En los últimos años hay un fenómeno que está ganando protagonismo progresivamente en el ámbito de la meteorología: el calentamiento súbito estratosférico (CSE). Después de leer esta concatenación de palabras, uno solo puede imaginar algo grandilocuente, capaz de alterar la vida de muchas personas en un santiamén y, con la que cae, obviamente catastrófico. El proceso que aguarda es complejo y sí, en ocasiones de gran impacto. No tenemos que irnos muy lejos para toparnos con un buen ejemplar: en los primeros días del mes de enero la estratosfera experimentó un rápido aumento de la temperatura sobre el Ártico. Parece una circunstancia trivial, o eso es lo que se pensaba hace un tiempo, cuando escaseaban los datos de esa capa de la atmósfera y tampoco se había teorizado sobre su influencia más abajo, en los fenómenos meteorológicos que cada día nos afectan. Resulta que no es una cuestión baladí.

La estratosfera abarca un intervalo de altitud de entre 11 y 50 kilómetros sobre nuestras cabezas. De un tiempo a esta parte, en invierno se miran con lupa los vaivenes de temperaturas que tienen lugar por ahí, a unos treinta mil metros sobre el Ártico. Numerosos expertos están estudiando cómo esta anomalía puede llegar a producir cambios en el chorro polar, y así en los fenómenos meteorológicos que afectan a Europa y América del Norte. Desde que empezó el año, hemos ido metiendo en el zurrón numerosos episodios provocados por un chorro polar muy ondulado, como la borrasca Filomena y sus nevadas históricas, la posterior ola de frío y el ramalazo de aire gélido que hace unos días metió a la marmota Phil de nuevo en su madriguera de Punxsutawney, en el estado de Pensilvania. Todo esto ocurrió tras ese calentamiento súbito, en el que la estratosfera pasó de los -70 ºC a los -35 ºC en apenas una semana, influyendo en el vórtice polar ubicado en este nivel, que es una enorme masa de aire gélido que habitualmente gira al contrario de las agujas del reloj en invierno.

Cuando se producen los CSE esa circulación se ralentiza e incluso en ocasiones se invierte. Según investigaciones recientes, esto a menudo provoca una salida en estampida del aire polar camino de Norteamérica o Europa. La Agencia Espacial Europea acaba de poner un vigilante a estas variaciones, el satélite Aeolus, que está recogiendo datos sin parangón. El reto es investigar cómo está influyendo el calentamiento global en este proceso. Paradójicamente, el incremento de las temperaturas en superficie parece estar encendiendo la mecha de estos episodios invernales que nos dejan tiritando. Buah, menudo efecto dominó, ¡ni en El Hormiguero!