Visibilizar el suicidio y sus dimensiones —es la principal causa de muerte no natural en jóvenes de 15 a 29 años y provoca al año muchos más fallecimientos que los accidentes de tráfico o la violencia machista— es uno de los principales objetivos de los profesionales de la salud mental desde hace años. El segundo, transmitir algunas de las claves que pueden ayudar a percibir que una persona, en este caso un niño o un adolescente, está en riesgo de suicidio.

«No es fácil», explica el coordinador de Psicoemergencias CV y psicólogo clínico Mariano Navarro, especializado en duelo y en atención a personas en casos de emergencia y catástrofe, «porque no hay una fórmula magistral para prevenir el suicidio. Y menos aún el infanto-juvenil. Es cierto que suelen dar señales o pistas, pero no siempre y muchas de ellas son encubiertas».

Navarro, que en su consulta dispone de un grupo específico de suicidio «porque necesitan atenciones más frecuentes» y que se ocupa, entre otros, de la madre de Marta Calvo, por ejemplo, explica que esas señales tienen muchas caras distintas. «Puedes tener a un niño que habitualmente está triste, o es introvertido y callado, y la señal de alerta es justo lo contrario: empieza a abrirse, se acerca a los suyos, intenta agradar y cumplir con lo que se le pide, se muestra colaborador y se implica... O todo lo contrario. Cada caso es distinto. La norma general es que quien está madurando la idea de suicidio, se despide de los suyos. Y lo hace saldando cuentas, buscando el perdón y perdonando. Lo complicado es descubrir que esas conductas obedecen a esa intención de despedirse, de dejar todo en orden. Saber que eso son pistas es lo más difícil», sostiene el experto.

Agentes del Grume constatan que los dos menores no se conocían y que no actuaron bajo la influencia de ningún reto

Invisibilidad igual a tabú

Y la consecuencia de ello llega inmediatamente después. «El duelo más complejo y más duro de todos es el que pasan los padres que pierden un hijo por suicidio o por asesinato. Con este último, al menos tienen el recurso de volcar esa rabia sobre quienes han matado a su hijo, pero en el suicidio hacen recaer toda la culpa sobre ellos mismos por no haberlo visto venir. Es durísimo. Y por eso es fundamental que reciban asistencia y soporte psicológico desde el primer instante».

Y advierte: «La Comunitat Valenciana tiene un protocolo que dice que en los casos en que se detecte una tentativa de suicidio o una ideación del mismo en atención primaria o en un hospital, esa persona debe recibir atención de un profesional de la salud mental como mucho en las siguientes 72 horas. Y eso, más o menos, se cumple, pero las agendas de los profesionales de salud mental están saturadas y eso sí impide que podamos dar un seguimiento adecuado en estos casos».

Navarro, como muchos de sus compañeros especializados en atención en casos de crisis, defiende a capa y espada la visibilización de un problema social «gravísimo». La razón es simple: «Haberlo invisibilizado durante décadas, por el efecto Werther [efecto imitativo de la conducta suicida] ha provocado que se convierta en un asunto tabú. Y lo que eso produce es un sentimiento no solo de culpa en los familiares, sino también de vergüenza, lo que complica aún más el duelo, porque les impide verbalizarlo con las personas de su entorno como harían si la pérdida se hubiese producido de otra manera».

Dos casos sin conexión entre sí

Por fortuna, los suicidios en niños menores de 15 años son muy infrecuentes. Sin embargo, esta semana se han producido dos en València, en un intervalo de solo doce horas. Los investigadores del Grupo de Menores (Grume) de la Policía Nacional han descartado por completo que los dos casos guarden algún tipo de relación entre sí, por lo que esa proximidad espacio-temporal parece una simple anomalía estadística. Los agentes han constatado que no se conocían entre sí ni tenían amigos o esferas sociales o escolares comunes. Y ninguno de los dos actos tiene su origen en un reto virtual.

De la investigación se desprende que en el primer caso, el del niño de 10 años que sobrevivió en la noche del lunes y permanece grave en el Hospital La Fe, el detonante final fue un suceso que se produjo mientras jugaba online con amigos al popular videojuego Fortnite, especialmente adictivo en menores de 12 años.

Ese dato se conoce gracias al análisis de la tableta recuperada en su casa, en la que quedó registrado que llegó a escribir a sus oponentes que iba a suicidarse, aunque nadie creyó que hablase de una manera literal. Ahora, se trata de averiguar su situación psicológica previa para que ese encontronazo virtual desencadenase su acción.

En cuanto al niño de 13 años fallecido a primera hora del martes, la Policía no ha encontrado, de momento, ningún indicio de que pudiera estar sufriendo acoso o burlas en el entorno escolar o de amigos. En su caso, tampoco existe vinculación alguna con videojuegos, ya que ni siquiera le gustaban, por lo que los expertos tendrán que continuar buscando la respuesta a su acción en otras razones.