Las islas Canarias llevan varios días sumidas en una polvareda extraordinaria. No deben imaginar a sus vecinos masticando arena, las partículas son mucho más pequeñas, invisibles para el ojo humano, si no fuera porque la concentración es tal que la visibilidad se ha visto reducida de forma evidente. En la mañana del martes, en el Aeropuerto de Gran Canaria el polvo en suspensión dejaba un velo que impedía ver el paisaje presente a dos kilómetros y medio de distancia. Sí, la niebla en ocasiones es mucho más densa, pero es inocua. El problema de la calima es que está formada por partículas sólidas suspendidas en la atmósfera cuyo tamaño, en muchas ocasiones, es inferior a los 10 micrómetros. Y un micrómetro corresponde a la milésima parte de un milímetro. Esa dimensión minúscula les permite entrar por nuestra nariz y/o boca cuando inspiramos y así llegar a nuestros pulmones, que en caso de estar expuestos a una enfermedad, como el asma, sufren de lo lindo.

Esta semana, gran parte del archipiélago ha presentado concentraciones de PM10 -las partículas enanitas que comentaba antes- muy elevadas, en cotas consideradas de riesgo muy elevado para la salud. En el sur y el nordeste de la isla de Tenerife, donde está la capital, hace un par de días ese material particulado llegó hasta los 895 microgramos por metro cúbico (µg/m3). Es una cifra excepcional. A partir de 200 µg/m3 se considera que las personas con enfermedades respiratorias deben evitar los esfuerzos al aire libre y el resto limitarlos; con 300 µg/m3 el riesgo es extremo y los observatorios tinerfeños de San Isidro, Medano o Buzanada casi triplicaron ese valor. Por nombrar algunos, porque la lista fue larga.

El año pasado, también por estas fechas, los canarios sufrieron una embestida sahariana aún más intensa en plenos días de carnaval. La insalubridad del aire era de tal calibre que numerosos actos fueron anulados y muchos aviones se quedaron en tierra, era imposible ver con esa amalgama flotante de arcillas y partículas de óxido férrico, minerales presentes en las superficies áridas de Marruecos de donde provenía el viento.

Hace apenas diez días hablamos del polvo sahariano que cubrió la Comunidad Valenciana y no hay que ser muy zorro para intuir que estuvimos expuestos, igualmente, a un aire difícil de asimilar por una parte de la población. Deberíamos tomarnos en serio lo que respiramos. Las instituciones oficiales tienen que redoblar los esfuerzos para advertir a la población cuando el aire se pone ‘feo’, al igual que los medios de comunicación. Algunas medidas como no hacer actividades al aire libre, cerrar ventanas y quitar el polvo con un paño húmedo podrían hacernos muy bien. Solo hay que avisar.