Entre los aficionados a la «meteo» en una zona tan peculiar como la mediterránea vivimos desesperados, agarrados siempre a las expectativas. Tras un primer semestre triunfal de 2020, unido al último cuatrimestre de 2019, por supuesto que no para todos, vivimos desesperados, no ya por una lluvia salvadora, sino por la perspectiva de que al menos caiga algo. Y en eso estamos, esperando que a partir del miércoles vengan un temporal en el buen sentido de la palabra que riegue con abundancia y con sentido a una buena parte del territorio. No obstante, la realidad será que, aunque pueda ir lloviendo de forma general, los agraciados serán unos y otros apenas verán caer unos pocos litros y, lo peor del caso, como otras veces, a pocos kilómetros de donde caiga demasiado y demasiado deprisa, caiga demasiado poco, porque la dirección de los vientos con la confluencia de la inestabilidad en altitud y la caprichosa disposición de nuestro relieve es la que manda, y sólo la realidad dirá si los modelos aciertan o no.

En cualquier caso, aprovechando esa perspectiva explico la expresión que titula esta columna. Mis padres me decían para que me diera prisa en acabar algo la frase: «vinga, que es fa tard i ve ploent», y es una expresión que venia muy bien a los que hemos intentado adelantar la cosecha de aceituna antes de que las posibles lluvias entorpecieran esa recolección, conscientes también de que esas precipitaciones son necesarias para esos mismos olivos. Con la inestimable ayuda de mi hija de 7 años hemos conseguido hacer unos pocos kilos y, sobre todo, que mi hija aprendiera con su esfuerzo que la aceituna estaba muy mal pagada, porque el precio no se correspondía en absoluto con su valor, con lo que a nosotros nos había costado recoger esos kilos en márgenes imposibles. Nos quedamos, sin duda, con la satisfacción de su colaboración.