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Análisis

Tiempos críticos para la unidad

La algarada en el Consell por la cabalgata de Reyes tiene la importancia de sumarse a la acumulación y frecuencia de discrepancias y refleja la evaporación del mayor rasgo del Botànic I: el empeño en mostrar un gobierno cohesionado

Aglomeración de ciudadanos en la plaza del Ayuntamiento de València por la cabalgata de Reyes Magos, el pasado día 5. | LEVANTE-EMV

El Ejecutivo del Botànic perfecciona desde el otoño una práctica de riesgo: algunos de sus miembros, de diferentes partidos del tripartito progresista, se azotan (dialécticamente) en redes sociales o en declaraciones públicas durante la semana y, al llegar los viernes a la mesa del pleno de Consell, todo es una balsa de aceite. Del incendio a la calma formal. Ha sido así esta última semana también.

La reunión clave de los últimos siete días fue la de la comisión interdepartamental, el día 5. Además del aumento de las restricciones ante la evolución (a peor) de la pandemia, lo que trascendió de ese encuentro fue la posición de algunos consellers de Compromís de reclamar al Gobierno de España un nuevo confinamiento de la población valenciana. Fue algo que se quiso que se conociera, aunque en el interior de la sala del Palau «no hubo gran debate» sobre esta cuestión, según reconoció la líder de la formación y vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, el pasado viernes. Al final, el president acudía con un abanico amplio de nuevas limitaciones y «se consideró que no». O que de momento, aún no, mejor dicho.

La reivindicación, sin embargo, y su difusión, fue la base horas después del desencuentro botánico de la semana. El número dos de los socialistas, Manolo Mata, recordaba la petición en las redes sociales cuando era noticia la aglomeración ciudadana en la plaza del Ayuntamiento de València por la cabalgata de Reyes Magos y en esa madeja de acusaciones cruzadas se enredaban Oltra, la consellera de sanidad, Ana Barceló, y la vicealcaldesa de València, Sandra Gómez, por citar los cargos más destacados.

El peso de la acumulación

La vicepresidenta y portavoz del Ejecutivo le quitaba el viernes importancia, con un tono que no era el de otras comparecencias pospleno: en esta tribuna defendió hace unas semanas medidas más severas y distintas a las que Ximo Puig y Barceló presentaban en ese mismo momento. Dirigentes de Compromís lo han recordado también en los últimos días, mientras la incidencia de la pandemia se disparaba.

Posiblemente la algarada dialéctica no tenga mucha importancia. No más que otras. Pero estas empiezan a pesar por acumulación. Eso es lo importante.

Es el cambio más notable entre la primera y la segunda legislatura del Botànic. Los socios se cincelaron en piedra en 2015 como objetivo principal el de resistir como Gobierno. Pocos confiaban en ello. Pesaba la experiencia de otros tripartitos de izquierda (Cataluña o Galicia), donde los integrantes habían desintegrado las coaliciones con continuas peleas internas. La gran meta así durante el primer Botànic fue el bien colectivo de preservar el gobierno compartido, más allá de los intereses momentáneos de cada partido y cada líder. Y lo lograron. Con sorpresa de bastantes.

Por eso hay un Botànic II, aunque nacido de la discrepancia de un adelanto electoral decidido por unos (Puig) y rechazado por otros (Oltra). Los orígenes marcan. Año y medio después, la nota diferencial de esta segunda etapa del Gobierno de izquierdas es que hay mucho mayor interés por que se vean las posiciones diferentes de cada partido.

Se viste de pluralidad, que es un argumento cierto y útil en los gobiernos de coalición, pero la línea entre la pluralidad y el enfrentamiento interno es muy fina. Tan delgada como que lo que el martes era un desencuentro público evidente y manifiesto gracias a la impulsividad de las redes sociales, el viernes eran «maneras diferentes de pensar» y «normalidad democrática». Lo que el martes se veía en las pantallas de los teléfonos móviles es que esas diferencias se expresaban en forma de crítica. Y eso es quizá algo más que pluralidad.

Bicefalia en Podemos

De pluralidad también conocen últimamente en la tercera pata del Botànic. Podemos optó en 2019 por un candidato y un representante institucional al margen de la dirección del partido. Y ahora, tras la consolidación de Pilar Lima al frente de la formación morada en la C. Valenciana, cada vez se aprecia más una bicefalia poco pacífica. O poco coordinada.

El partido ha planteado esta semana una propuesta de restricciones (confinamiento total y cierre de colegios, entre otras) que el vicepresidente segundo del Consell, Rubén Martínez Dalmau, desconocía cuando se sentó en la comisión interdepartamental del martes junto a Puig, Oltra, Barceló o Vicent Marzà, que se lo han reprochado. Hubiera sido lo más lógico. Pero existen intereses diferentes y desconfianzas cruzadas: el alto cargo defendió una candidatura alternativa a la de Pilar Lima para la coordinación general. Es también pluralidad, puede argumentarse. Pero se observa carencia de objetivos compartidos.

La líder del partido quiere que la opinión pública vea una opción diferente a la del Consell, en la línea de los desmarques de Pablo Iglesias en el Gobierno central. Al vicepresidente le interesa una posición institucional sólida y poder trasladar que Podemos es capaz de conseguir políticas distintas en áreas como la de Vivienda, que es capaz de gobernar con solvencia, derrumbar fantasmas irreales y no generar miedos en algunos sectores. Parece difícil hoy que puedan entenderse.

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