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Un día para recordar

El 9 de julio de 1391, València vivió un capítulo negro de su historia. Alentados por otros pogromos y, quizás, por las predicaciones de Vicent Ferrer («conversión o muerte»), decenas de cristianos asaltaron el barrio judío y asesinaron a, al menos, 230. Hubo violaciones y préstamos saldados por las llamas. Seis siglos después, la comunidad judía de València, de perfil progresista, reclama el reconocimiento del pueblo hebreo «desde un afán de concordia».

Un día para recordar

Con aquella matanza casi consiguieron borrarnos, pero no lo hicieron del todo». Quién responde es Sergio Fraile, presidente de la comunidad judía Bnei Sefarad de València, un colectivo discreto, pero emergente, que estos días mira con nostalgia histórica, y algunas lágrimas, hacia el entramado de calles que quedan entre la plaza de la Reina y el Parterre, donde se asentaba el call de València, el barrio judío del que apenas queda algún trozo de muralla semiescondido. El 9 de julio de 1391, siguiendo la ola antisemita iniciada el mes anterior con el progromo (ataque espontáneo o premeditado contra otro grupo étnico o religioso, especialmente judío) de Sevilla y que se extendió por toda la península, grupos de jóvenes cristianos asaltaron la judería por varios flancos con un fin únicamente exterminador. Resultado: 230 judíos asesinados (según cifra de l gobernador Joan de Villarasa), mujeres y niñas violadas, libros de contabilidad quemados, casas saqueadas y calcinadas€» Un capítulo salvaje, olvidado en un cajón que nadie suele abrir, y que representa el fracaso de la València de las tres culturas de las religiones abrahámicas (cristiana, judía y musulmana) tras la conquista de Jaume I (1238).

«Se habla del holocausto nazi, pero València lo sufrió casi 600 años antes. Entraron a matarnos a sangre fría», apunta Sergio Fraile. Justo 629 años después, para los judíos valencianos «retornados» - gente reconvertida al judaísmo por creencia, pues no quedan parientes conocidos del call- ha llegado el momento de reponer una de las mayores afrentas históricas sufridas por ciudadanos valencianos. Porque el asunto va precisamente de eso, de identidad valenciana, y no tanto de militancia religiosa. «Hace 5 años nos juntamos una serie de personas con tendencia por el judaísmo. Descubrimos que aparte de nuestras realidades individuales, de recuperar nuestra fe, se trataba de reconstituir nuestra identidad como judíos valencianos. Por encima de todo está nuestro afán de recobrar una valencianidad que nos fue robada», apunta Fraile. «Es una cuestión romántica. Se masacró a una parte de la sociedad; no hablamos de extraterrestres, sino de habitantes de la ciudad con otra filosofía de vida», añade.

Los judíos valencianos no piden el perdón, sino el reconocimiento. Ser visibles otra vez. De momento, la comunidad ha pedido la rememoración del 9 julio, los enterramientos bajo el rito judío en la sección civil del cementerio de València, la celebración de la janucà frente al Palau de la Generalitat o recordar la puerta de la judería, al principio de la calle del Mar, con algún monolito.

Abogado de profesión, Sergio Fraile se convirtió al judaismo, como los 'nuevos' hebreos valencianos, por «una razón espiritual». «Yo salí del armario espiritual. Somos judíos progresistas, los 'hippies' de nuestra religión, alejados del judaísmo ortodoxo. Los valencianos somos gente abierta y la tolerancia y la flexibilidad están en nuestros valores. Estamos convencidos de que las distintas religiones podemos convivir con el respeto y el apoyo mutuo. Las diferencias son buenas porque enriquecen. La idea es recodar aquella fecha como hecho histórico que fue un error, sin ánimo revanchista. De compartir parte de nuestro pasado», añade.

El pogromo de València nos lleva directamente a uno de los grandes debates acerca de la sociedad medieval valenciana. «Hubo coexistencia entre cristianos, musulmanes y judíos, pero no fue una convivencia pacífica. Es un mito. Cada cierto tiempo había asaltos, lo que significa que aquella cohabitación entre religiones distintas fue un auténtico fracaso», explica el historiador Vicent Baydal. En tiempos de relectura de la Historia, «lo que es oportuno es tratar de aprender de los fracasos que hemos tenido como sociedad. Este fue el de no saber gestionar la convivencia entre las diferentes etnias, que sigue siendo muy parecido a la actualidad», añade.

En realidad, apunta el catedrático de Filosofía especializado en Historia del Pensamiento, José Luis Villacañas, había una envidia hacia la prosperidad de las poblaciones judías, «que construían economías más estables, más acumulativas frente a las economías más azarosas de los cristianos». «En realidad, como dijo el canciller Ayala, los pogromos como el de València fueron también por codicia y robo, sin apartar el odio que expande el catolicismo, la religión que más practicaba la predicación para expandirse y que obligó a los judíos -como aquel día en València-a elegir entre conversión o muerte», apunta el catedrático.

La figura de San Vicent Ferrer es capital en el antisemitismo valenciano. «No está claro que aquel 9 de julio se encontrase en València, pero fue el gran hostigador contra los hebreos del Reino de Valencia. A él se le acuña la frase 'conversión o muerte' y fue quien hizo propias las decisiones del pogromo de Écija, el primero», afirma Villacañas.

El catedrático marca el año 1391 en rojo, no sólo en la historia de València, sino en la de una España entonces en construcción. «Hay un antes y un después de ese día. España vivía en aquellos años una crisis sin precedentes: Castilla acaba de ser derrotada por los portugueses (1386); el reino está deprimido, desorientado, sin la aristocracia, que ha muerto en la batalla; la peste negra acaba de destruir las poblaciones... Hay una desorientacion total, es una época apocalíptica que coincide con la exclusividad que se atribuye el cristianismo», explica Villacañas. «Ahora estamos en condiciones de comprender que la Historia de España, en cierto modo, ha sido perjudicada de una manera intensa por el no reconocimiento de la plenitud de ciudadanía de los habitantes judíos. Y no por haber perdido riqueza, habilidades, sino por haber perdido también capaciades morales de convivir con el diferente, de negociación, de reconocimiento, de integración. Seríamos más prósperos y estaríamos más cohesionados, seguramente, porque la población judía iba por delante en todo», explica Villacañas. «Una de las mejores decisiones que ha tomado la democracia española ha sido la de ofrecer la nacionalidad a todos los sefarditas», recuerda.

Tres de los valencianos más universales (el humanista Luis Vives, exiliado antes de que su familia fuera quemada en la hoguera; Luis de Santángel, que financió el viaje de Cristóbal Colón a América, y el médico Luis Alcañiz, también objeto de las llamas «purificadoras»), judíos, sufrieron, en el siglo siguiente, las acciones salvajes de la Inquisición. «Nosotros reivindicamos que es gente brillante no por ser judíos, sino por ser valencianos», subraya Fraile.

«Me parece que lo correcto es que haya un recordatorio de hitos que han marcado nuestra sociedad. Con la conversión forzosa de los judíos, nunca puede estar de más. Es un buen momento para saber gestionar aquello que nos fracturó y no volver a fracasar. Ver si somos capaces de vivir en la pluriculturalidad. Pero hemos de mirar al pasado con los ojos de entonces», apostilla el historiador Vicent Baydal.

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