«No hay más que ver cómo ha estado València». A veces, en efecto, las percepciones valen más que los informes estadísticos. Pasado el verano, el sector empresarial echa cuentas -y acaba pronto porque no hay mucho en la caja-, en medio del paisaje desolador para el comercio en una autonomía turística que, este verano, se ha quedado sin clientes extranjeros.

«El verano ha sido muy malo. Ha estado todo muy parado, excepto algunas zonas de costa, y algún tipo de negocio en concreto, básicamente de hostelería. Decían que la gente se quedaría en la ciudad y que el consumo local compensaría la ausencia de turistas, pero hemos visto calles desiertas. En la campaña de rebajas de verano (a partir de la primera semana de julio) estimamos un pinchazo del 30%. Y hablamos de promedios. Para algún comercio ha ido bien, para otra gente ha sido un desastre», lamenta Rafael Torres, comerciante del centro histórico de València y presidente de la patronal autonómica del sector Confecomerç.

«Temíamos un mes de agosto difícil y así ha sido. La gente ha optado por quedarse pero ha invertido en su segunda residencia. No ha viajado. Y una vez se han equipado, luego ya no se sostiene la demanda», añade.

Coinciden en Unió Gremial, la otra entidad representativa del tejido comercial. «Donde hemos tenido comercio ligado a zonas turísticas ha sido una debacle, con bajadas de facturación del 60%-70%, al mismo nivel que el descenso del turismo. En los pueblos donde el comercio es más tradicional sobrevive, si tiene que ver con alimentación, pero otros comercios como zapaterías o tiendas de moda han perdido campañas», lamenta Juan Motilla, presidente de la entidad.

Lógicamente, el panorama cambia dependiendo del sector, pero la foto general es de preocupación. Y de cierres, confirman ambas organizaciones. «Son muchos negocios que no han abierto tras el estado de alarma, muchos que no saben si van a aguantar, sobre todo si los ERTE terminan el 30 de septiembre: si no se prorroga el apoyo del Estado, los cierres serán masivos», aseguran desde Confecomerç, que cifran en una horquilla que va de un 25% a un 30% el tejido comercial que estaría en peligro. Y eso, en una autonomía con más de 60.000 comercios censados, es mucho.

El otoño, los próximos trimestres en realidad, se presumen complicados. Ya antes del verano tanto Confecomerç como la patronal española CEC manejaban un escenario de un 20% de cierres por la crisis de liquidez. Ahora hay que sumarle un verano muy por debajo de las expectativas y, a partir de ahora, unos rebrotes que pueden alargar esta situación de anemia. «Es una ola que te tumba cuando intentas levantarte. No me extrañaría nada que ese 25-30% de 'cerrojazos' sea factible», apunta Torres. En el horizonte de seis meses, a partir de abril, llegarán también los pagos por los préstamos ICO logrados durante el estado de alarma para proteger a las empresas.

Desde Unió Gremial apuntan a otra fecha límite: la campaña de Navidad. «O alcanzamos un grado de normalidad o vendrá la verdadera hecatombe. Estamos viendo un paso atrás importante. Tras el estado de alarma la vuelta de los mercados a los centros de los pueblos dio una garantía y una seguridad a las personas para volver a pisar la calle. Y ahora hay poblaciones que empiezan a prohibirlos otra vez. Es indicativo», lamenta Motilla. ¿En qué terminará todo? «No puedo dar un pronóstico de cuántos negocios cerrarán, pero ya hay locales con el cartel colgado», concluye.