Las grandes ciudades de la Comunitat Valenciana estrenaron ayer, ya a jornada completa, una fórmula nueva dentro de las restricciones que provoca la pandemia del coronavirus. Algunos lo entienden y algunos no. Pero precisamente por tratarse de un escenario nuevo, sorprende mucho más, dentro del trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que en el parte de incidencias facilitado ayer, casi un tercio de las personas sancionadas lo fueran por pillarles haciendo botellón. La lección 1 de la imprudencia que sigue sin entender ni de casi cien muertos diarios ni de estrechamiento de la libertad de movimientos. Gandia, Torrent, València, Sagunt y Burjassot fueron, fundamentalmente, los sitios en los que se cazaron a aquellos que, litrona en mano, expandieron sus aerosoles fuera de cualquier límite imaginable. O como la irrupción de la Policía Local de Cullera, que acudió a un domicilio tras una denuncia y se encontraron con un, textual, «cumpleaños sorpresa». Y los once denunciados tenían entre 26 y 46 años, según informa

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Pero la novedad ayer fue la fórmula del confinamiento perimetral. La que ya ensayaron Benetússer, Alfafar, Sedaví y Llocnou dos semanas atrás. Ahora fue el turno de las grandes ciudades, con el enorme problema que esto supone en el que, controles policiales al margen, lo que queda claro es que el mejor confinamiento perimetral es el sentido común propio.

En el parte de incidencias se hablaba de 580 propuestas de sanción en la primera tanda. Una cifra que fue considerada aceptable por la Delegación de Gobierno, que tildó a la ciudadanía, la que no había salido huyendo antes del cierre de fronteras, de «buena». La mayoría de los interrogados justificaban su presencia en los lugares de conflicto en la necesidad de ir del trabajo a casa o viceversa. Si a estas sanciones se unen las no menos incomprensibles por no llevar mascarilla, un total de 153, fueron mil las personas que ensombrecieron con su conducta la jornada.

Es materialmente imposible controlar tantos accesos de salida de tantas ciudades. Razón por la que encontrar un control era una lotería. Por ejemplo, podías salir de València sin problemas a mediodía en dirección Madrid, pero te cazaban en dirección Picanya-Torrent. Controles hubo. Los suficientes como para obligar a más de 400 vehículos a dar la vuelta.

Otro ejemplo ilustrativo era la frontera entre València y Alboraia en la playa. Sendas vallas impedían el acceso a la Patacona por el Paseo Marítimo. Y un control de carretera en la calle Fausto Elío. Pero si tanta necesidad había de entrar en este barrio se podía hacer por las calles Cavite y Gran Canaria. Y es que hay veces que el ciudadano tampoco quiere poner de su parte.

Matinal con movimiento

No fue un sábado cualquiera y las imágenes podían diferir de la normalidad. La mañana, en el centro de València, estuvo animada relativamente. Sobre todo, en el Mercado Central, aunque los vendedores aseguraron que el aforo estaba controlado a su 50 por ciento. Colas en algunos establecimientos y hasta algún rodaje, como el que se estaba desarrollando en la plaza de San Agustín. En el Jardín del Turia, la norma de las dos personas no siempre se cumplía. Pero sí la de los corredores con mascarilla. A partir de las 10 hay que ponérsela o marchar a lugares alejados, desde mañana.

Por la tarde, sin hostelería (más allá de la que hacía servicios de entrega) y con las tiendas cerrando a las seis, apenas quedó sitio para los que salían simplemente a pasear. Insuficiente como para no evitar la imagen de una ciudad casi fantasma. Una imagen que se extendió a todas las ciudades confinadas.

El alcalde de València, Joan Ribó, publicará el lunes un Bando para recordar a la ciudadanía «el obligado cumplimiento de las recomendaciones y los decretos dictados por las autoridades sanitarias competentes para evitar la expansión de la pandemia del coronavirus, porque ahora no podemos bajar la guardia, es el momento de salvar vidas. Mientras llega la vacuna, tiene que funcionar otra: la de la responsabilidad y el sentido común».