Toda mi vida he odiado el viento. Cuando era pequeño, según mi madre, siempre me quejaba. Lo cierto es que todos los elementos meteorológicos naturales tienen su función y no deben ser despreciados, pero yo reconozco que me cuesta encontrarle bondad al viento. Cuando los árboles están en flor el viento es bueno para la polinización y cuando ha habido lluvias abundantes y la humedad puede ser excesiva es bueno que el viento lo oree todo. También es positivo que si ha caído una nevada muy potente el viento lo deshaga raídamente y evite problemas. En otra época el viento era muy útil para separar el grano de la paja. También el viento es capaz de generar energía eólica y eso es bueno, siempre y cuando la instalación de los parques no suponga impactos ambientales y paisajísticos irreparables.

Donde vivo hace unos meses el viento es especialmente capaz de demostrar su fuerza y sopla con fuerza desmedida durante horas. Lo peor en esta época es oír el viento soplar cuando la cosecha de aceituna no está completamente recogida y saber que va a ir cayendo y eso va a repercutir en la recogida y en la calidad. Este año, tal y como es tendencia nacional, hemos recogido la aceituna en verde perdiendo rendimiento de aceite, pero ganando calidad del aceite obtenido y, sobre todo, tranquilidad cuando uno oye el viento soplar y saber que ya no va poder tirar nada. Aunque no tenga nada que ver, ayer fue el día de los inocentes y un amigo mío se vio obligado a poner una inocentada sobre una nevada en las montañas de Alicante ante la insistencia de la gente en preguntar por la nieve por la caída de unos débiles chubascos matinales. Para ello utilizó una foto de hace unos años utilizada como fake durante los últimos años cada vez que una nevada amenaza esa zona.