Hace justo cien años Chelva tenía 5.500 habitantes, 4.000 más que sus cerca de 1.500 de ahora. Tal vez sean menos en invierno. Y unos mil menos que en 1990, aunque la curva (cosas del lenguaje coronavírico) se está aplanado. No es extraño, por tanto, que esta localidad del interior valenciano lo fíe ya casi todo al turismo, que le hace recuperar cifras de densidad poblacional de antaño durante los veranos. Para lograrlo, material del bueno tiene. Por empezar, cuenta con ese icónico tramo de acueducto romano que se ha ganado a pulso ser una de las indiscutibles postales de Valencia. Desde su casco antiguo a su ruta del agua. De los restos de la arquitectura fabril al verde de su riqueza forestal. O su modesta plaza de toros, una de las seis únicas permanentes que existen en la provincia. Sin olvidar que Chelva es lugar de ermitas: la de la Santa Cruz, la de Loreto, la de la Soledad, la de los Desamparados, la de San Cristóbal, la de Nuestra Señora de la Soledad, la de la Virgen de Monserrate; el santuario de la Virgen del Remedio... Sin dejar de lado la iglesia de los Ángeles, imponente en medio del casco urbano y emblema del barroco valenciano. Y el convento, que no falte. Un conjunto patrimonial de primer orden.

Pero Chelva es tan poliédrica que si bien el pueblo solo ya colecciona rincones interesantes, su extensa lista de pedanías y núcleos habitados multiplica sus posibilidades: Villar de Tejas, Ahíllas, Alcotas, Mas de Caballero, Mas de Sancho y El Cerrito, las primeras. Pero no hay que olvidar las aldeas actualmente abandonadas ?Bercuta, Benacacira o Arquela? así como sus masías, dispersas por el vasto término municipal de una localidad que despliega encanto sin proponérselo; que es una joya que todos aprecian o que descubren.

Así las cosas, el acueducto es la estrella. Llamado de Peña Cortada por el tajo practicado en la montaña, a modo de pasarela, que le antecede, discurre por los municipios de Tuéjar, Chelva, Calles y Domeño. Pero es a su paso por Chelva donde desafía al vértigo. Es tan emocionante atravesarlo como ver, desde lejos, la estampa de quienes caminan por encima.