Generoso, coherente, independiente, progresista, con un talante que no contemplaba el “no” y con tres pasiones confesables además del Derecho: su familia, la pesca y los partidos de squash con su compadre y amigo del alma Juan Carlos López Coig, el fiscal del Tribunal Supremo con el que ha compartido mucho más que tiempo, viajes, aficiones y charlas sobre lo divino y lo humano a lo largo de toda una vida.

Vicente Gimeno ha fallecido en su casa de la playa de Muchavista, en El Campello, tras una rápida enfermedad que le diagnosticaron hace unos meses. Y lo ha hecho arropado por su mujer, Cristina Beviá, hija del histórico dirigente socialista José Beviá, y de sus cuatro hijos: Ester, Celia, Vicente y Jordi, a tres de los cuales supo inocular su amor por el Derecho.

Nacido en Gandía, Valencia, en 1949, Vicente Gimeno no solo ha sido uno de los miembros más jóvenes del Tribunal Constitucional, donde ingresó a propuesta del Senado en 1988 con apenas 39 años, sino que durante la década que permaneció en ese órgano judicial fue probablemente el magistrado que más votos particulares presentó haciendo gala de una independencia a la altura de su vasto conocimiento en las normas que regulan el proceso judicial. Prueba de esto último es su Manual de Derecho Procesal, libro de cabecera de reconocidos juristas, muchos de los cuales lo consideran el mejor texto que se ha escrito sobre esta materia.

Como también es suyo uno de los borradores de la Ley de Jurado en el que Gimeno defendía el tribunal popular mixto o escabinado, formado por jueces y ciudadanos legos en Derecho, porque consideraba que ofrecía más garantías que el puro, que fue el que al final se impuso, además de homologarnos con otros países del entorno.

Respetado por su valía profesional y querido en lo personal por su carácter afable presto a ayudar, fuera a quien fuera, el magistrado emérito no hacía mucho que había dejado la UNED, donde ha ejercido como catedrático, y hace unas semanas que salió a la luz la última del más del centenar de obras que ha publicado a lo largo de su vida: Simplificación de la Justicia Penal y Civil, en la que pretende dar solución a una de sus obsesiones: lograr una Justicia respetuosa con los derechos fundamentales pero más rápida y cercana a los ciudadanos.

Miembro de la Fundación Mediterráneo (antigua Fundación CAM), la última iniciativa que llevó a cabo en Alicante fue una Jornada de mediación penal que dirigió y en la que además de la Fundación de la que era patrono colaboró la Universidad y el Colegio de la Abogacía de Alicante. Fue el pasado febrero. Porque, fiel reflejo de su forma de ser, este gran jurista y mejor persona era un firme defensor de la mediación, incluso en delitos de la gravedad del terrorismo o la violencia de género. Apostaba por buscar vías para reconvertir el conflicto en una solución consensuada, aquello de que siempre es mejor un mal arreglo que un buen pleito. Y los que han pasado por ello saben que no le faltaba razón.

Autor intelectual de la Ley de los juicios rápidos (con López Coig y el presidente de la Audiencia de Alicante, Juan Carlos Cerón, escribió en 2004 Los nuevos juicios rápidos, un instrumento para la aplicación de la normativa de estos procesos) se quejaba de que nuestra Justicia penal es lenta e ineficaz y de que históricamente se haya puesto más empeño en castigar la delincuencia callejera que en perseguir la corrupción.

Sin miedo a meterse en charcos, aunque eso le reportara críticas y le acarreara detractores, hablaba de los aforamientos como de un chubasquero bajo el que se guarecen los políticos investigados y defendió, cuando aún nadie lo hacía, que fuera el fiscal quien se encargara de la instrucción. Ante el mismísimo CGPJ expuso en 1980 sus tesis destapando la caja de los truenos entre los magistrados. Cuarenta años después, el Ministerio de Justicia tiene previsto que este cambio en la instrucción sea realidad en breve. Le habría encantado verlo aunque, conociéndole, seguro que se las apañará para no perdérselo mientras saborea una copa de buen vino, otra de sus debilidades.

Amigo incondicional de Faustino de Urquía, expresidente de la Audiencia de Alicante y miembro en la actualidad del Consejo Jurídico Consultivo, y del fallecido teniente fiscal Miguel Gutiérrez, por citar solo un par de referentes del mundo de la Justicia en Alicante, quienes le conocían destacan el tesón que ponía en todo lo que hacía, como cuando sin saber ni papa del idioma se marchó a Alemania a estudiar porque en ese momento estaban allí los mejores procesalistas. Y regresó siendo una autoridad en la materia. Y hablando alemán.