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¡Año horrible! (y no ha acabado)

¿Se puede sostener que 2020 es el peor año de nuestras vidas? Siempre hay un componente personal en una afirmación así, pero hay base para concluir que unas cuantas generaciones de valencianos no han conocido otro peor. Que la sociedad hable: ocho voces reflexionan sobre lo vivido (y lo que queda)

Unos sanitarios atienden a un paciente en la unidad covid del Hospital General de València. Fernando Bustamante

Es diícil no recordar qué se hizo el fin de semana del 7 y 8 de marzo. Fue el último normal. ¿Estuvo usted en un concierto en Madrid? ¿Acudió a alguna de las manifestaciones feministas del 8M? ¿Se dejó caer por algún congreso de la ultraderecha? ¿Salió de fiesta con los amigos? ¿Se fue a ver El lago de los cisnes en el Palacio de Congresos de València o prefirió la obra de teatro Anestesiadas en el Talia? El virus ya estaba en todas las noticias, pero aún parecía un fenómeno que se iba a quedar a cierta distancia, sin traspasar la frontera de Italia. Realmente ya estaba aquí. El partido Atalanta-Valencia en Milán del 19 de febrero había abierto la puerta al virus en estas tierras a través de los aficionados y profesionales desplazados. El indicador de que la cosa era seria y podía tener efectos graves fue la suspensión de las Fallas. Se decidió la noche del 10 de marzo, no sin discrepancias internas. Poco después, el día 14, el Gobierno decretaba el estado de alarma. Nada volvería a ser igual. Y no hay expectativas de que lo pueda volver a ser. «La vieja normalidad no va a volver», sentenció Ximo Puig en un acto oficial esta semana, mientras los rebrotes amenazan la reactivación de la vida social y económica y el temor a una segunda oleada de la covid-19 crece. Las escenas de morgues saturadas en España han pasado, se han desplazado a otros confines (el continente americano, especialmente). Hemos empezado a olvidar que «bajamos a los infiernos» en los días más duros en los hospitales. Así lo cuenta la intensivista del Doctor Peset Mónica Crespo. Pero la incertidumbre marca el devenir diario. Nada es seguro. No habrá vacuna hasta final de año, como pronto, y no son descartables nuevos confinamientos. Al menos, ante lo que pueda venir, el sistema sanitario y las reservas de material estratégico están mejor que en abril.

¿Se puede afirmar que 2020 es el peor año de nuestras vidas? Calificativos como mejor o peor implican un juicio de valor, que siempre es personal, pero unas cuantas generaciones de valencianos no han vivido una tragedia de esta magnitud y de carácter global. Como señala el catedrático de Metafísica Nicolás Sánchez Durá, ha habido catástrofes peores en cifras. La hambruna en África de 1980 se cobró la vida de un millón de etíopes. Incluso los valencianos más viejos dirán que la experiencia de la Guerra Civil fue peor. Pero ni siquiera la II Guerra Mundial tuvo unos efectos tan extendidos por todo el globo como esta pandemia, que va por los 625.000 muertos y más de 15 millones de contagiados.

Además, el impacto sanitario va ligado a una crisis económica que va a suponer un golpe en el corto plazo superior a la de 2008. Las estimaciones son el que el PIB valenciano y español caigan alrededor de un 12 % este año. Tras el crac de 1929, el hundimiento fue del 6 % en 1930 y 1931. Y en 2008, la consecuencia del estallido de la burbuja financiera fue un retroceso del 3,7 % al año siguiente (y otro 3 % en 2012).

Realmente, hay base empírica para concluir que este es el peor año para unas cuantas generaciones. «Y aún le quedan seis meses», como titulaba el Daily News en su portada hace unas semanas no sin cierta retranca. Seis meses en los que se cierne sobre el mundo una posible segunda oleada del coronavirus (en la epidemia de 1918, la segunda fue la más letal, hasta sumar un total de 50 millones de muertes). Incluso el año puede ser rematado en noviembre con una nueva victoria electoral en Estados Unidos de Donald Trump. ¿Quién da más?

Y si miramos atrás, nada es tan grave como la pandemia, pero ha habido otros hechos que aliñan un periodo con más tristezas que alegrías. La grabación de la muerte por asfixia de George Floyd bajo la rodilla de un policía de Minnesota afloró el lado más oscuro de la sociedad estadounidense y generó una reacción antirracista (Black Lives Matter) como no se recuerda desde hace décadas.

Posiblemente 2020 no sea tan malo como el 536, el año en que según el medievalista Michael McCormick una niebla abrió un periodo largo de constante oscuridad, pero tiene elementos como para recordarlo como de los más dramáticos. Con mirada valenciana, el primer mes ya dejó uno de los temporales más dañinos de las últimas décadas (Gloria). Y al poco, la pandemia, el encierro en casa, el silencio en las calles y las consecuencias económicas y sociales.

Con todo, el ser humano necesita poco para el optimismo (quizá sin ese rasgo la supervivencia sería imposible). Estos meses difíciles, que dejan más de 1.430 muertos en la C. Valenciana por covid-19, han propiciado sin embargo un fortalecimiento del proyecto europeo tras el acuerdo para la recuperación de esta semana. Era difícil prever algo así después del decaimiento por el Brexit. La ciencia, la investigación y la sanidad pública son asimismo conceptos que ahora nadie cuestiona, después de años de recortes en estos ámbitos por imperativo del credo neoliberal.

Las sociedades han demostrado asimismo una capacidad para la solidaridad que representa el mejor rostro de una civilización que para algunos está en proceso de despedida. Además, como último asidero mental, no hay fenómeno, por negativo que sea, que no deje alguna enseñanza. Y como remarca el dicho, las lecciones son para aprender, no para quejarse. Al menos, después de este 2020, seguro que el próximo es mejor. Aunque nadie puede estar seguro, ¿no?

Joan Romero, Catedrático de Geografía Humana

"Más que fin de un mundo, es el fin de un orden, pero sin alternativa".

Decía mi maestro Josep Fontana que el futuro es un país extraño. No creo que nadie sepa cómo va a afectar a las sociedades los múltiples efectos de esta pandemia, todo es posible. Y no debemos olvidar que algunos de los cambios que se anuncian ya se venían gestando desde hace más de una década. Hace tiempo que existía en el ambiente cierta sensación de final del gran ciclo histórico que se inaugura después de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente ahora se cumplen 75 años de los acuerdos de Postdam y el nacimiento de un nuevo orden geopolítico mundial que empezó a quebrarse dese los inicios del siglo XXI. De modo que más de hablar del fin de un mundo yo hablaría del fin de un orden pero sin una alternativa aún clara. Ya decía Amin Maalouf que habíamos entrado en el siglo XXI sin brújula. No sabemos qué nos deparará el futuro y tampoco cómo afectará a percepciones y actitudes, teniendo en cuenta la parte del mudo que nos haya tocado vivir, porque son distintas. Como distintas han de ser las visiones según la edad de cada uno. Por ejemplo, pertenezco a la primera generación de europeos occidentales (nací en 1953) que no ha conocido una guerra y ha disfrutado la etapa dorada del Estado de Bienestar. Pese a provenir de una familia muy humilde pronto pude trazarme un proyecto de vida. Funcionó el ascensor social. Necesariamente mi forma de ver y de estar en el mundo ha de ser distinta de la de varias generaciones de jóvenes afectados por la inseguridad, la incertidumbre y la precariedad. Incluso han sufrido dos recesiones en una década. Y el ascensor social se ha detenido para muchos de ellos. Incluso la pandemia va por barrios, y no afecta por igual en función de niveles de renta. Por tanto, sería más adecuado decir que el 2020 ha sido el peor año hasta ahora en las vidas de millones de personas que han de vivir necesariamente en un mundo "comprimido en el presente" en palabras de Traverso. Y en esa temporalidad el futuro genera miedos. Como siempre ha ocurrido en la Historia existen optimistas y pesimistas. Personalmente he aprendido a ser muy humilde a la hora de mirar hacia el futuro. Solo me atrevo a decir que tal vez la pandemia sirva para afirmar un nuevo keynesianismo para este tiempo, que tal vez asistamos a un periodo de gradual desglobalización, que los ciudadanos apreciemos más lo próximo y que la conciencia ecológica avance, aunque de forma desigual, en Europa. Solo tengo una certeza: la crisis climática puede tener efectos aún más devastadores que esta pandemia hacia el final de esta década. Y estamos perdiendo un tiempo precioso para ocuparnos de ello.

María Vargas, Investigadora UPV

"Me gustaría pensar que las medidas urgentes en investigación resistirán"

Quisiera ser optimista y pensar que este no es el peor año de nuestra vida para las investigadoras, sino que se presenta como una oportunidad para reivindicar la investigación científica y el papel de la mujer en la misma. Como es sabido, el cese de la actividad presencial en las universidades y centros de investigación ha hecho necesario teletrabajar teniendo que conciliar la vida familiar y la laboral las 24 horas del día, lo que podría suponer a corto y medio plazo una reducción en la producción científica, especialmente la de las investigadoras. Para ello hace falta que se tomen medidas que eviten que los periodos de confinamiento agraven la brecha de género ya existente. Me gustaría creer que las medidas urgentes que se han tomado dedicando esfuerzos extraordinarios a proyectos de investigación en diferentes áreas de conocimiento encaminados a encontrar soluciones a la pandemia se mantendrán en el tiempo y por fin se le dará la relevancia e importancia que merece a la investigación, desarrollo e innovación. De esta manera 2020 no sería recordado como el peor año de nuestras vidas para las investigadoras y los investigadores, sino que podría ser el año que marcara el inicio de una nueva etapa llena de esperanza en la que se le daría por fin la prioridad que merece a la ciencia.

Carlos Faubel Comité de empresa Ford

"Hay motivos para ilusionarse"

Este año 2020, que quizás ilusionaba por consolidar la apuesta definitiva hacia un modelo de progreso más amable con el planeta, tiene ya todos los méritos para ser recordado también como el «annus horribilis», y bien podrá ser acuñada en un futuro la juventud de hoy como la generación de la covid. La situación vivida ha sido terrible y todo apunta a que va a continuar. Aunque recuperaremos nuestras vidas, las secuelas perdurarán en el tiempo. Por un lado, están las emocionales, pues se han vivido dramas personales y familiares imposibles de olvidar. De otro lado, la incertidumbre y la falta de oportunidades, que están afectando a cientos de miles de personas trabajadoras, también serán recordadas. En Ford, 2020 será recordado por muchos años. Nunca tuvimos no sólo nuestra fábrica parada durante 7 semanas consecutivas, sino toda Ford Europa. Por no hablar de la vuelta, con unas medidas de prevención muy estrictas y que aún van a continuar muchos meses (con mascarillas, sin vestuarios, teletrabajo, ertes y un largo etc). No sabría decir si es nuestro peor año, porque, claro, en más de 40 años de historia hemos pasado momentos complicadísimos, pero el más extraño sin duda. Ahora bien, a pesar de todas esas dificultades, en Almussafes hemos sido capaces de lanzar el nuevo Kuga, crucial para el futuro de Ford, con gran éxito. Por lo tanto, hay motivos para volver a ilusionarnos mirando el futuro, y a nivel general, ahí está el recientísimo acuerdo de la Unión Europea.

Mónica Crespo, Médica intensivista

"Bajamos a los infiernos"

El tiempo se detuvo aquellas semanas entre marzo y abril. Nos sentimos el último escalón de un sistema que había fracasado en controlar la transmisión de la enfermedad. Cuando todo va mal, muy mal, entonces se llama al intensivista. Y ahí estábamos nosotros, disfrazados con EPI hasta antes no usados, ingresando cada vez más pacientes que se quedaban con nosotros semanas en el mejor de los casos. Probando tratamientos, agotando respiradores. Y cambiando información cara a cara por llamadas telefónicas angustiosas, puestos en altavoz en las casas de unas familias destrozadas. Bajamos a los infiernos una y otra vez, durante semanas. Tu compañero era tu aliento que te permitía seguir aunque tuvieses miedo, tu familia era el pilar que te seguía sosteniendo al llegar a casa y te despedía con el corazón en un puño. Tenemos una huella imborrable del 2020: hemos visto a compañeros enfermar, hemos vivido la dureza de la enfermedad en gente joven y sana previamente, hemos aprendido a vivir con el miedo constante al contagio. Ahora la incertidumbre domina nuestro día a día laboral y familiar. Restringimos nuestra vida social. Los besos fuera de casa no existen, los abrazos contados, solo a mis padres y a mi hermana y con mascarilla. Las vacunas en desarrollo cada vez son más tangibles, y supondrán un antes y un después. Hasta entonces la mayor muestra de respeto y sensatez es el uso de la mascarilla, extremar la higiene y la distancia social. Eso hará que los casos graves que tengamos sean pocos y espaciados, y que nuestro sistema sanitario no vuelva a colapsar.

Isabel Morant, Historiadora

"El virus es más fuerte que nosotros"

Salidos de la pandemia, la voluntad de vivir parece haberse instalado en una parte de la sociedad que trata de recuperar la alegría, salir de casa, reencontrar las relaciones, viajar. Lo necesitamos, además la economía lo necesita. Pero también es cierto que persiste el temor; el virus es más fuerte que nosotros: puedo morir, perder lo que deseo, entonces se instala la tristeza y el ánimo nos abandona. Concedamos al pensamiento vitalista, que si algo nos conmueve y mueve nuestras acciones es el deseo de preservarnos, de vivir con alegría, dice Spinoza, aquel filosofo denostado por los moralistas de todas las corrientes que bendicen el sufrimiento, normalmente en los demás. Somos egoístas, todo en nosotros nos inclina a procurarnos los cuidados que necesitamos para vivir bien. Demasiado fácil, la pregunta es: ¿cómo puedo tener una vida buena, feliz, si no sé lo que es bueno para mí y lo que no lo es y si no puedo vivir como quiero? Para eso no hay respuesta, pero si una tarea: pensar bien, con inteligencia, lo que (me) nos con-mueve, nos mueve y nos hace estar bien, contentos, alegres. Y, esto puede aplicarse también al debate abierto en estos días en Europa por los llamados frugales, liberales a su manera; la buena vida para los que pueden gastar, comprar, consumir y más comprar, en el supermercado, o en los lugares que otros no veremos jamás. Por mi parte, egoísta como soy, quiero pensar que la situación abierta por esta pandemia pueda mover la reflexión política para pensar bien, con el mejor entendimiento, la vida que vivimos.

Salvador Navarro, CEV

"La incertidumbre no nos puede paralizar"

? Resulta complicado encontrar el lado bueno de una crisis de la magnitud de la que estamos atravesando, más si pensamos en todas aquellas personas que han perdido a un ser querido a consecuencia de la pandemia y que además lo han hecho sin posibilidad de despedirse. Para todas ellas, el año2020 puede convertirse, inevitablemente, en el peor año de sus vidas. Sin ser comparable, también va a ser un año muy difícil para todas las empresarias y empresarios que se ven abocados a cerrar sus negocios y para aquellos trabajadores que siguen en ERTE o incluso han perdido su puesto de trabajo. Es cierto que las consecuencias todavía son inciertas, pero no podemos dejar que la incertidumbre nos paralice. Todos debemos poner de nuestra parte, para que al menos en el terreno económico y laboral, la crisis no pase de tener carácter coyuntural a ser estructural, es decir, no pase de ser efímera a determinarlo todo en el largo plazo. La vida anterior no volverá, al menos en el corto plazo, pero puede que esta no sea una mala noticia si hacemos bien los deberes. Dejando al margen las cuestiones sanitarias, esta crisis debería convertirse en el revulsivo que necesitábamos para ponernos al día en innovación, en digitalización o en sostenibilidad. No creo que haya que habituarse a la nueva normalidad, sino aprovechar la llamada de atención que ha supuesto esta crisis para vencer el miedo al cambio y convertirla, aunque ahora parezca un imposible, en una oportunidad para un futuro mejor.

Nicolás Sánchez Durá, Catedrático de Metafísica

"La relación con el dolor ha cambiado"

? No se puede responder a si 2020 es el peor año de nuestras vidas desde la Segunda Guerra Mundial sin considerar el alcance de ese «nuestras». Por ejemplo, no responderán de la misma manera los palestinos, los vietnamitas o los etíopes que sufrieron las grandes hambrunas. La de 1980 se cobró un millón de muertes. En 1985 todavía unos ocho millones de personas estaban abocadas a la depauperación. En la guerra del Vietnam murieron entre 3,5 y 6 millones de vietnamitas. Además, se suele olvidar el sin número de tullidos irreversibles o los efectos diferidos, como los perdurables del Agente Naranja utilizado como defoliante. Podrían multiplicarse los ejemplos. Lo mismo ocurre respecto del pesimismo. El «horizonte de expectativas» difiere enormemente en función de la experiencia histórica del ámbito político en el que hayamos vivido. Respecto de las poblaciones europeas, lo que sí muestra esta pandemia es cómo ha cambiado nuestra relación con el dolor y las privaciones. Hubo un momento del confinamiento en que lo más importante parecía ser poder hacer «running». La incertidumbre actual desaparecerá en la medida en que dispongamos de una vacuna o de una terapia, pero ese acceso será desigual. En cualquier caso, los cambios futuros en nuestras vidas no serán un efecto necesario de la pandemia. Dependerán de la correlación de fuerzas enfrentadas según intereses contradictorios, dependerán de la capacidad de movilización popular según un proyecto social que rentabilice la importancia de lo común ahora puesta de manifiesto. La pancarta que colocaron las mujeres de Vallecas refiriéndose a los trabajadores sanitarios decía: «solo el pueblo salva al pueblo... que crezca lo que nos salva».

Pilar Salort, Cruz Roja

"Nos hemos sentido vulnerables todas las personas"

En Cruz Roja Española tenemos amplia experiencia en las emergencias, pero sobre todo, siempre nos centramos en las personas, especialmente las personas más vulnerables. El año 2020 hemos vivido esta crisis de forma completamente diferente a las anteriores porque el foco no ha estado situado en un único escenario, sino que nos ha afectado a todas las personas y al mismo tiempo. Todas las personas nos hemos sentido vulnerables y amenazadas, pero en Cruz Roja hemos vivido y seguimos muy volcados para aliviar las situaciones de especial dificultad de muchas personas frente a la covid 19. El Plan Cruz Roja Responde es la mayor movilización en los 156 años de historia de Cruz Roja Española. Todas las previsiones iniciales que se realizaron en marzo para los dos primeros meses de la emergencia se superaron ampliamente. Quienes ya se encontraban en situación de vulnerabilidad han visto agravada su situación, y en estos primeros meses de pandemia ya hemos empezado a registrar peticiones de ayuda de muchas personas que se acercan a nuestras sedes por primera vez. Estamos confirmando que el impacto de la crisis sanitaria está siendo mayor del esperado, sobre todo, en las personas vulnerables. Por eso, hemos tenido que redoblar esfuerzos, buscar más que nunca la colaboración ciudadana y de las empresas, la coordinación plena con todas las administraciones públicas. Y también constatamos el enorme respaldo social que la sociedad ha dado hacia quienes hemos estado volcados en las personas más vulnerables, también de nuevas personas voluntarias que se han sumado a Cruz Roja. Es una oleada de solidaridad que nos hace proyectar un futuro complejo pero con cierto optimismo que pone de nuevo el foco en la humanidad.

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