La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta, produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y transporte marítimos internacionales juntos. Esa realidad no pueden negarla ni los negacionistas ¿no?

La producción textil se encuentra concentrada en los países en vías de desarrollo, en los cuales no se controlan los procesos de producción ni la generación de residuos y el vertido de sustancias tóxicas y peligrosas en los ríos, y donde no existen depuradoras que recojan las aguas residuales generadas para poder tratarlas.

¿Hay que buscar las etiquetas que garanticen la sostenibilidad? ¿O consumir menos?

Ambas opciones. Los productores están empezando a indicar en las etiquetas de las prendas que utilizan materiales sostenibles y que siguen procesos de producción en favor del medioambiente. Asimismo, en los establecimientos de venta ya se destaca la durabilidad de algunas de las prendas, y se anima al consumidor a reciclar las prendas viejas. Y en este sentido, el consumidor debe entender que la responsabilidad de preservar el planeta no le corresponde únicamente a la industria.

Abaratar el precio de la ropa ha permitido a las clases menos pudientes llenar el armario. ¿La ropa sostenible es para ricos?

No se trata de no comprar, sino de no comprar por comprar, sino por necesidad. Es decir, se trata de terminar con los dictámenes impuestos por la moda rápida (fast fashion) y con la cultura del desperdicio. Compraremos menos ropa, pero la que compremos tendrá más vida útil. Se trata de modificar la economía, pasando del actual modelo lineal (basado en la producción, consumo y desecho) a uno circular, que contemple la alternativa de reciclar y de reutilizar los productos. La durabilidad de los productos permitirá que esas clases menos pudientes que indicas, tengan el armario igual de lleno.

¿Qué se puede hacer para frenar el hiperconsumismo?

Reparar, reciclar, reutilizar y, sobre todo, entender que en el valor del producto se incluye su coste ambiental. Porque la producción sostenible es más costosa, pero el resultado, además de ético y solidario, es más duradero, lo cual beneficia al consumidor tanto de forma individual como social o colectiva. Se puede fomentar el ocio cultural, el deporte al aire libre, y actividades, en definitiva, que promuevan un estilo de vida que no dependa de las compras solamente.