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¿Somos monárquicos?

Del blasquismo a la Marina Real Juan Carlos I. De la plaza repleta de banderas republicanas al 'vivan los reyes' de las visitas oficiales. De la capitalidad de la República al Museo Príncipe Felipe. Entre la historia, la falta de encuestas oficiales y los debates políticos se cuela una pregunta: ¿Es la Comunitat Valenciana republicana o monárquica?

El Rey Juan Carlos I y la Reina Sofía en el balcón del ayuntamiento durante un a mascletà en el año 2006

No hay encuestas para responder a la pregunta y la historia por mucho que rime no se repite. Monarquía o república son dos formas diferentes de organizar un mismo Estado, pero el simbolismo que atesoran hace que cada modelo acabe siendo una parte de la identidad de quien lo defiende, una querencia, un sentimiento de pertenencia. La marcha de España de Juan Carlos I salpicado por escándalos de corrupción ha vuelto a reabrir el debate sobre la jefatura del Estado en toda España y, por supuesto, también en el territorio valenciano. La duda, por lo tanto, en una autonomía gobernada por las izquierdas, con el pasado de la capital de la República o los principales monumentos con nombres de la familia de la Casa Real es oportuna: ¿Es la Comunitat Valenciana republicana o monárquica?

Para empezar, cómo no, hay que cambiar el tiempo verbal y preguntar por el pasado. Ferrán Achilés i Cardona es historiador y profesor en la Universitat de València. «El territorio valenciano se ha caracterizado por desarrollar un republicanismo poderoso con una fuerza enorme en las grandes ciudades», explica el también experto en nacionalismo valenciano desde la Restauración, que menciona el blasquismo «como el movimiento más conocido por su intensidad y duración en la ciudad de València», pero también otros episodios como la «participación activa en la caída de Isabel II en 1868» o el «voto mayoritario por la República en 1931».

El historiador y catedrático de Periodismo en la Universitat de València, Francesc Martínez Gallego, muestra al territorio valenciano del momento como un lugar «con una profunda tradición republicana» con València como «la ciudad con mayor masa social republicana», la fuerza del cantonalismo de Alcoi y con Vinarós con el primer alcalde republicano de España, Wenceslao Ayguals de Izco, «novelista olvidado por la historia». Así, expresa que un territorio con tanto calado republicano tendrá su «contraparte»: «Unas clases dominantes que se repliegan en torno a la monarquía para mantener sus privilegios».

«Ser demócrata en aquellos tiempos era ser republicano, las clases dirigentes no quieren perder privilegios y recurren constantemente a la monarquía como contraposición a ese movimiento, son más antirrepublicanos que monárquicos», expone Martínez Gallego. Así, da varios ejemplos de conspiraciones que se cocieron en València: la promulgación del Manifiesto de los Persas que hace que Fernando VII renuncie a la Constitución de 1812 y restituya el absolutismo, el golpe de Estado del general Martínez Campos en Sagunt que permitió la restauración borbónica en Alfonso XII o los generales que se sublevan en 1936 pidiendo la reinstauración de la monarquía en Don Juan de Borbón.

Años después aterriza la Transición y Juan Carlos I accede al trono de España. Para el historiador Ferran Achilés en aquel momento «la situación en València era muy distinta a la de 1931»: «No hubo una movilización popular antimonárquica y prorrepublicana como entonces, ni hay un partido republicano activo valenciano». «La monarquía de Juan Carlos I no encontró delante un movimiento republicano organizado o con voluntad de estarlo». Por su parte, Martínez Gallego indica que en aquellos años «se acepta la monarquía como un paso a la democracia, no porque haya un profundo sentimiento monárquico».

Es el momento para la «popularización de la monarquía». La Comunitat Valenciana comienza a tener en su callejero y en sus elementos más icónicos los nombres de la Casa Real. Hay avenidas Juan Carlos I en Elx, Pego, Segorbe, Almoradí, Torrent, Castelló... y, sobre todo, los grandes monumentos y momentos. A La Marina de València le comienza a correr la sangre azul para llamarse La Marina Real Juan Carlos I, allí se celebra la America's Cup con participación naval del entonces jefe del Estado. La cultura se convierte en realeza con el Palau de les Arts Reina Sofía, mientras que el mundo científico valenciano toma el nombre del heredero, el Príncipe Felipe, con un centro de investigación y un museo. Para el sociólogo Francesc Hernández, la nomenclatura de estas construcciones es una forma de «dar un sentimiento popular» a la corona, acercarla, «en un territorio en el que no hay una fuerte vinculación sentimental como en Asturias o incluso en Mallorca o San Sebastián, lugares tradicionales donde las diferentes casas reales han pasado sus vacaciones». «Es también un poco de provincianismo», expresa Achilés.

Para el politólogo Óscar Barberà, «los gobiernos del PP intentaron vincular su imagen a la de la Casa Real que en ese momento estaba en pleno auge». Esta tesis coincide con la del historiador Ferran Achilés: «La monarquía se ha presentado como garante del orden y la unidad de España, dos elementos clave para la derecha española, una tradición que el PP tomó en los 90 y que sigue teniendo ahora». Esta era dorada de «popularidad tras el 23-F y aceptación sin exigencias» en palabras de Achilés, se acaba con la crisis económica.

Comienzan los escándalos reales. En 2014 Juan Carlos I abdica y la izquierda accede al poder en la Comunitat en 2015. La sucesión en el trono no frena el daño a la imagen del ya emérito. Tanto es así que el Ayuntamiento de València decide quitarle la corona a La Marina, que deja de ser real y de apellidarse Juan Carlos I. El hecho no es casual. «La izquierda es mucho más reacia a la monarquía, el centro se vuelve crítico mientras que la derecha continúa con su apoyo», explica Barberà. Así, añade que existe «un cambio generacional que se da a partir de la primera década del 2000 de jóvenes que valoran la monarquía peor que sus padres». Es la preocupación del emérito representada en la frase que le confesó a un amigo: «Los menores de 40 años me recordarán solo por ser el de Corinna, el del elefante y el del maletín».

Barberà critica que «no hay datos oficiales que permitan saber la realidad de apoyo de la monarquía y realizar análisis», pues el CIS dejó de preguntar en 2015, aunque cree que «las diferencias de apoyo al rey es un asunto más generacional que territorial», al menos en el caso valenciano. En aquella última encuesta de hace cinco años la nota media era de 4,34; un suspenso que mejoraba en seis décimas la nota de un año atrás cuando Juan Carlos I todavía era monarca. La diferencia por edades, sin embargo, era notable con menos de un 4 de valoración para los menores de 35 años y un 5,66 para los mayores de 65. Con todo, Achilés concluye: «No creo que pueda afirmarse que la sociedad valenciana sea monárquica sin más. Otra cosa es la capacidad de los republicanos para organizar una alternativa... o esperar sentados a ver cómo los Borbones arruinan su propia obra». Ya saben, la historia no se repite, pero a veces rima.

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