Ninguna otra fecha concentra tal explosión de manifestaciones festivas diseminadas en puntos diversos de la geografía como el 15 de agosto, el día en el que los pueblos se llenan y las ciudades se vacían. Pero este año las costumbres más arraigadas al territorio han quedado en un segundo plano por la amenaza del coronavirus, que ha hecho trizas ese punto del contrato social que reserva el puente de la Asunción para los reencuentros entre vecinos, los pasacalles, el olor a traca y las orquestas hasta bien entrada la madrugada. Una constelación de actividades cuya cancelación deja una honda fractura económica para los municipios. Y no queda otro remedio al que aferrarse que la nostalgia.

Elx solía convertirse estos días en un potente foco de atracción de turistas: en 2019, medio millón de personas visitaron la ciudad durante sus festejos, con el Misteri y la Nit de l'Albà como principales hitos. El impacto económico de suspender todos los eventos en este fatídico 2020 se estima en 50 millones de euros, aunque el alcalde, Carlos González, recalca que las repercusiones tienen una triple vertiente. A la «notable» pérdida de empleos y de volumen de negocio se suma el lado emocional y el notario impacto negativo a nivel de visibilidad. El Misteri d'Elx es Patrimonio de la Humanidad, un escaparate para proyectar la ciudad ante el mundo cuya ausencia se intenta compensar rescatando videos de ediciones pasadas a través de las redes sociales. Aunque el consistorio ha adoptado un conjunto de medidas para paliar los daños, contrarrestar una caída tan grande del turismo es imposible. «El espíritu que late en Elx es resarcirnos en 2021», sentencia con un rayo de optimismo el alcalde.

En Xàtiva, el 15 de agosto es sinónimo de aglomeraciones en la Albereda, de almuerzos multitudinarios y de reencuentro con los incansables feriantes. La suspensión de la Fira d'Agost se traduce en un agujero económico para la ciudad cuantificado en 25 millones de euros, una cantidad equivalente al presupuesto del ayuntamiento, que a su vez perderá una recaudación de 200.000 euros sobre un presupuesto de gastos que ronda el millón. El regidor de Fiestas, Pedro Aldavero, cifra en 250.000 los visitantes que ha perdido la capital de la Costera estos días, teniendo en cuenta que esta iba a ser una de esas ediciones «fuertes» porque coincidía con el fin de semana. «¿Qué se puede decir? Hay que aceptarlo y paliar de la mejor manera posible los daños», se resigna Aldavero.

A lo que no han estado dispuestos a renunciar los setabenses es al clásico «esmorzar firer», una de las pocas concesiones que ha permitido la pandemia para compensar la desoladora estampa provocada por el vacío de la Fira y paliar de alguna forma las abultadas pérdidas de la hostelería. Lo único que ha quedado este año del privilegio real concedido por Jaume I a la ciudad en 1250 es una exitosa exposición de carteles y un castillo de fuegos artificiales que se disparó el viernes de forma simbólica.

El simbolismo también cobra una especial relevancia en Bétera, donde la suspensión de sus afamadas Alfàbegues supone otro mazazo económico que alcanza a las floristerías, a la hostelería y al pequeño comercio. El municipio, sin embargo, ha querido sacar algo positivo dedicando el presupuesto de las fiestas a aliviar las consecuencias sociales de la pandemia y rindiendo homenaje a los «héroes de la pandemia» con el reparto de alfábegas -una potente seña identitaria local- entre aquellos que han contribuido a paliar los efectos de la Covid-19. Por eso, la alcaldesa, Elia Verdevío, señala que la cancelación le deja un regusto agridulce. «Somos un pueblo con un fuerte sentimiento hacia sus fiestas, sus orígenes y sus tradiciones», mantiene.

La hostelería, gran damnificada

Chiva también ha perdido esta semana uno de sus grandes atractivos turísticos. Un estudio de la UPV calculó en 12,7 millones de euros y 140 puestos de trabajo el impacto económico que genera el Torico de la Cuerda en este municipio de menos de 15.000 habitantes, con el sector terciario como principal beneficiario. Un ámbito que también es el principal perjudicado con la cancelación de las fiestas de agosto de Cofrentes, donde las calles este año no hacen honor a su tradicional engalanamiento. Aún así, el alcalde, Salvador Honrubia, estima que las repercusiones son más sociales que económicas. «Estos días es cuando se reúne la gente que lleva todo el año sin verse, pero la fiesta se condensa en cuatro o cinco días y muchos vecinos han pasado el verano en el pueblo», contribuyendo con ello a la economía local.

La tesis es compartida por Isabel Martín, alcaldesa de Paiporta, municipio que debería celebrar las fiestas de Sant Roc.«Mucha gente no se ha ido de vacaciones y los bares están compensando un poco las pérdidas», indica la munícipe. Eso no quita que la repercusión de sea muy elevada por los compromisos adquiridos que no se pueden cumplir. Para aliviar las pérdidas del tejido cultural, el consistorio ha prorrogado al año que viene los contratos con empresas y colectivos y les ha adelantado una parte del dinero. Una decisión que también ha adoptado Xàtiva.

En privado, eso sí, algún alcalde admite que no costear las fiestas supone un respiro para las arcas municipales (de media se gastan 40 euros por habitante) en un momento de dificultades por la pandemia. No todo va a ser negativo.

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