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Día de la Comunitat Valenciana

El nou d'Octubre de la gran epidemia del s.XX

Las medidas sanitarias en la segunda ola de la gripe existían, pero no afectaron a una fiesta vaciada de reivindicación

Campaña de vacunación contra la gripe, 1923. Archivo Rafael Solaz.

Los actos festivos multitudinarios y las epidemias nunca han casado bien, tampoco hace un siglo. La actual pandemia del coronavirus ha forzado a las autoridades a reducir a la mínima expresión todos los festejos relacionados con el 9 d’Octubre con el fin de evitar aglomeraciones, como ya sucediera meses antes —queda por ver si también en los próximos— con las Fallas. Sin embargo, la mal conocida como ‘gripe española’ no afectó al día que conmemoraba la entrada de Jaume I en València en aquel lejano 1918. No es que no hubiera restricciones ni medidas preventivas, que las había y de hecho muy similares a las actuales, sino que la efeméride carecía del tirón social y de la carga política que iría adquiriendo en las décadas siguientes. Por eso, los actos celebrados apenas generaban esas temidas reuniones sin distancia interpersonal y los poderes públicos ni siquiera se plantearon suspender evento alguno, lo que sí sucedió con otros festejos más secundados entonces, como la Fiesta de la Raza —actual Día de la Hispanidad— o una corrida de toros con Joselito como cabeza de cartel, por los peligros que entrañaban para la salud pública y la transmisión de la enfermedad.

Las celebraciones relacionadas con el 9 d’Octubre que se venían produciendo hasta este año pandémico tienen muy poco que ver con las que se vivían hace un siglo. En aquella València no había procesiones, festivales pirotécnicos, conciertos, pasacalles ni reivindicaciones en torno a la fiesta autóctona. Así lo atestigua la prensa de la época, que recoge en las ediciones del día después la celebración por la llegada «del rey don Jaime en Valencia».

«La fiesta celebrada ayer tuvo dos partes: una religiosa, que consistió en la misa de Comunión celebrada en la Catedral, y con la que la Academia Valencianista ha querido solemnizar la entrada del rey don Jaime en Valencia en 9 de octubre de 1238. La manifestación ante el monumento se celebró a las once de la mañana en el Parterre. Las gradas del pedestal del monumento estaban cubiertas de flores y plantas y escudos de flor. Los guardias del jardín vestían de gran gala. Pronunciaron discursos enalteciendo la obra del rey conquistador de Valencia los señores Ortín, por la Juventut Valencianista; Barbarroja, por los regionalistas de La Vega; Baidad, por la Juventud Nacionalista de Castellón; Asíns, por la entidad Nostra Parla; Aguirre, por la Unió Valencianista y Pérez Lucia, por Lo Rat Penat. El señor Bayarri leyó una poesía titulada ‘Cant a la patria valenciana’. Los representantes de las entidades regionalistas depositaron coronas al pie del monumento, junto al cual estaban agrupadas las respectivas banderas de aquéllas. Por la tarde se reunieron en El Vedat de Torrente muchos regionalistas para conmemorar la fecha de ayer. Se les sirvió una suculenta paella». Así narraba, en apenas una columna entremezclada con las novedades sanitarias y crónicas de la I Guerra Mundial, El Mercantil Valenciano lo relacionado con los festejos el día posterior a los mismos.

«Con los borbones se prohíbe la Senyera y la fiesta se torna clandestina hasta que se consolida con la II República»

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«No se puede trasladar a esa época lo que hoy conocemos» por el Nou d’Octubre, aclara Alfons Llorenç, periodista y filólogo experto en historia, al respecto de trazar paralelismos entre cómo afectó la epidemia entonces y ahora a la fiesta valenciana. «Hubo alguna ofrenda, se mantuvo la mocadorà y algunos monjes celebraron sus actos íntimos, pero no había fiesta en la calle», relata Llorenç, que admite las dificultades para hallar referencias históricas en las hemerotecas. «Esa fiesta no sale en los diarios de la época», lamenta. Y lo vincula con la poca carga «política y reivindicativa» que tenía el Nou d’Octubre en la sociedad de inicios del siglo XX. «No había partidos ni reivindicaciones. La connotación política era mínima, porque las pocas asociaciones valencianistas de la época como Lo Rat Penat habían sido vaciadas de ideología». Esta asociación, recuerda Llorenç, nacida con aires «valencianistas y progresistas», ejemplifica lo sucedido con la fiesta autóctona en la época. Fue fundada por Vicente Blasco Ibáñez «hasta que Teodoro Lorente y su grupo de conservadores le arrebatan el poder a Blasco», rememora Llorenç. Esta pérdida de Lo Rat Penat se convierte en un «trauma» para el escritor, que pasa a escribir en castellano, abandonando desde ese momento su vertiente valencianista y «posicionándose en su contra».

La Facultad de Medicina, en la calle Guillem de Castro, en 1918.

Este giro de Blasco Ibáñez, que nunca tuvo aspiraciones más allá del federalismo republicano, provoca que miembros de su Partido Republicano Autonomista abandonen la formación para enrolarse en otros partidos más reivindicativos. Algunos fundan l’Oroneta, una referencia a otra ave y además, apunta Llorenç, «relacionada con Jaume I» y su llegada a València.

La despolitización de la fiesta venía de lejos, según prosigue Llorenç, que fija una fecha concreta: 1707. En abril de aquel año, en plena Guerra de Sucesión, las tropas borbónicas tomaron València. Caerían después Alcoi, Dènia y Xàtiva y el Decreto de Nueva Planta acababa con los fueros de Valencia y Aragón. Los rescoldos del conflicto se prolongaron hasta 1714, cuando la casa Borbón se instauró en el trono de España por medio de Felipe V, consumando la desaparición de la Corona de Aragón. «Se prohíbe la senyera y se instaura la bandera borbónica», amplía el periodista valenciano. «La fiesta se refugia en la clandestinidad», prosigue, quedando reducida a «la mocadorà y poco más». Sí había algún acto religioso en la Catedral. Puesto que fue consagrada un 9 d’Octubre, los monjes realizaban algún acto conmemorativo prácticamente independiente.

Una mujer en la playa de la Malva-rosa, en 1918.

Pese a estar arrinconada por la coyuntura política, Llorenç aprecia un punto de inflexión en lo que hoy se entiende como la celebración del día de la Comunitat Valenciana en la construcción de la estatua de Jaume I, que todavía hoy preside el Parterre de València, en 1891. Con motivo de su inauguración se realizó una procesión cívica no oficial que pese a ser muy minoritaria sobrevive hasta «que se consolida en la II República».

Si bien la carga política estaba reducida a la mínima expresión, sí se encuentran en la hemeroteca algunos detalles de la otra cara de este día, la social. Sant Dionís, el particular San Valentín valenciano, sí «animó mucho las calles de la ciudad (...), que se vieron muy concurridas, agolpándose toda la gente, sobre todo los pequeños golosos, frente a los escaparates de las confiterías. La tradición ha renacido bastante en nuestra clase media», narraba la prensa local.

La ausencia de medidas restrictivas que afectaran a esta celebración ni mucho menos quiere decir que no hubiera prevenciones sanitarias. Las había hasta el punto que sorprende lo similares que son a las actuales: los obreros que llegaban a la Estación del Norte eran puestos en cuarentena, se cerraron cafés y teatros —como ahora, resistieron más que los colegios, cuyas clases se suspendieron antes— y la prensa bombardeaba con recomendaciones respecto a los últimos hallazgos de la ciencia: «Cubrir nariz y garganta», «guardar cama» y «aislamiento de rigor» ante síntomas y «no descuidar la aireación».

Así reflejaba El Mercantil Valenciano las decisiones que la Junta provincial de Sanidad adoptó el 27 de septiembre de 1918, apenas dos semanas antes del 9 d’Octubre, para contener el avance de aquella «gripe»: «Suspensión de la apertura del curso académico, acordándose que el gobernador dispusiera la suspensión de la apertura de escuelas, no solo nacionales, sino particulares y colegios». Se plantea también «la suspensión posible de la Fiesta de la Raza en el Teatro Principal, por no poder concurrir los estudiantes y evitar aglomeración de gente». Igualmente, recoge la orden del ministro de que «para evitar la propagación de la epidemia se prohiba en todos los pueblos toda clase de fiestas, espectáculos, reuniones y aglomeraciones públicas en lugares donde se multiplican las causas de contagio, así como también las ferias, mercados y todo medio de relación de unos pueblos con otros que puedan facilitar la propagación de la epidemia». Nada de esto afectaría a la adelgazada fiesta valenciana.

De hecho, el grueso de estas decisiones se adoptan dos días después del 9 d’Octubre. «Suspender la corrida de toros que debía celebrarse el día 20 del actual —de Joselito—, para evitar la aglomeración de gentes y prevenir el contagio de la enfermedad reinante por individuos procedentes de pueblos epidemiados». También «deniega la petición formulada por los maestros de escuelas y academias respecto a la apertura de clases» y «suspende el funcionamiento de teatros, cines y celebración de bailes en sociedades particulares y demás espectáculos públicos en locales cerrados», «la festividad en el cementerio del Día de Todos los Santos» y «los festejos de la Fiesta de la Raza» alegando que «aun siendo al aire libre produce aglomeración de gentes». Por último, se solicita al Colegio Médico Farmacéutico «que dicha entidad revise los precios y los fije en definitiva, con el margen remunerador que estime de justicia, evitándose las alteraciones que constituyen verdadero abuso». Medidas que no suenan nada lejanas.

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