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Alejandro Portes

"Cuando la entrada de migrantes es caótica no puede haber integración"

El experto mundial aboga por ampliar la ayuda en los países de origen y defiende el valor aportado por los inmigrantes al desarrollo socioecónomico

El profesor cubano-estadounidense Alejandro Portes, en una imagen de archivo. | EFE

La voz de Alejandro Portes (La Habana, 1944) suena cálida, firme y certera al otro lado del teléfono a pesar de los 7.400 kilómetros que le separan de València. Desde Miami, el profesor ofrece su amplia y meridiana visión sobre uno de los grandes desafíos del siglo XXI minutos antes de su videoconferencia para la UV.

¿Cómo está golpeando la pandemia al movimiento migratorio?

Desde el punto de vista de quienes emigran, la pandemia es un lujo que no se pueden permitir. Los procesos de inmigración y deportación no han cambiado. Al principio parecía que se iban a paralizar los flujos entre países, pero la escasez ha hecho que sigan manteniéndose.

¿Cuál ha de ser la respuesta?

No se puede dejar entrar a todo el mundo porque sería un caos, pero hay que afrontarlo de forma más humanitaria, ayudando a la población directamente en sus países de origen y protegiendo a los inmigrantes. La retórica de que destruyen empleo es falsa: los países desarrollados precisan de mano de obra extranjera para sus economías. Los migrantes son vitales para su desarrollo social y económico.

¿En qué sentido?

En EE UU son trabajadores considerados esenciales porque se dedican a la agricultura, la ganadería o la industria. España ha desarrollado una política ilustrada de permitir la llegada de migrantes necesarios, con un flujo importante para la economía y la demografía. Hablamos de un país anciano con una baja tasa de natalidad que, sin inmigrantes, caminaría hacia la desaparición.

Sus estudios sitúan el modelo español como un ejemplo exitoso de integración. ¿Por qué?

Los resultados de nuestra investigación indicaron que la mayoría de inmigrantes se va integrando bastante bien en la sociedad española, que por lo general es bastante tolerante. No existe un movimiento xenófobo del tamaño de otros países como Francia, Reino Unido o Holanda. Aunque los españoles no se vanaglorian de ello, España es un modelo para el resto de países porque permite a los migrantes aclimatarse a la sociedad a su propio ritmo. No se les deja a los pies de los caballos.

¿El auge de la extrema derecha pone en riesgo esos avances?

En todos los países hay quien intenta asustar a los autóctonos demonizando a las minorías. En EE UU existe toda una industria dedicada a asustar con la migración mexicana con informaciones falsas. Se trata de un proceso político que la extrema derecha explota mucho, aunque en España sigue siendo muy minoritaria y no tiene el peso de Le Pen en Francia o del movimiento británico que ha generado el Brexit.

La concentración de migrantes en campamentos en Canarias ha sido una fuente de conflictos.

Hay que tener cierta disciplina en la organización porque, si no, la tolerancia hacia los migrantes que se ve en España podría revertirse. Hay que combinar los recursos de las fuerzas de seguridad para reducir la llegada de pateras con procesos de intervención en los países de origen, que es donde se tienen que frenar los flujos, comprando a los gobiernos si es necesario. La mayoría de los inmigrantes son jóvenes que no vienen escapando de morirse de hambre, sino buscando el primer mundo, porque ven que su vida no tiene sentido. Si llegan de forma masiva es imposible integrar.

¿Cómo se evitan las tensiones entre autóctonos e inmigrantes?

Se trata de hacer que los nativos entiendan la importancia de la migración para el país, generando una buena recepción. España lo ha logrado casi sin política, por la propia naturaleza de la población, que tiene un comportamiento más abierto y no tan estricto como en otros países. El problema es cuando fracasa la integración de los hijos de migrantes por la discriminación, algo muy visible en EE UU: muchos grupos se integran en la sociedad norteamericana y entran en la case media, pero otros están abocados a las cárceles y al estancamiento económico, lo que genera una reacción contra una sociedad que es vista como racista y discriminatoria. En España solo una minoría de hijos de marroquíes puede sentirse perseguida por la policía. El ataque de las Ramblas es un caso excepcional: la mayoría se integra y busca estabilidad.

Otro reto serán los futuros refugiados climáticos.

Es el gran desafío que viene y los países más avanzados tienen que tomar medidas al respecto, mostrando una actitud compasiva y regulando los flujos. Aunque los refugiados pueden ser vistos como una carga, a largo plazo su contribución a la economía y al desarrollo intelectual puede ser importantísima.

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