Jugar es, según se defiende desde áreas como la pediatría o la psicología, una «herramienta educativa» para los más pequeños. A través de esta, los niños y niñas potencian habilidades no solo físicas y cognitivas, sino también emocionales y sociales. No obstante, las últimas medidas restrictivas que buscan frenar el aumento de contagios de coronavirus parecen dificultar este acometido que los expertos tildan de «importante». Así, el Ayuntamiento de València decretó hace tan solo cuatro días el cierre de las zonas de juegos infantiles de todos los jardines de la ciudad de forma indefinida hasta «revertir la curva epidemiológica», como apuntó Sergi Campillo, vicealcalde de València. De este modo, será la evolución de la pandemia la que condicione la vigencia de esta medida adoptada dos semanas después del regreso a las aulas del alumnado de la Comunitat Valenciana. Una decisión aparentemente aplaudida y criticada a partes iguales por parte de la ciudadanía y que no está exenta, como manifiestan algunos vecinos del cap i casal, de incongruencias. Y es que la decisión del consistorio de Ribó establece la clausura de estas zonas infantiles, pero no de los parques ni tampoco de los denominados circuitos biosaludables. Espacios pensados para que las personas mayores, principalmente, puedan realizar ejercicio físico y que se postulan como la nueva alternativa de socialización y entretenimiento de los más pequeños, como los hijos de Antonio Lencinella. Este vecino de València ve en estas áreas una «alternativa» a la medida impuesta, de la que asegura que está «totalmente en contra».

«¿Cuál es la razón científica de todo esto? Parece que los toboganes son los culpables, mientras los gimnasios, terrazas y campos de entrenamiento están llenos», plantea. Mientras reflexiona sobre qué actividades podrá realizar con sus dos hijos cuando finalicen sus jornadas escolares, estos juegan con otros pequeños en los equipos de gimnasia instalados en el viejo cauce del Túria. A pocos metros de distancia, dos equipos de escolares disputan un partido de fútbol en los campos ubicados en el mismo jardín. «La impresión que tengo es que no saben exactamente qué hacer, supongo que aquello que les resulte más fácil. Es más rentable cerrar la zona de juegos de un parque que un restaurante», concluye Lencinella. No obstante, las tildadas como «medidas de propaganda» por otra vecina de la ciudad, Laura Andrés, también son acogidas con esperanza por gran parte de la ciudadanía, que ve en ellas una oportunidad para explorar nuevas alternativas de ocio en familia y con amigos. El valenciano Óscar Olivares lo tiene claro. «Se trata de buscar otras opciones» y, según manifiesta, «las hay». Así, apuesta por fórmulas más saludables como pequeñas rutas en bicicleta o los paseos por la playa. «Venimos de tiempos muy duros, si nos limitan las zonas de juegos de los parques tendremos que adaptarnos. ¡Que todo sea eso! Además, tenemos la suerte de vivir en una ciudad privilegiada como València que ofrece un sinfín de alternativas», reflexiona. Un mensaje también compartido por múltiples vecinos del casco antiguo de la ciudad, que visten de triciclos, patinetes y bicicletas el Jardín del Túria. De este modo, el pulmón verde de València es testigo estos días de partidas de béisbol entre padres e hijos, carreras infinitas entre niños o la defensa de fortalezas imaginarias de aquellos pequeños más creativos, entre otras actividades.

Una forma, además, de «alejar a los niños de las segundas pantallas», como reivindica Amalia Soler. Para esta madre de familia, «los niños pasan demasiadas horas expuestos en Internet. Tras meses de aislamiento, lo que buscan es jugar y eso puede hacerse dentro y fuera de los parques». De hecho, según apunta el último informe de la plataforma de seguridad y bienestar digital para familias Qustodio, el tiempo que los menores dedican al consumo de videojuegos ha aumentado más del 45 % durante los meses de julio y agosto, pasando de un promedio diario de 49 minutos a uno de 70 minutos. No obstante, hay vecinos que sostienen una visión más amplia, como Jacobo Martín, y apuntan a la falta de concienciación. «Nuestro problema no es el cierre de las zonas de juegos, sino que la gente se tome en serio el virus», advierte.