Las restricciones generadas por la situación sanitaria han liquidado buena parte del ambiente de Halloween que, desde hace unos años, ha adquirido la ciudad de València. Aunque hay voces que la desprecian por ser una tradición importada, ha acabado por tener muchos adeptos. Porque no deja de ser una fiesta de disfraces y alcohol en unos casos y una forma de entretener a los niños, en otros. La que realmente importaba y preocupaba era la de los adultos, especialmente por la obligatoriedad de olvidarse de las fiestas masivas de otras ediciones, así como la obligatoriedad de estar en casa a las doce de la noche y de no concentrarse más que en grupos de seis.

«En principio, noche tranquila. La gente se está portando». El virus ha matado a casi todos los zombis. La comisaria Estefanía Navarrete, responsable del operativo de la Policía Local en el turno de mañana y tarde, destacaba el buen comportamiento de la gente, en líneas generales. Las zonas de terrazas estuvieron tan llenas como en cualquier otro sábado por la tarde-noche, dentro de los límites actuales. Pero las medidas de seguridad puestas al servicio de evitar los desmanes no tenían precedentes para la noche del 31 de octubre, que se transformaron también en tarde del mismo día.

Patrullas estables, equipadas con unidades caninas y drones, se acercaron a las plazas de más sensibilidad. «Benimaclet, La Marina, Honduras, Cedro, Tossal. En estos hemos estado de forma permanente y estática. Ha habido también nueve patrullas mixtas, tanto patrullando como estacionando, y otras siete moviéndose por la ciudad. En general, hemos procurado siempre informar antes que sancionar». Lo más perseguido, como es fácil imaginar, «advertir que no se podían quitar la mascarilla o establecer las distancias sociales», para lo que era indiferente que estuvieran o no disfrazados, aunque la propia comisaria Navarrete Ibáñez reconocía que «pocos disfraces hemos visto esta noche». Los drones acabaron, en algún momento, por ser una atracción para los que llenaban las terrazas. «También hemos insistido a los establecimientos que no se pueden saltar las normas de aforo». Se arriesgaban a alguna de las propuestas de sanción que se extendieron durante la jornada.

Disfraces, pero pocos

Que hubo pocos disfraces era cierto. Dio la sensación más de noche de sábado que de algo especial. No parecían estar los ánimos para mucho zombi y los que se saltaron las normas, procuraron hacerlo sin que se notara mucho. Aunque disfraces, hubo. Especialmente en espacios céntricos como la plaza del Ayuntamiento, donde convivían en un particular mezcladillo, los visitantes de la Plaça del Llibre, transeúntes disfrazados de diferentes temas y los que salían de los centros comerciales.

Uno de los incidentes se produjo en la playa, cuando se interceptó a grupos de jóvenes que pretendían hacer noche en la playa, aprovechando las altas temperaturas del día. «Pretendían hacer una noche de San Juan con un poco más de fresco. Hay que tener claro que no se puede ir ni en grupo grandes ni con botellas de vidrio». Muchos establecimientos habían cancelado las fiestas temáticas. Lo mismo los casales falleros, que ayer debían haber estado todos llenos en sesión tanto de tarde como de noche en cualquier otro año. Ayer se quedaron todos también en casa.

Al cierre de esta edición quedaba lo más complicado: la noche. «Todos saben que a las doce se ha acabado todo y que no hay más». Era la primera noche de botellón en confinamiento.