Atípico, inesperado, abrumador... de pesadilla. La Comunitat Valenciana cierra el año 2020 sumida como el resto de España y casi del mundo en una pandemia de la que los expertos venían avisando pero pocos acertaron a ver llegar. Cuando los ejes mundiales estaban más preocupados por una tercera guerra mundial o una escalada nuclear, ha sido un patógeno microscópico quien ha venido para recordar lo efímero de la existencia humana y lo rápido que el sistema puede colapsar a todos los niveles. Una cura de humildad para el planeta.

La pandemia cumple nueve meses entre nosotros. Nueve meses de ansiedad, de dolor, de miedo a lo desconocido y que deja cifras escalofriantes: cerca de 3.000 valencianos muertos —solo los reconocidos en la lista oficial—, además de centenares de hospitalizados y de personas con secuelas por la covid persistente y unas consecuencias para el conjunto del sistema sanitario y del resto de enfermedades que aún está por cuantificar.

Son nueve meses de pandemia pero doce desde que el coronavirus empezó a dar la cara en multitud de neumonías sin explicación alguna en los lejanos hospitales de Wuhan. En un mes se vio la dimensión que la epidemia había tomado en China, aunque desde Europa se veía lo que sucedía con distancia. Tanta que se tardó en reaccionar ante el rápido avance del virus de este a oeste. Y llegó marzo. Con Italia ya sumida en una crisis sanitaria sin precedentes, ahora se ve, se subestimó el poder de expansión del virus y su impacto en el sistema sanitario.

El partido de fútbol del Valencia y el Atalanta fue para la C. Valenciana, el principio del fin. Y así lo han establecido hace pocas semanas investigadores del Instituto de Biomedicina de la Universitat de València, Fisabio y el CSIC: las entradas de personas contagiadas entre periodistas y aficionados tras el viaje a Italia fueron decisivas para que la mecha prendiera en terreno valenciano aunque, como esos días se supo, el virus ya había entrado y había dejado incluso la que por ahora es la primera víctima oficial en España: un vecino de València que viajó a Nepal y falleció en el Hospital Arnau de neumonía «desconocida» el 13 de febrero. Un análisis postmorten de restos guardados confirmó que había muerto por covid-19.

A partir de ahí, todo se aceleró. Pronto se vio que la amenaza era real y empezaron a tomarse decisiones impensables hasta ese momento como suspender las Fallas. Y ese fin de semana, llegó el confinamiento. Era el 14 de marzo, la epidemia solo había empezado a mostrar su cara y llegaron las semanas del horror: los primeros muertos y el colapso de los hospitales conforme crecía de forma exponencial la cifra de contagiados.

Sanidad de guerra

No se conocía el virus, ni su impacto, ni tampoco su dispersión real entre la población, pero los enfermos seguían llegando a unos hospitales colapsados y que no estaban preparados para tratar una enfermedad de la que nada se conocía y contra la que todavía no hay siquiera tratamiento efectivo. Los hospitales se bunkerizaron, los centros de salud y todo el sistema sanitario se volcó casi por completo en una sola enfermedad. «Es como estar en la guerra», se oía por los pasillos. Y así era. En lo peor de la primera ola, sin saber el impacto real de personas enfermas, los hospitales valencianos acogieron al mismo tiempo a casi 2.200 personas y hasta 386 pacientes covid-19 al mismo tiempo en unas UCI que se quedaron pronto pequeñas. Era la guerra, literal. Y como tal se utilizó todo lo que había a mano: se ocuparon quirófanos, se ampliaron salas en sitios imprevistos, se anularon operaciones y se movilizó al personal.

Fuera, en sus casas, sin saber si lo tenían o no, miles de valencianos tuvieron que pasar la enfermedad con dudas, miedos y con atención telefónica. Días después, las cifras de fallecidos empezaron a tomar dimensiones nunca vistas... 20, 30 víctimas al día, hasta 68 decesos comunicados en 24 horas.

El cierre total, un mazazo para la economía supuso, sin embargo, un alivio para la situación de la pandemia. En mayo, se empezó a normalizar la situación y llegó el verano de la «victoria» sobre el virus. Nada más lejos de la realidad.

El virus seguía estando ahí, y un poco más de relajación en las omnipresentes medidas de prevención (mascarillas, higiene de manos, distancia) hizo que pronto se entrara en una segunda ola. A esta se llegaba con más preparación en hospitales, con más personal y con la experiencia de lo que se iba a ver pero también con una sensación de derrota, de no haber sabido hacer las cosas y de cansancio extremo por la pila de restricciones añadidas semana tras semanas para intentar contener el repunte. Ahora, y en plenas fiestas de Navidad, lo poco avanzado en noviembre se ha vuelto de nuevo en contra, apuntando al inicio de una tercera ola que puede terminar de complicar por completo la situación cuando está casi en el final del túnel.

Porque han sido nueves meses de miedo, ansiedad y pérdidas pero también nueve meses de solidaridad, esperanza y un tremendo esfuerzo en materia científica. Nunca antes la comunidad científica había tenido que hacer tanto en tan poco tiempo y nunca antes había quedado claro que la investigación iba a ser tan determinante para la vida de todo un planeta.

Llevamos nueve meses y aún faltarán al menos otros tantos para volver a una normalidad que se nos antoja muy lejana. Ya nadie alberga esperanzas de que haya Fallas en marzo. Los nueve meses de pesadilla, la guerra que no ha sido una guerra deja una estela de dolor pero también de esperanza y de profunda reflexión. Una lección de humildad en tamaño microscópico.

La vacuna: el esperado principio del fin



Ha sido el año de la pandemia, pero también el año de la ciencia.En cuanto China le puso nombre al coronavirus y secuenció su genoma, la comunidad científica mundial se puso a buscar tratamientos pero, sobre todo, a diseñar vacunas. El concentrar tiempo, dinero y esfuerzos en un solo objetivo ha hecho posible que apenas unos meses después de bautizar al SARS-CoV-2 haya medio centenar de proyectos de vacunas en marcha y algunas, como la de Pzifer o Moderna ya estén aprobadas e incluso protegiendo a los más vulnerables. En la C.Valenciana hace solo un par de días que estas inmunizaciones han comenzado además por los que más han sufrido la pandemia: en las residencias de ancianos dondes se concentran un tercio de los fallecidos hasta ahora. De aquí a marzo, la Conselleria de Sanidad espera poner 377.000 dosis e inmunizar así a 188.000 personas entre mayores de residencias y sus trabajadores, personal sanitario de primera y segunda línea y grandes dependientes y sus cuidadores. El siguiente paso, ya en abril, abrirá una nueva etapa con otros grupos a proteger.El objetivo es llegar a junio con el 70 % de valencianos protegidos.