudar la arquitectura a detener el cambio climático?

La arquitectura interesante es sostenible, no usa materiales y sistemas caros.

¿La vida no es hormigón, vidrio y plástico?

No es que me gusten. Si es adecuado, sí, pero prefiero lo que surja del lugar. Lo que se pueda solucionar con una forma sencilla, no hay por qué complicarlo.

¿La arquitectura espectáculo ha pasado?

Un poco sí. Era absurda, no tenía más justificación que la exhibición de poder y dinero,. Una arquitectura ha de responder a una necesidad y esa era gratuita.

En ese momento los arquitectos eran grandes popes.

Los arquitectos estrella siguen manteniéndose. Otorgan prestigio y glamur a quien les encarga. La sociedad de consumo los pide, pero han venido a menos. Con la pandemia debe cambiar, buscar una arquitectura que responda más a unas necesidades reales, pero es más un deseo.

¿Entiende por ejemplo a Santiago Calatrava y su manera de concebir la arquitectura?

No es que me interese mucho. Me interesa la arquitectura pegada al lugar y su historia, y a él, otros factores.

¿Qué reflexión le produce una sociedad que en los últimos 30 años ha vivido muy marcada por dos proyectos arquitectónicos: el suyo en el Teatro Romano de Sagunt y la Ciudad de las Artes y las Ciencias?

Son dos polos. Calatrava ha creado un área de influencia evidente y una atracción turística. En València tenemos un triángulo mágico con la Lonja, los Santos Juanes y el Mercado Central, que es lo que hay que visitar indudablemente, pero la gente va también a la Ciudad de las Artes. Es el icono de lo nuevo. Lo entiendo. Pero esa arquitectura no pide más que eso, mientras que el pobre Teatro Romano lo tienes que entender un poco. La gente consume muchas veces ruinas y monumentos porque son viejos.

Tantos años después, ¿entiende qué sucedió con aquella intervención? ¿Qué conclusión extrae?

No lo entiendo. Por un lado, esa batalla constante de 20 años, ¿qué interés tenía? ¿Derrocar a los socialistas? Veinte años todos los días diciendo absurdos, falseando. Se ha conseguido que el teatro esté abandonado. Se actúa, pero no se han colocado piezas escultóricas, el anticuario. Una manipulación política muy bestia.

¿Rechazaría hoy el proyecto si se lo pusieran encima de la mesa?

No sé [ríe], por el dolor de cabeza. Fue un tema apasionante, de hecho me piden conferencias aún. Diría que sí, luego ya veríamos...

Se ha mantenido en un plano discreto en los últimos años. ¿Consecuencia de aquellos quebraderos de cabeza?

Pensé que tenía otras muchas cosas que hacer, proyectos interesantes que se borran frente a lo otro. Lo mejor era ir saliendo de una discusión absurda y sin fin, me gustaba la universidad y mi trabajo, no solo en el patrimonio, sino viviendas, escuelas, y quería seguir.

¿Le afectó a los encargos?

Seguro, porque el que me conocía poco no querría que lo pudieran sacar en prensa. No entiendo qué hay detrás, de verdad.

¿Cabeza de turco de intereses políticos? Eran los últimos años de la etapa de Joan Lerma, de mucha presión y de desgaste también. ¿Lo pagaron ustedes?

El otro día me preguntaban quién pagó los 16 millones a [Juan] Marco Molines [el abogado que litigó contra el proyecto]. No lo sé. Pero todo ese montaje era dinero.

¿Aquello le distanció de la profesión? ¿Se sintió abandonado?

Los estamentos oficiales de la arquitectura no estuvieron en su lugar. Apoyaron a los otros. Pero siempre me he sentido reconfortado con quienes me apoyaban y entendían el proyecto.

La Justicia tampoco lo entendió, porque al final sin el dictamen de la comisión de expertos creada desde la política todo hubiera acabado en desmantelamiento.

No recuerdo bien, pero al final la Justicia dijo que no se podía tocar.

Dijo, después del dictamen, que la sentencia anterior era inejecutable.

Es que cómo vas a llevar un tema arquitectónico a unos tribunales. Lo dijimos siempre. Nada es tan simple.

¿Asume errores en aquella intervención?

El planteamiento era muy sencillo. Puede haber algún error, no soy consciente, pero las líneas generales eran de mínimos. Los proyectos de los años 50 y 70, cuando se interviene de verdad en el teatro, dicen que se utilizarán materiales similares a la obra. Se empiezan a caer y arreglan, aumentan el volumen. El teatro era todo nuevo.

Una supuesta ruina.

Una falsa ruina. Es muy importante, porque trazamos lo mínimo para que se entienda un teatro romano que está que se cae, que se recupere el paisaje urbano y la función. Yo quisiera que lo acabaran.

¿Qué es el factor determinante para aceptar un encargo?

El tema. Y las condiciones, que tengas un margen de intervención.

¿Y el dinero?

Parece pedante, pero no me ha preocupado mucho.

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