Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

"Solo he podido ver a mi madre tres veces y la noto cada vez más desanimada"

Muchos familiares reviven la impotencia de no poder encontrarse con sus mayores con el aumento de las restricciones en las residencias

Una mujer se reencuentra con su madre en una residencia de València, tras el confinamiento. efe

on el final del largo confinamiento, las puertas de las residencias volvieron a abrirse tímidamente para dar paso a un nuevo escenario de emocionantes reencuentros. Pero la escalada de brotes de este verano ha devuelto a muchas familias a una dolorosa realidad que creían desterrada, con el endurecimiento de las restricciones en los centros de mayores. Aunque la normativa autonómica autoriza las visitas de familiares de uno en uno y durante una hora en los geriátricos libres de covid, siempre y cuando se cumplan las medidas de seguridad, algunos las mantienen cerradas por precaución, otros solo las permiten con barreras físicas de por medio y en otros -como en los de la ciudad de València -han sido suspendidas por encontrarse en entornos con alto riesgo de contagio.

De nuevo, hay quien revive el sabor amargo que deja la impotencia de no poder ver a sus seres queridos. Es el caso de Elvira Sánchez, que, desde el final del estado de alarma, apenas ha podido encontrarse con su madre en tres ocasiones contadas antes de que, hace un mes, la residencia de Torrent donde se encuentra canceló las visitas, que hasta entonces se realizaban en un jardín exterior, salvando las distancias. «¿Cuándo veremos a nuestros padres? No podemos estar así, es muy triste», lamenta Elvira, que nota a su madre cada vez más decaída a nivel anímico. Esta semana, Isabel cumple 92 años y, al menos, espera poder felicitarla desde la puerta de la residencia, y lanzarle algún beso. «Viendo cómo está la situación, eso ya es mucho», señala.

Aunque el contacto telefónico se mantiene, no tiene nada que ver con el cara a cara. «No deja de preguntar cuándo volverá a vernos. Ella y una amiga suelen decir que es como si estuvieran en la cárcel: llevan seis meses sin poder salir», cuenta Elvira. «Han podido volver a encontrarse con sus hijos y de pronto les cierren de nuevo esa posibilidad sin saber hasta cuándo. Eso les hace mucho mal: a lo mejor no mueren de coronavirus, sino de tristeza», apostilla.

Ángel también sabe lo que es estar cien días sin poder visitar a su madre de 85 años y ahora vuelve a atravesar las mismas sensaciones. «Es un desconsuelo y no estás tranquilo. Notas cómo está cada vez más desmoralizada y cómo le da vueltas a todo y no puedes hacer nada ni sabes cómo va a ir todo», lamenta. «Entiendo el celo que existe, pero debería haber alguna alternativa para poder ver a los familiares al menos 15 minutos a la semana, con toda la precaución posible. A ellos es lo que más ilusión les da, su mayor incentivo es ver a la familia», sentencia.

«Te da una impotencia tremenda»

De igual forma se manifiesta Eva Solaz, que ha pasado de visitar a su padre una vez por semana a verlo solo a través de una pantalla o de las rejas exteriores de la residencia de València donde vive. «Con el confinamiento su estado empeoró y ahora es como luchar contra un muro. Te da una tristeza tremenda no poder verlo, aunque sea unos minutos. Y no dejas de pensar en lo que puede pasar y en el tiempo que vas a perder tú y sus nietos de estar junto a él», relata.

Los trabajadores también viven con aspereza la situación. Han de lidiar con los interrogantes de usuarios y familiares, sin saber cuándo volverá la normalidad. «Tenemos que hacer de psicólogos y mantener a los mayores activos para que lo entiendan y no se desmoronen. Te da una impotencia grande ver que no puedes hacer nada más», indica una empleada de una residencia de València.

Compartir el artículo

stats