Cuando nos despedíamos antes de Navidades, sabíamos que estas fiestas iban a ser raras. Pero lo que no me podía imaginar que el año nos tuviera reservada esta horrible sorpresa final. No podía imaginarme que fuera la última vez que iba a verla, y que su felicitación de Navidad por WhatsApp era lo último que le leería. Todavía no puedo creer que nunca celebraremos esa comida que el covid dejó pendiente.

María Jesús Moya Martínez, gran persona y gran fiscal, se marchaba el día de Navidad. Como una cruel paradoja del destino, ella, que se cuidaba como nadie por miedo a contagiar a su madre, moría de repente. Y nos dejaba con la perplejidad y el dolor enganchadas al alma.

María Jesús fue una gran fiscal. Ya había cumplido sus bodas de plata con la carrera, que no siempre había sido tan generosa con ella como merecía. Luchó por sus derechos y salió triunfante, como siempre. Y nos deja una lección de dignidad allá donde ha ejercido, desde Galicia a Castilla, desde a Madrid a Valencia, su último destino, pasando por su aventura internacional. Menores, cooperación internacional, violencia de género e instrucción fueron algunos de los palos que tocó en sus diferentes destinos. Y, especialmente, delitos económicos, una especialidad tan difícil como necesaria.

Pero María Jesús era mucho más que una buena fiscal. Era una persona sensible y generosa. Todavía recuerdo cuando me decía, entre bromas, que ella llevaba muy mal materias como la violencia de género, porque le afectaba mucho lo que ocurría a las víctimas. Así de sensible era, con un corazón tan grande que acabó partiéndosele.

No obstante, de todas las facetas de María Jesús que tuve la fortuna de conocer, me quedó con la de amiga. Una amistad que comenzamos en redes sociales y fraguamos en persona en Valencia, cuando eligió mi tierra como destino. Desde el mismo día que llegó, quiso empaparse de todo, integrarse y conocerlo todo. Aprendió a amar las fallas, pese a su terror a los petardos, a disfrutar de esta tierra, y compartimos el gusto a la danza. Aún no puedo creer que su cuerpo no esté ya aquí, aunque su recuerdo nos acompañará para siempre.

Hoy me acuerdo de una anécdota que la define muy bien. Hace unas semanas, cuando esta pandemia lo permitió por fin, mi hija volvía a los escenarios. María Jesús nunca dejaba de venir a verla bailar, pero esta vez me dijo que el miedo al covid le impedía hacerlo. No obstante, me buscó y quiso pagar su entrada. “Será como si estuviera allí”, dijo. Y así fue. Y desde hoy, su silla vacía estará siempre con nosotras.

Descansa en paz, amiga. Tu recuerdo y tu sonrisa nos acompañarán siempre.