El mar Mediterráneo en los últimos días ha concentrado las miradas de los meteorólogos y climatólogos de medio mundo. Hace justo una semana frente a las costas de Libia apareció un amasijo de cumulonimbos -nubes de tormenta- como reacción al contraste de temperaturas entre las masas de aire que pululaban por allí; frías en las capas altas de la troposfera y cálidas en las bajas, estas últimas provocadas en parte por la parcela marítima, cuya superficie hoy aún ronda los 27 ºC. Con el paso de los días la depresión fue adquiriendo organización, con nubes cada vez más desarrolladas que se movían dibujando algo parecido a una espiral. Esto pasa con todas las borrascas, en el hemisferio norte en dirección contraria a las agujas del reloj. No fue esto lo que llamó la atención, claro.

Empezó a picar la curiosidad cuando el sistema mostró los primeros rasgos subtropicales. Todo apuntaba a que se estaba formando un «medicane» (MEDIterranean hurriCANE). Los medicane están como en el limbo. No son una borrasca extratropical al uso, que son las que nos afectan habitualmente, y tampoco tienen una génesis cien por cien tropical, como los huracanes que se desarrollan en el Atlántico. Hay un camino de consenso que interpela a su condición híbrida o subtropical. Sin embargo, en este caso se parecía tanto a las tormentas tropicales que algunos expertos abogaban por que adquiriera ese mismo nombre. Aún no se había solucionado este jaleo cuando saltó el segundo enredo, más importante. Otra cosa que diferencia a estos sistemas de los huracanes es que no existe un organismo o institución que los ponga en fila. Vaya, que formule una lista de nombres en orden alfabético como hace la Organización Meteorológica Mundial (OMM) previa llegada de la temporada en el Atlántico. Los seres humanos sentimos la necesidad irrevocable de poner nombre a todo. Tanto racional, para facilitar el seguimiento e investigación en el ámbito científico, como irracional. Se ha comprobado que la sociedad toma más en serio los riesgos de tipo meteorológico si se llaman 'Fulanito' o 'Menganito'. Somos así. En ese caldo de cultivo los diferentes servicios meteorológicos nacionales empezaron a poner nombres a granel. Para los alemanes el medicane se llamaba Udine, para los turcos Tulpar y los italianos lanzaron el nombre de Cassilda. Al final se impuso Ianos, que fue el propuesto por los griegos, quienes al final han sido los más damnificados de un medicane que ha resultado ser extraordinario. El lío comunicativo fue tremendo y este tipo de riesgos deben llegar a la población sin ambigüedades. El calentamiento global requiere de anticipación y grandes acuerdos. Habrá que organizarse antes