Entre las muchas consecuencias indeseadas de la pandemia de covid-19 se hallan esos segundos de intensa zozobra espiritual que padecemos cada vez que nos encontramos con un conocido y no sabemos muy bien cómo saludarle sin violar los protocolos de seguridad. Proscritos desde el primer día los abrazos y los apretones de manos, nos hemos ido resignando a decir hola con los codos, pero hasta ese gesto antinatural, que mezcla de manera un poco ridícula el baile de los pajaritos con una acción defensiva de Sergio Ramos, ha sido desaconsejado por la Organización Mundial de la Salud por cuanto no respeta la debida distancia entre personas. Con el fin de ayudar a nuestros lectores a hacer algo menos embarazosos esos momentos, consignamos media docena de modalidades de saludo que no implican contacto físico y que son, en algunos casos, el producto destilado de tradiciones milenarias a las que conviene acercarse con respeto y rigor.

Mostrar la palma y moverla a derecha e izquierda es una práctica muy común que se remonta a la antigüedad clásica y que en origen servía para revelar que uno no iba armado y que, en consecuencia, acudía al encuentro con talante pacífico y la mejor voluntad. Los romanos hicieron evolucionar esta forma de saludo eliminando el movimiento lateral de la mano y extendiendo el brazo, pero ese ademán se considera muy inapropiado desde que unos bárbaros del norte lo adoptaron en los años 30 del pasado siglo y lo convirtieron en un gesto mucho más intimidante que fraternal. Apache por sinécdoque, puesto que también lo practican otras tribus de indios nativos norteamericanos. Es una variación del anterior, ya que aquí se trata igualmente de mostrar que uno va por la vida con las manos desnudas y, por tanto, en son de paz. El modo correcto de hacerlo es flexionar un brazo (preferiblemente el izquierdo) de manera que la palma de la mano mire al frente y quede a la altura del mentón. Para reforzar el efecto peliculero, se sugiere poner cara de pocos amigos y decir «jau» mientras en nuestra imaginación suenan gritos espeluznantes y tambores ceremoniales.

En las culturas europeas, lo de inclinar una parte del cuerpo y humillar la cabeza en señal de respeto ha quedado circunscrito al ámbito del teatro y la monarquía, que vienen a ser cosas muy parecidas. Sin embargo, en países asiáticos como Japón y Corea la reverencia es una forma muy extendida de saludo cuyo significado varía en función del grado de inclinación. Así, formar un ángulo de 15 grados equivale a un hola informal mientras que bajar hasta los 45 grados es algo que solo debe hacerse en presencia de alguien muy venerable o ante la tumba del señor Miyagi. Aunque algunos expertos entroncan el gesto de llevarse la mano a la sien con los dedos juntos con la costumbre medieval de levantar la visera del yelmo para mostrar el rostro antes o después de los combates, parece más sólida la versión que sitúa el origen del actual saludo militar en el siglo XVIII, cuando el Ejército británico suprimió la obligación de descubrirse la cabeza al cruzarse con un superior y, en lugar de eso, la soldadesca empezó a agarrar el extremo del sombrero a modo de saludo. En función del país puede hacerse con la palma al frente o mirando hacia abajo. Cuando no se ejecuta con ánimo irónico o en el seno de la institución militar, denota un espíritu filocastrense bastante inquietante. Existen muchas teorías que explican cómo nació y se popularizó el tradicional saludo surfero, pero aquí nos quedamos con la más bonita. Hamana Kalili era un pescador de la localidad hawaiana de Laie que perdió los dedos índice, corazón y anular de la mano derecha al sufrir un accidente en la planta azucarera en la que trabajaba.

La mutilación le obligó a iniciar una nueva vida laboral como vigilante en los trenes y una de sus tareas consistía en evitar que viajaran de gorra los niños de la zona, así que estos adoptaron el gesto de extender el pulgar y el meñique para alertar de la presencia del vigilante, una práctica que rápidamente se hizo popular entre los jóvenes de la comunidad surfera de las islas y de ahí, al mundo. Ronaldinho se convirtió en un conspicuo practicante de este gesto, símbolo de la camaradería y el buen rollo, antes de apoyar la candidatura electoral de un ultraderechista y acabar en una cárcel paraguaya. Es un saludo, pero también un grito y un manifiesto. De confusos orígenes, como casi todos los gestos aquí recogidos, fue adoptado en la década de 1920 por la alemana Liga de Combatientes del Frente Rojo y, ya en los albores de la guerra civil española, por el Frente Popular, como réplica al saludo fascista de la mano abierta. Hoy es un reconocido símbolo internacional de unidad y resistencia (los dedos, débiles cuando están separados, se hacen fuertes al juntarse) que se emplea tanto en los actos de genuina lucha por los derechos civiles y la justicia social como en los mítines del PSOE. En un rasgo que resume con precisión la historia de la izquierda política, las disputas sobre si debe levantarse el puño izquierdo o el derecho son inacabables. Estas son solo algunas opciones, pero hay muchas más. Desde el saludo vulcano propio de los fans de Star Trek hasta la mano cornuda de los jevis, pasando por el guiño pícaro, el ademán de llevarse la mano al corazón (recomendado por la OMS), el repetido giro de muñeca que identifica a los monarcas y a las falleras mayores y tantas otras formas de comunicar alegría, respeto y buenos deseos sin comprometer la salud. Que, al fin y al cabo, no deja de ser el pilar sobre el que se sostiene etimológicamente el verbo saludar.

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